Por: Ze Everaldo Vicentello (*).- Preguntaba un obispo por el significado de la Confirmación en la Iglesia y varios ensayaban diferentes respuestas. Hasta que el obispo respondió: «la Confirmación es esa celebración en la que solemnemente despedimos a los más jóvenes de la Iglesia».
Es probable que, al ver muchos jóvenes en la venida de Francisco a nuestra tierra, muchos nos hayamos entusiasmado al sentir su fervor, su alegría, sus ganas de ayudar. Sin embargo, la realidad nos muestra que cada vez más los jóvenes se alejan de la Iglesia, aunque no de la fe ni de Dios, no de lo trascendente o de lo que da sentido a la existencia, que los reta y los centra en la historia que les toca vivir y transformar.
Es probable que las diferencias con la Iglesia tengan su origen en las exigencias o en la rigidez de su postura, o en la inconsistencia del testimonio de algunos de sus miembros -sean laicos o no-, o en las recientes acusaciones por abuso sexual, entre otros. En todos estos casos percibimos el mismo síntoma en la comunidad eclesial: silencio, los problemas se resuelven «aparte», pensar que son calumnias. Esto quizá pensando que luego la gente se olvidará.
Así es como se ahoga el sentido de pertenencia, como se entierra el sentido comunitario. De esta forma se quiebra la confianza y se refuerza la apistía, el desencanto; se quiebra la koinonia, el kairos eclesial del Vaticano II.
En el mundo, generaciones y generaciones de jóvenes se han perdido para la Iglesia en estos últimos años, simplemente porque no encuentran una Iglesia con autenticidad. En Europa el caso es grave, Latinoamérica y el resto del hemisferio sur aún somos la esperanza, eso nos dicen, pero el número de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal continúa en rojo. Pero esto no preocupa tanto como lo anterior.
¿Cómo generar un clima de acompañamiento cuando el vínculo de confianza está dañado?
Creo que la acción más significativa de la Iglesia con los y las jóvenes ha sido y es la de acompañarles a reconocerse, descubrir, seguir y comprometerse con Jesucristo y su mensaje para que, transformados en hombres nuevos e integrando su fe y su vida, se conviertan en protagonistas de la construcción de la Civilización del amor; y esta acción significativa, llamada Pastoral Juvenil, es la que Francisco ha colocado en la mesa para el discernimiento comunitario a desarrollarse pronto en el Sínodo de Obispos 2018.
Francisco comprende cada dificultad vista y vivida, y es de su interés analizar a profundidad y con responsabilidad la indiferencia, la ausencia y la dimisión de muchos jóvenes en relación con la Iglesia. ¿Cómo engancharles?, ¿cómo conectar con ellos?, ¿cómo mantenerles con ilusión en nuestra Iglesia?, ¿qué hacer para que la Iglesia sea aún significativa para sus vidas y sus luchas?
Es inspirador el texto del documento preparatorio del Sínodo próximo: «los jóvenes no se ponen «contra», sino que están aprendiendo a vivir «sin» el Dios presentado por el Evangelio y «sin» la Iglesia, apoyándose en formas de religiosidad y espiritualidad alternativas y poco institucionalizadas o refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de identidad».
¿Será que la religiosidad y la espiritualidad que les presentamos no son significativas? ¿Cómo hacerla atractiva? ¿Será que nuestro Evangelio no les atrae? ¿O nuestro Evangelio no es el de Jesús?
Aún recuerdo aquel joven sentado en la última banca en un rincón del templo de mi parroquia, sólo, apartado del resto. Nadie quería sentarse cerca. Y él sólo estaba arrodillado en clarísima conexión con el Padre en la oración. Algo no encajaba. Ese joven era travesti y «así había entrado a orar», ¡qué escándalo! Sí, a veces la Iglesia escandaliza a nuestras nuevas generaciones.
¿Dónde encontrar luz para descifrar nuestra vocación eclesial frente a los jóvenes? ¿Cómo favorecer el Discernimiento en estas circunstancias? Decía Juan Pablo II que esta luz para el discernimiento la encontrábamos en la Gaudium et Spes, y nos recordaba que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (GS, 31).
En sintonía con lo anterior, Francisco señaló el jueves pasado, en la misa crismal a los sacerdotes, que «Jesús quiso ser un predicador callejero, un portador de buenas noticias para su pueblo» y «si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo, que te sanará de las ideologías que te entibiaron el fervor».
¿Es posible que no estemos en el lugar de los jóvenes?, ¿que quizá no seamos portadores de buenas noticias sino amargados profetas de calamidades?, ¿es posible que nuestras ideologías apaguen la verdad de Jesucristo para el ser humano?, ¿encantar es un asunto de imagen (forma) o es un asunto de propuesta (fondo)?
Benditas sean estas preguntas que nos permiten entrar en sintonía con las cuestiones del Sínodo de Obispos sobre los jóvenes, que nos lleva a profundizar sobre la fe, el discernimiento y la vocación. Acompañar en el camino del discernimiento nos exige reconocer nuestros procesos y nuestra propia vocación, nuestras respuestas de vida, nuestras razones para vivir; nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias; nos coloca en un lugar distinto y nos interpela. Para escuchar a otro es necesario escucharse a sí mismo.
(*) Educador comunitario, miembro de la Escuela para el Desarrollo y de la Red Latinoamericana de Planificación Participativa Pastoral.
La periferia es el centro
Iniciativa Vaticano II