Frei Betto*.- En diciembre de 1516 la imprenta belga de Dirk Martens, en Lovaina, publicó «Utopía», novela del inglés Tomás Moro (1478-1535). El título deriva del griego «utopos», que significa «ningún lugar» o, comúnmente, «lugar de sueños, fuera de la realidad».
Se trata de una isla paradisíaca, que alberga la sociedad republicana ideal. Allí no se trabaja más de seis horas diarias; no circula el dinero; no existe propiedad privada ni ambición; y sus moradores comparten entre sí los frutos de la actividad agrícola.
Moro era una persona importante en la corte inglesa. Fue parlamentario, ocupó la noble función de Lord Canciller y obtuvo la confianza del rey Enrique VIII. El monarca se enamoró de Ana Bolena en 1533 y decidió separarse de su esposa Catalina de Aragón, y volver a casarse por lo religioso con la nueva mujer.
Eso contrariaba todos los preceptos de la Iglesia Católica, que no admite el divorcio y mucho menos el volver a casarse por el rito religioso. Ante la oposición del papa, Enrique VIII rompió con Roma y fundó su propia Iglesia, la Anglicana.
Tomás Moro, que era católico practicante, se opuso a la decisión del rey y lo denunció como hereje. El rey mandó apresarlo. Llevado a juicio, fue condenado a muerte por decapitación. En 1935 la Iglesia Católica lo proclamó santo, siendo considerado como el patrono de los políticos.
El cine lo plasmó en «Un hombre para la eternidad», dirigida por Fred Zinnemann, película que ganó seis Oscar en 1966.
«Utopía» es una crítica al ambiente político de la Inglaterra del siglo 16, en la que predominaban la ambición de poder, la corrupción y la incompetencia. En la isla de Utopía reina la justicia y la buena administración. Todos sus habitantes son felices en esa tierra ecológicamente sustentable.
En expresión de Michelet, «cada época sueña su futuro». La antigüedad concibió la Arcadia, y Platón la República ideal. La obra de Moro inspiró «Los viajes de Gulliver», de Swift, y «Robinson Crusoe», de Defoe. Más tarde inspiraría también las distopías, como «Admirable mundo nuevo», de Huxley; «1984», de Orwell, y «Farenheit 451», de Bradbury.
Marx consideró a Moro un protocomunista del siglo 16 por abolir, en su isla imaginaria, la propiedad privada.
En los países capitalistas el poder es antiutópico o distópico por naturaleza. Y tantos gobiernos progresistas que, antaño, elevaron su voz contra la explotación del capital y enarbolaron banderas progresistas, de leones bravos se convirtieron en dóciles corderos del rebaño neoliberal.
El poder, debido a las urgencias del presente, hace que se pierda la visión de futuro. Y como el poderoso tiende a perpetuarse en el cargo (véase los viejos zorros de la política brasileña), intenta reducir el proceso histórico a su momento personal. Se tiene por principio y fin, sin conciencia de que no pasa de mediador (medio) de un mandato popular.
De ahí el hecho de transformarse en una figura ridícula, sin mérito biográfico, mera caricatura de sus ambiciones desmedidas. En su pobre topía, muchos políticos ya ni divisan la utopía.
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Frei Betto es escritor, autor de «Paraíso perdido. Viajes al mundo socialista», entre otros libros.
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