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Tiempo para escuchar a los y las adolescentes

Liliana Prado Puga.- Lima, un día de marzo del presente año. El país está conmocionado, un adolescente de 15 años lleva un arma al colegio, la toma sin autorización del padre –quien irresponsablemente la guardaba en una caja cargada-, el adolescente estando en clases muestra el arma a sus compañeros y manipulando la misma hace un disparo, mata a su mejor amigo y hiere a otro. La tristeza que conmociona a todos por la muerte de adolescente, por la tragedia ocurrida, pasa a un segundo plano. Una conductora de televisión que reclama y exige que el adolescente que manipulo el arma vaya a Maranguita, y usa frases como «ya está grande, con 15 años sabe lo que hace». Y de pronto por las redes empiezan a clamar porque este adolescente sea castigado, cual delincuente que comete un crimen con alevosía y premeditación. Dejó de ser un adolescente y joven estudiante, lo condenaron como a un delincuente.

Los medios y las redes te remiten a esa imagen negativa y casi naturalizada de describir al adolescente desde lo negativo, desde su déficit, la tan mentada frase «ojala pase pronto su adolescencia», como si fuera la peste.

Si hiciéramos un mínimo esfuerzo por conocer, aprender y saber de esta etapa de la vida por la que los ahora adultos pasamos también, sabríamos la inmensa responsabilidad que tenemos en primer lugar de pensar en el presente de los y las adolescentes antes de pensar solo instrumentalmente en su futuro. Si hiciéramos un esfuerzo por comprenderlos, por ver desde sus potencialidades. Quitarnos la venda de los ojos no es fácil, pero sí necesario.

Necesitamos acercarnos a sus características reales, a sus necesidades y al enorme potencial que emerge en ellos y ellas en múltiples niveles.

Hay una responsabilidad de las familias y del Estado. En el Sector Educación, por ejemplo, se ha avanzado con la educación acorde con la primera infancia y la primaria, y se le ha dado sentido a cada una de estas etapas de la vida. Pero la educación secundaria está solo orientada en función de una educación superior para el trabajo, que no tiene un sentido en sí misma. Se centra en aprendizajes cognitivos que son dados en su mayoría de una forma transmisionista, nadie escucha la voz de los adolescente, son calificados desde el déficit, su voz no parece ser importante, nadie se detiene a escucharlos si quiera.

En la adolescencia se producen muchos cambios. Hablamos de cambios físicos, psicológicos, a nivel cognitivo y de relación con los demás. Todos estos cambios se dan al mismo tiempo, la vulnerabilidad no viene de los cambios, sino de la simultaneidad en que se dan los mismos.

¿Qué necesita entonces el Adolescente de su escuela? Ellos y ellas viven en el mundo de la información y la digitalización. El mundo virtual. Será entonces necesario aprender a interconectar toda esta información, pero quizás lo más importante es el apoyo emocional y de contención que deben brindar los docentes, donde el vínculo docente y estudiante es fundamental.

El enorme interés que tienen las y los adolescentes por las emociones es un recurso muy importante con el cual se puede trabajar desde la escuela, tanto para la regulación emocional como para otro tipo de competencias. La escuela debe ser el espacio por excelencia de formación ciudadana basado en la ética, que ayude a los y las adolescentes a desarrollar juicio crítico sobre las problemáticas que afectan al sistema democrático. Acompañarlos en el reto que tienen los y las adolescentes de gestionar muchos cambios, para lograr su desarrollo.

No se trata de librar de responsabilidad al adolescente que cometió la falta, ni decláralo inimputable. Se trata de comprender por qué ha ocurrido lo que ocurrió, este es un adolescente que tiene en su cabeza además de muchas preguntas sin respuesta, la culpa terrible de llevar una muerte a cuestas, y ahora preso.(1)

Caben entonces las preguntas: ¿Sabes cómo se sienten los y las adolescentes? ¿Qué quieren y necesitan? Pensar en el adolescente como sujeto con derechos en el hoy implica mirarlos desde sus potencialidades, reconocerlos como sujetos con voz y sobre todo escucharlos, es una responsabilidad que las familias y del Estado no puede ni deben eludir.

(1) Han apelado y temporalmente no está en Maranguita, falta fallo final.

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Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya