Escribe: Sandra Avellaneda García.- Exactamente hace un año, el papa Francisco, fiel a su estilo y muy acorde a estos tiempos, pedía especialmente a los jóvenes, mediante videoconferencia en la plataforma TED, que sepamos emprender la revolución de la ternura.
«La vida no es tiempo que pasa, la vida es encuentro. El presente y el futuro están hechos de encuentros. La existencia de cada uno está ligada a la del otro. Nadie es un átomo, una isla. Todos nos necesitamos, los unos a los otros», enfatizaba.
Y es que, en este sistema socioeconómico en donde actualmente se enfatiza la reacción y capacidad de adaptación y ‘resiliencia’ como valores, «la pobreza, el desempleo, la violencia, la enfermedad nos son presentadas como problemas individuales con soluciones individuales que pasan por un cambio de actitud», como dice la socióloga Paloma Villagómez.
Pero, ¿qué pasa cuando nuestra capacidad de respuesta tiene límites? Porque los tiene. Nuestra capacidad de agencia y buen humor están en dependencia de decisiones ajenas (las decisiones macroeconómicas y la coyuntura que enfatiza más la farándula politiquera que lo político en sí, como decía Borrell y Castro), de condicionamientos más estructurales (el racismo, el machismo, la homofobia, la transfobia, tal vez no como cuestiones separadas sino más bien entrelazadas) y de la conciencia y conocimiento de las gestiones emocionales internas que tienen más que ver con historias de vida (violencia institucionalizada y normalizada que se reproducen, especialmente cuando se está en situación de poder sobre los demás).
¿Cómo enfrentas la incertidumbre? Ahora es cada vez más constante la búsqueda de espiritualidades fuera del ámbito eclesiástico tradicional. Nos dice mucho de lo que nos falta revisar y actualizar como Iglesia, como ya decía Ze Everaldo Vicentello. Pero podemos seguir cayendo en lo mismo: las atomizaciones.
Entonces, no sólo estás en la marginalidad existencial, sino que es tu culpa no haber intentado lo suficiente. Somos tolerantes a la desigualdad y ya no hablamos de derechos. Sálvese quien pueda y como pueda. A la persona se le suma la oscuridad, la soledad, la desolación, la tristeza profunda y la sensación de vacío.
No basta con hablar de la dignidad de cada persona y que cada vida, en medio de sus contradicciones, es un don. ¿Cómo mostramos que el otro no es una estadística, sino que es un rostro concreto, alguien a quien hemos de cuidar? ¿Cómo dejamos que nos cuiden? He ahí la revolución de la ternura exigente. La solidaridad, que nace del corazón de cada uno, es una respuesta en libertad. El amor al prójimo como a uno mismo invita a una respuesta creativa, solidaria, ingeniosa.
«En el camino de los pueblos hay heridas provocadas porque el centro es el dinero o las cosas materiales, no las personas. A menudo es costumbre, entre los que se creen respetables, no cuidar de los otros, dejando a tantos seres humanos detrás, tirados por el camino. Cuanto mayor poder tienes, cuanto más alto el puesto, más humilde debes ser. Con humildad y amor concreto, el poder se hace servicio y difunde el bien», mencionaba hace un año el Papa.
Tener esperanza no significa ser optimistas e ingenuos, ignorantes del drama de los males estructurales de la realidad. La esperanza es la puerta abierta al porvenir.
Basta una pequeña luz y la oscuridad no estará completa. Si son varias luces, es un nosotros. Si hay un nosotros, empieza la revolución.
El sábado, durante la audiencia a los jóvenes de Brescia (Italia), Francisco mencionaba que «Jesús murió en la cruz para librarnos de esta esclavitud que no es exterior, sino interior, dentro de nosotros. ¿Cuántos de nosotros somos esclavos del egoísmo, o de apegarse a las riquezas, o de los vicios? Estas son esclavitudes interiores. Es el pecado el que hace que muramos dentro».
En tiempos de desolación es importante recordar que el futuro no es sólo personal, y que no está exclusivamente en manos de los demás. Lo político está en la vida cotidiana, la vida cotidiana es política. ¿Cuáles son las necesidades de quien está a mi lado?, ¿qué hago por mi prójimo que sufre?, ¿cómo acompaño su vida y dejo que me acompañe?, ¿cómo me doy el lujo de conocer a la persona más allá de las categorías y prejuicios concebidos?
No desistas. Fuimos las mujeres las primeras testigos de la Vida que venció a la muerte (y de todo aquello que lo llevó ante la Cruz). Seamos Pascua también.
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Columna La periferia es el centro, de la Iniciativa Vaticano II, Perú.
Compartido por Diario La República, Perú.