En los últimos días se acumulan evidencias de una ofensiva mundial contra el Papa Francisco. Es liderada por los sectores más conservadores de la Iglesia Católica Romana usando la grave situación institucional y el deterioro de la credibilidad que generan los casos de abusos sexuales en Estados Unidos pero también en otras partes del planeta.
Paradójicamente son los grupos más retrógrados -muchos de ellos directos responsables de los delitos que ahora se ponen en evidencia- aquellos que pretenden hacerle pagar a Jorge Bergoglio acusándolo de supuestas complicidades con los delincuentes eclesiásticos o de debilidad en las medidas adoptadas contra los pedófilos.
No tan casualmente, quienes ahora atacan al Papa cuentan con la alianza de sectores ultraconservadores del republicanismo norteamericano, feroces opositores de Francisco por sus críticas al capitalismo, la defensa de los pobres, de los migrantes y su prédica por la preservación del medio ambiente.
Desde dentro y desde fuera de la propia Iglesia Católica se está plasmando una alianza que une a quienes desconfían del Papa por sus posiciones presuntamente progresistas y aquellos que, al margen de la institución, consideran que el catolicismo como religión es una herramienta fundamental para el capitalismo y que cualquier postura disidente configura un traspié para sus intereses.
La carta del ex nuncio en Estados Unidos, Carlo María Viganó, conocida esta semana y en la que acusa a Bergoglio de complicidad con el cardenal norteamericano Theodore McCarrick –sancionado por abusos sexuales y separado de sus funciones– fue un tiro en el blanco papal y una señal de largada para otras imputaciones y demandas.
El obispo de Dallas, Edward Burns, salió el cruce con el pedido de suspender el sínodo mundial de obispos sobre la juventud -cuyo comienzo está previsto para el 3 de octubre en Roma- porque, según dijo, los obispos «no tienen credibilidad». Reclama una especie de concilio de todos los obispos para… discutir todo.
Probablemente también la renuncia del Papa. Todo ello llegó después de que el Tribunal Superior de Pensilvania diera a conocer un informe que puso en evidencia más de mil abusos sexuales cometidos por ministros de la iglesia en perjuicio de niños y jóvenes.
La Iglesia Católica de Estados Unidos tiene una doble característica: es de las más conservadoras del mundo, pero también de las más ricas, sino la más. Y desde esa condición impuso muchas veces condiciones a los papas. Juan Pablo II tranzó con esa iglesia y también fue víctima de varias extorsiones.
Algunas estimaciones establecen que esa misma iglesia tuvo que pagar alrededor de 3 mil millones de dólares para indemnizar a las víctimas de los abusos sexuales y, en algunos casos, para comprar silencio.
Hay quienes dentro del catolicismo señalan que Francisco actúa con demasiada lentitud para adoptar medidas drásticas que pongan solución a la pedofilia en la Iglesia. Y le reclaman, entre otros temas, una reforma profunda en cuanto a las formas de conducción, la elección de los ministros y de los obispos.
También apertura para permitir que el celibato sacerdotal deje de ser obligatorio. Pero no es desde estos lugares desde donde hoy llega la ofensiva contra el Papa.
Por el contrario quienes cuestionan hoy a Francisco son aquellos que lo acusan de poco ortodoxo porque se muestra abierto y flexible con los católicos divorciados y vueltos a unir en pareja, porque no condena abiertamente a los homosexuales y, lejos de aferrarse a los propios dogmas, se abre al diálogo con otras religiones basado en la idea teológica del mismo y único Dios.
Nadie podría afirmar que Bergoglio ha llegado al Vaticano para cambiar radicalmente a la Iglesia. Pero sí que ejerce su tarea como pastor universal desde una perspectiva que pone a los pobres en el centro de sus preocupaciones, al servicio de los excluidos –llámense migrantes ilegales, discapacitados, ancianos, entre otros– y trabajando por la paz en el mundo, que es una de sus preocupaciones fundamentales.
Los conservadores de adentro y de afuera, hubiesen querido un Papa condenando públicamente al gobierno cubano en lugar de colaborar en su momento para el acercamiento con Barack Obama, un pontífice ajeno a las negociaciones de paz en Colombia y que ahora arremetiera de manera decidida contra Nicolás Maduro en lugar de intentar alternativas de salida para la grave situación venezolana. Esto para recurrir apenas a ejemplos cercanos dentro de una larga lista de acciones de Francisco que molestan a los poderes del mundo y a los grupos conservadores que los sustentan.
Quienes ahora llegan incluso a exigir su renuncia pretenden minar el prestigio y la autoridad papal asociando a Francisco con una de las situaciones que más causan «vergüenza» y «dolor» a la Iglesia como lo admitió el propio Papa refiriéndose a la pedofilia. Los motivos son otros. La cercanía del Papa con los pobres, la afinidad que logró con los movimientos populares en todo el mundo y su esfuerzo para, en lugar de cerrar, abrir las puertas de la Iglesia y bregar para una labor conjunta de las religiones con la finalidad de defender conjuntamente la paz y los derechos de las personas.
La semana que culminó los obispos argentinos, a través de una declaración que firmaron el presidente Oscar Ojea y el secretario Carlos Malfa, expresaron públicamente su respaldo al pontífice.
Es evidente que se trata de un gesto cuyo peso real puede ser relativo, pero habla a las claras de la preocupación que la situación genera. También porque se han escuchado pocas voces de respaldo de la jerarquía católica en el mundo a favor de Francisco. Un caso bien significativo es el del episcopado norteamericano que -profundamente dividido- no logra generar un pronunciamiento unificado de apoyo a Bergoglio.
En la Argentina los amores y los rechazos que suscita Francisco transcurren por caminos similares. Quienes en otro momento alabaron a Bergoglio porque lo consideraban un enemigo acérrimo de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, ahora se lamentan por sus gestos en favor de los pobres y por su solidaridad con las víctimas y los afectados por las decisiones del actual gobierno.
Y los medios de comunicación y los periodistas que antes lo aplaudieron, ahora se dedican a criticar al Papa, a cuestionar sus ideas y su autoridad. Unos y otros son los mismos que preferirían que en vez de que el Presidente y el Secretario de la CEA se reúnan y se saquen fotos con los organismos defensores de los derechos humanos, la mayoría de los obispos tuvieran posiciones como la del obispo castrense Santiago Olivera en favor de los condenados por delitos de lesa humanidad.
Por Washington Urganga-Página 12