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Solidaridad y el bien común

Rosa Achuy Aguilar *.- «Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos.» (Miguel Hernández)

La palabra solidaridad ha sido una de las palabras más escuchadas o leídas en estas semanas de emergencia, en un contexto por el cual el Fenómeno El Niño está afectando a distintas partes del país. Cada vez que vemos como las personas se tienden la mano para cruzar el rio, trasladan víveres, ropas y enseres necesarios para quienes lo han perdido todo, literalmente, decimos que están siendo solidarios. Estos actos nos conmueven, muchas veces son personas desconocidas, incluso, que han venido de otros lugares para ayudar, poniendo muchas veces su vida en riesgo para tender manos de esperanza hacia los damnificados.

Si bien la solidaridad cobra relevancia en momentos críticos, ¿acaso es un hecho que solo se da de manera puntual, cuál es su significado en los tiempos actuales? El ser humano en principio es un ser social, los actos de las demás personas y seres tienen efectos en su bienestar en este mundo. Si su mirada es vivir en armonía, requiere que todo esté en armonía, no solo con los lugares que habita sino principalmente con los seres que también habitan eso u otros lugares. El bien común que se busca es para la sociedad en su totalidad, sin exclusiones. En ese sentido, la solidaridad es el acto que nos lleva al bien común, partiendo del estado donde el ser humano se reconoce tan igual al prójimo y, a su vez, respeta las diferencias que pueda tener con prójimo. Tiene la voluntad de acercarse al otro, de internalizar las necesidades del prójimo como suyas y, a partir de este conocimiento, busca con responsabilidad lo que es mejor para todos.

La solidaridad, no se da, sino es un acto discernido, con valores, creativo, generoso y respetuoso de lo diverso. Si lo que buscamos es el bien común, la solidaridad nos compromete, nos hace indignarnos, con las injusticias y marginalidades que existen hacia el prójimo porque también nos afecta. La solidaridad nos hace dar lo más que podemos dar, no como dádiva, sino más bien guiándonos hacia lo mejor. Poner nuestro ser al servicio del otro, implica mostrarnos humanos con todas nuestras fortalezas y precariedades. Es un acto tan valiente como heroico.

Sin la solidaridad, ¿cómo avanzaríamos hacia el bien común? Me aventuro a decir que ese objetivo sería difícil, casi imposible de alcanzar. ¿Cómo avanzar hacia el bien común si no existe un trabajo responsable, comprometido y eficiente por parte de todos? ¿Cómo encontrar el bien de todos, si cada uno le da la espalda a esa misión y solo espera recibir? Mucho daño se hace con el recibir sin poner de nuestra parte, sin considerar que la gratitud va de la mano con la cooperación. Es un daño que a la larga nos lleva a reclamar más y más, sin darle valor al bien recibido, porque no hemos puesto de nuestra parte. Aportar en la mejora de una sociedad nos hace dignos de vivir en ella.

En ese sentido, el acto solidario es parte de nuestra vida cotidiana, es un estilo de vida, un estado permanente de compromiso, de respeto hacia nosotros y hacia los demás. Un acto que nos exige más en tiempos de crisis.

En este Fenómeno El Niño, uno de los más severos de los últimos tiempos, ver a tantas personas afectadas, a los animales, a la naturaleza y otros en general nos llama a actuar. No con sentimentalismos ni con el desgastante activismo, nos hace actuar de manera responsable, discernida y respetuosa con las necesidades del prójimo.
No se es solidario, por ejemplo, cuando al donar llevas ropa en mal estado o víveres con fecha de vencimiento cercana. Ser solidario es llevar lo que tú desearías recibir en momentos de crisis. Es ponerte en los zapatos del prójimo. Es actuar con respeto.

Es así, que la solidaridad cobra sentido en tiempos de crisis, como un acto de esperanza, de justicia y de amor. Es la oportunidad de reconocernos como seres humanos, que pueden trabajar juntos, en consideración hacia todas las personas afectadas, para superar el estado de desigualdad y de marginalidad en que se encuentran.

(*) Economista

Iniciativa Eclesial 50° VAT II