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Soy yo la que va conmigo

Por: Ana María Guerrero (*).- Quién eres que me acompañas. Quién eres: ponte rostro y nombre. Dinos dónde has estado, dónde estuviste. Salimos de donde nos encerraron. A cal y canto nos encerraron. Estaremos juntas porque dispersas fuimos las transparentes de la historia, sus personajes secundarios: la madre de alguien, la esposa del otro, la hermana, la tía, la amiga. Fuimos la que cuida, la que nutre, la que comprende, la que espera sin preguntas. Decidieron nuestras vidas.

Quién eres, entonces, que caminas con nosotras. Algo ha cambiado ¿lo ves? El clamor es más grande ahora ¿Lo escuchas? Ya no aguantan los muros del pasado, los viejos paradigmas se derrumban. Se hace difícil pensar entre los escombros, aparecen los secretos mejor guardados, viejas deudas y nuevas dudas. Estamos viendo lo que un día se perdió de vista.

Ese fastidio, esa rabia intensa por la mujer autónoma nos informa de la masculinidad asentada desde tiempos inmemoriables sobre la certeza del dominio del mundo. Pero también nos dice de una certeza entre comillas, que vivimos como si fuera verdad. No lo era, no lo había sido; nos habían ocultado que es distinto, nos lo habíamos creído, gran diferencia. La violencia que suscita estremece. El feminicidio, la violación, pero también los insultos misóginos anuncian la masculinidad cuestionada, los castillos del yo viril en colapso. Sus piedras estaban hechas de papel maché.

Te preguntamos quién eres, porque rezas, oras y no ves que decidieron también nuestras muertes. Qué Iglesia construyes, patriarcal y vetusta, tantas veces callada ante el abuso y débil para mirar el propio.

En el siglo XX, con el Concilio Vaticano II, hubo que abrir las ventanas de la Casa para que entrara el Espíritu. Metáfora poderosa con la que Juan XXIII señalaba la necesidad de refrescar un ambiente que olía a guardado. A cien años habría que pensar si se abrieron completamente. Sobre todo porque en el siglo XXI las ventanas ya no bastan. Por las ventanas no entra nadie, no es suficiente.

Hay que decirlo: abran esas puertas. Las del frente, las principales, que entre la diferencia. No hay opción preferencial por los pobres sin un reconocimiento explícito, tangible y de base, de lo diferente. Y somos las mujeres, nosotras mismas, portadoras de la radicalidad de la diferencia, sobre todo las más pobres, las obreras y campesinas, o las niñas siempre al final de la lista. No hay Mujer con M mayúscula, sugería Lacan, no somos «La Mujer», recipiente de unívocos significantes. Lo radical es nuestra pluralidad, las mujeres una a una, singulares en la pluralidad.

Hay que abrir las puertas, entonces. En el marco de la visita del Papa Francisco recordemos que en su primera entrevista dijo que era «necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia» y que esta enfrentaba el desafío de «reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad».

Si es evidente que esta postura representa un cambio importante en relación a naturalización de la opresión patriarcal que, como en la sociedad, ha caracterizado a la Iglesia Católica, es necesario decir que esperamos más. Así como también puede leerse en pensadores como Leonardo Boff o Frei Betto cuando reflexionan como aliados de la teología feminista, el Papa sigue creyendo que de lo que se trata es de arrimarse un poco para hacernos sitio.

Como si se tratase de buscarnos una tarea, ya no doméstica o menor –claro–, todo más aggiornado –eso sí–, pero sin mover o cuestionar las bases y la estructura de la propia Iglesia, e incluso, de la propia interpretación teológica. Es necesario ser específicos en esto: se busca otro orden, otra lógica, ya no la que un día nos hizo santas o prostitutas, brujas a ser quemadas, demonios a exorcizar, vueltas pecado, blasfemia, herejía.

Preguntémonos hasta cuándo puede sostenerse una Iglesia patriarcal y si es posible vivir una espiritualidad sin patriarcado. Si se pueden leer en voz alta estos signos de los tiempos, decir más fuerte que no hay Dios de la Vida en la complacencia con los facilitadores de la muerte y el abuso. Ahí es donde hay que mirar y pensar; «pensar con los ojos» diría Ortega y Gasset, recordándonos el principio de realidad necesario a todo proceso de pensamiento y acción.

Miren, entonces: este sábado 25 de noviembre, porque las cosas no han cambiado, volvemos a las calles. Gran marcha nacional Ni Una Menos. En Lima a las 2pm frente al Palacio de Justicia. Somos nosotras las que vamos al frente, estamos nosotras con nosotras mismas.

(*) Psicóloga clínica y docente en la PUCP y la UARM.