Rolando Iberico Ruiz* (EVARED) – El último viaje apostólico del papa Francisco estuvo marcado por el recorrido de las periferias económicas, políticas y vitales de México. Las ciudades visitadas formaron parte del anuncio profético de un Dios que ama radicalmente a los hombres en medio del dolor, la indiferencia, la desesperanza y la muerte. Ese mismo Dios reclama de sus seguidores (discípulos) la misericordia y el «coraje profético». El discurso del Papa a los obispos mexicanos –más allá de si fue o no una llamada de atención a un episcopado adormecido por el alejamiento y la comodidad– es una exhortación a los cristianos y cristianas comprometidos con el desarrollo social, político y humano de sus hermanos.
El Papa afirmaba a los obispos que los problemas de la corrupción y el narcotráfico –»como metástasis que devora» la sociedad– les exige «coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral» para afrontar dicha situación. Ante la desesperanza y el fracaso del sistema político –incapaz de dar seguridad, justicia y paz a sus ciudadanos– la Iglesia, religiosos y laicos, no pueden adormecerse en un entorno donde la muerte en todas sus formas campea y triunfa.
La exhortación del Papa Francisco busca sacarnos del descanso cómodo, de la indiferencia injusta y la confianza en la riqueza, para actuar como Jesús, meternos en la periferia y asumir proféticamente el anuncio del Reino. La ruta seguida por Francisco en México y sus discursos forman parte de la denuncia profética de la injusticia, la corrupción, el narcotráfico y la muerte.
El discurso del Papa me hace pensar en la realidad de nuestro país. Estamos en plena coyuntura electoral con frases, actuaciones y cifras alarmantes. Los candidatos presidenciales –que se mueven entre el plagio y acusaciones por liberar delincuentes– se unen a los más de 52 candidatos al Congreso que tienen condenas y denuncias por diversos delitos. Parece que la esperanza de tener una política honesta, inclusiva y justa se difumina ante este escenario.
Por ello, hoy se hace necesario tener «coraje profético» para comprometerse –como pide Francisco– en los espacios parroquiales, escuelas, comunidades políticas y regionales para convertirlos en lugares de formación en libertad, justicia y compromiso con el prójimo. No se trata de activismo partidario, sino de asumir radicalmente el papel público de la fe cristiana que exige poner a los hombres y mujeres en el centro de toda política para procurar la justicia y la solidaridad.
No podemos tener la consciencia adormecida por el discurso egoísta del emprendedurismo, la riqueza y el poder. No basta la defensa de los «innegociables» –que anquilosa y reduce el compromiso cristiano de muchos– para construir el reino de Dios; pues mientras se marcha por la vida (reducida a la lucha contra el aborto), otras vidas, también reales, se pierden prematuramente a causa de la corrupción, la delincuencia, el narcotráfico y las deficiencias estatales de salud.
El «coraje profético» hunde sus raíces en la misma actitud de Jesús, es un «coraje cristológico», pues el Jesús de los evangelios no tuvo miedo de enfrentarse a las estructuras político-religiosas y legales de su tiempo para defender la vida y la centralidad de toda mujer y hombre. No se durmió en la fama de exorcista y curador que tenía, sino que amó con radicalidad y hasta la muerte por causa de su proyecto de justicia y paz, el proyecto del reinado de Dios.
Hoy los cristianos y cristianos y con nosotros, las mujeres y hombres de buena voluntad, debemos estar unidos para construir un Perú justo, una política libre de corrupción y una sociedad solidaria. Las elecciones de este año pueden ser el primer paso para despertar las consciencias y reflexionar con seriedad nuestro voto y compromiso político – no partidario. Que tengamos siempre el coraje profético, el coraje cristológico para luchar con valentía por un país justo, solidario y pacífico.
* Historiador y profesor de la PUCP
Artículo compartido por «La periferia es el centro», diario La República, 10-03-16