«La fuerza de la fe es la fuerza del Pueblo de Dios. Óscar Romero, repetía con fuerza que cada católico ha de ser un mártir, porque mártir quiere decir testigo, es decir, testigo del mensaje de Dios a los hombres. Dios quiere hacerse presente en nuestras vidas, y nos llama a anunciar su mensaje de libertad a toda la humanidad. Solo en Él podemos ser libres: libres del pecado, del mal, libres del odio en nuestros corazones –él fue víctima del odio–, libres totalmente para amar y acoger al Señor y a los hermanos.» (Papa Francisco, octubre 2018).
Era lunes y a las seis de la tarde, en la capilla del hospitalito de la Divina Providencia en San Salvador, Monseñor Oscar Romero está celebrando misa acompañado de algunos parroquianos y las religiosas que atienden a los enfermos de cáncer. El día anterior, Mons. Romero se dirigió al Ejército y la Guardia Nacional: «¡Hermanos! ¡Son de nuestro pueblo! ¡Matan a nuestros hermanos campesinos! Y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: ¡No matar!», además, habla de los derechos y la dignidad humana y concluye expresando que «en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (Homilía, 23/3/1980).
Cuarenta y dos años después, la imagen, la palabra y el testimonio de San Romero de América siguen vivas, vigentes y presentes. Centroamérica y el resto del continente viven situaciones difíciles, complejas y en muchos casos, injustas y violentas. Si, en los años setenta y ochenta, el problema principal de El Salvador fue la guerra civil, resultado de crueles dictaduras, actualmente viven en medio de la corrupción y la violencia social generada por las maras (pandillas), además de gobiernos elitistas y desprestigiados, marcados por la impunidad.
Mons. Romero mira las realidades de su época, las palpa desde sacerdote, pero no se implica. Fue nombrado obispo de San Salvador, justamente por su timidez y su aparente alineación a lo establecido y su cercanía a las élites sociales y políticas, en concreto porque… «no causará problemas». Pero el Espíritu sopla a su manera y Romero, por su misma sencillez y coherencia con el Evangelio, empezó a caminar con el pueblo y poco a poco padeció en carne propia el dolor de los desaparecidos y asesinados por la dictadura.
Abrió las puertas del obispado para que la gente le cuente sus penas y dolores, se sentó con ellos y los escuchó. Pobladores de diferentes partes del país llegaban con fotografías de sus familiares desaparecidos o asesinados. Buscaban atención y monseñor Romero los acogió. Fue convirtiéndose en un «pastor que huele a oveja». Estuvo junto a su pueblo sufrido y doliente, para «ser la voz de los que no tienen voz».
Cada domingo celebra una única misa desde la Catedral que se transmitía por radio para todo el país. En sus homilías dedicaba tiempo para hacer un repaso de la situación de los derechos humanos y denunciar abiertamente los abusos e injusticias del poder. El asesinato de su amigo, el P. Rutilio Grande y de quienes viajaban con él, así como de otros tantos conocidos, generó en él su radicalidad por el Evangelio y valentía para enfrentar al gobierno, al Ejército y a la Guardia Civil.
Por esta «conversión» muchos de sus cohermanos obispos le dieron las espaldas y lo tacharon de agitador y «rojo»… en respuesta, monseñor Romero salió a visitar los sectores más pobres y golpeados por los diferentes bandos de la guerra civil, no asumió partido, pero sí denunció con más fuerza los abusos, las injusticias y los atropellos a los derechos humanos. En los tres años de obispo de San Salvador fue amenazado de muerte por sus denuncias y reconocido, en dos ocasiones, con doctorados honoris causa y nominado al Premio Nobel de la Paz.
Esta opción profética hizo que ese lunes 24 de marzo de 1980, mientras Monseñor Romero levantaba el cáliz, desde el fondo de la capilla se produjera un disparo para luego escuchar sólo gritos y pedidos de ayuda… De su paso por entre el pueblo salvadoreño, quedan los audios de sus homilías, algunas entrevistas en video, fotografías y muchos relatos que, de voz en voz, mantienen viva su memoria en toda América y el mundo, y su lucha por Justicia y Paz.
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
carta No. 125– 27 de marzo 2022