Por: Milán González.- En octubre hemos visto un conjunto de hechos y situaciones en la vida pública, en la política, en los medios de comunicación; que nos dejan muy descontentos y frustrados. Nuestro deseo: que las cosas cambien. Para bien, evidentemente. Pero también vemos señales donde estas situaciones pueden cambiar, que existe cierta ruta o camino ya recorrido. Dos ejemplos de buenas señales: un Sínodo en Roma, que nos muestra cómo están tejidas las juventudes; la VII Semana de la Inclusión Social «Conectando futuros», centrada en las juventudes del Perú. El primero un evento global, el segundo uno nacional y local; ambos nos hablan de la inmensa necesidad de escucharnos, compartir e ir más allá de los buenos deseos.
Cierto, los cambios toman su tiempo. Inclusive para los más jóvenes. Enfrentamos muchas resistencias en un país donde las desigualdades, inequidades, violencia, entre otros lastres desfiguran un proyecto de como país y como personas. La ilusión no se abre paso fácilmente, tomar riesgos implica ser contracultural. Se enfrentan el descontento y la frustración con el servicio y la solidaridad. En esas tensiones, saber acompañar es clave. Grandes cambios vienen precedidos de pequeñas decisiones y actos que con el tiempo impactarán muchas vidas. Las personas son las que cambian, movilizan, cuestionan y siguen avanzando. En este caso, ponemos la mirada en los y las jóvenes. Tenemos muchas radiografías de cómo son, dónde están, qué hacen, etc., pero sin el acompañamiento, una escucha atenta y empática, una mirada que transmita misericordia, alegría y pasión por sus vidas, como un reflejo de sus propias fuerzas, deseos y sueños; difícilmente integrarán en sus identidades rasgos que irán germinando a lo largo del camino.
La familia es clave al igual que la educación. En esos espacios, también el acompañamiento es vital. La cultura que nutrimos, con sus modos y maneras de ser, sentir, actuar e interpretarnos emerge en cada rostro de los jóvenes desde la fragilidad, el entusiasmo, los miedos y las apuestas por ser siempre una persona mejor en un contexto estructurado por fuerzas e intereses que destruyen la dignidad de muchos de ellos y ellas. Sin acompañamiento, que no debe restringirse a la figura de ser un consejero o desde roles con poder, las tensiones en la vida terminarán por asfixiar y sepultar lo más sagrado: la vida como un don. Cada joven con su propio nombre y posibilidad.
Por ello, nos preguntamos dos cosas: ¿Qué fuerza o motivación orienta la libertad en las juventudes? ¿Cómo se construye y cómo se transforma el sentido de la vida en las juventudes? Preguntas generales, pero que necesitan diversas respuestas concretas. El acompañamiento puede sacar a flote algunas de estas respuestas, abrir posibilidades y animar en cada paso.
Uno de los testimonios en el evento «Conectando futuros» terminó con la frase «las oportunidades tienen fecha de vencimiento». Cierto o no, desde el acompañamiento y la promoción de una cultura de diálogo podremos seguir aportando a la construcción de caminos y realidades para los más jóvenes. Pregunta final: en este proceso ¿dónde estamos y qué hacemos?
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