«Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos; proclamaba la buena nueva del Reino y sanaba todas las enfermedades y dolencias». Mateo 9, 35
A inicios del mes pasado, el Papa Francisco señaló su «deseo (de) reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras», por lo que debemos liberarnos de esa mirada individualista, que no es armonía sino egoísmo. Actitud mezquina que aparentemente puede beneficiar pero que perjudica a la mayoría… sin duda, ahora más que nunca, dependemos de la solidaridad mutua. Es tiempo de caminar juntos, de pensar y actuar en común unidad para ser y construir comunidad. Una nueva manera de portarse y servir a los que nos rodean.
Es una nueva realidad en la que es necesario estar con los ojos bien abiertos ante los desafíos que demandan atención extrema y compromiso permanente: oído atento, mente abierta, mano extendida, mascarilla bien puesta, distanciamiento físico eficaz, lavada de manos y uso de alcohol o gel cada que podamos, y en especial evitar aglomeraciones, reuniones sociales, celebraciones masivas, diversiones…
Bajo ninguna consideración debemos ni podemos permanecer indiferentes, pues «el peligro de contagio de un virus debe enseñarnos otro tipo de ‘contagio’ -señala Francisco-, el del amor, que se transmite de corazón a corazón», que se vive y se siente haciendo el bien.
Es cierto que la sociedad ha enfrentado la pandemia, con mayor o menor éxito, no todos los sectores han podido trabajar con las mismas posibilidades económicas y sanitarias, sin embargo, hemos observado que la solidaridad se ha derramado a raudales… médicos y personal sanitario arriesgando su vida para atender a los pacientes, campesinos trabajando sin descanso para proveernos de alimentos, personas laborando sin respiro para atender nuestros requerimientos, mujeres luchando por sostener sus hogares, niños renunciando a sus juegos cotidianos, ancianos viviendo esta época con entereza y firmeza… miles de rostros, muchos anónimos, en los cuales se encarnó el amor y se hizo vida.
La pandemia sigue, el coronavirus está por todo lado. Continuar adelante depende de todos y de cada uno: emprendamos una minga para cuidarnos y cuidar a los de más. Se trata de un imperativo categórico y una posibilidad de salida. Ningún descuido es aceptable, debemos seguir sin bajar la guardia, es una tarea en equipo, en la que todos tenemos derechos y responsabilidades.
Lo que hagamos o dejemos de hacer a nuestros semejantes lo hacemos al mismo Jesús (cfr Mt 25-40), de ahí que en esta situación de pandemia la humanidad se está renovando y saca a flote lo mejor de cada persona y de cada grupo humano. Es un nuevo encuentro con el Evangelio de la vida, de la fe, de la esperanza y del amor, que nos invita a asumir un espíritu creativo, renovado, solidario, fraterno, condescendiente… para descubrir o abrir senderos impensados hace pocos meses.
«En estos momentos nos están faltando espacios en los que podamos, simplemente, escucharnos y mirarnos a la cara» (Mons. Parrilla), sin embargo, hoy más que nunca dependemos de la responsabilidad de todos, nadie se puede quedar fuera. Nuestros intereses deben quedar al margen, para ver y actuar en función de los intereses de todos. Podemos enfrentar y vencer al coronavirus, inyectándonos una fuerte dosis de amor y de responsabilidad, esa es nuestra misión y tarea.
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carta No. 47 – 27 de septiembre 2020, de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz
Con los ojos fijos en Él en la realidad y la fe