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Sobre las emociones

Frei Betto*.- Seu Vitório, maestro de obras de la construcción civil, estaba encargado de la edificación en un lote contiguo a mi casa, en Minas Gerais. Como adolescente que yo era, y militante de un movimiento apostólico, le pregunté si creía en Dios. «Joven, navego entre dudas -me contestó-; Certezas de verdad sólo tengo una: que no hay respuesta que convenza a mis interrogantes».

Seu Vitório, ya fallecido, quizás se sintiera incómodo en el Brasil actual, marcado a hierro y fuego por el maniqueísmo. Parece que no hay término medio. O se está a favor o se está en contra. Pobre de aquel que considere que hay algo de hermoso en lo feo y que hay algo de fealdad entre tanta belleza.

En el conflicto entre los pros y los contras, los corazones se arman. Ay, quien pudiera suprimir la r de la tercera persona del plural del indicativo de ese verbo y escribir: se aman.

En una misma familia se rompe la armonía porque un sencillo suspiro de cansancio es tomado como expresión de desprecio…

El problema no reside en la diferencia de concepciones políticas, sino que se sitúa en la dificultad de mantener el control sobre las propias emociones. Si las personas pudieran ser capaces de ello habría menos necesidad de terapia y en toda ciudad habría más librerías que farmacias.

La emoción es esa extraña voz que resuena dentro de mí y entorpece mi razón. No acostumbra a enviar aviso previo. Es una mecha siempre empapada de alcohol. Basta con una palabra que me suene inconveniente para que se encienda y me haga explotar.

Sé que mi irrupción emocional no soy yo. Es como si un monstruo adormecido despertara en mis entrañas. No consigo dominarlo. Es altamente vulnerable. Basta que yo me aproxime a quien piensa diferente para que el monstruo enseñe los dientes, muestre sus garras afiladas y se ponga al acecho. Ante una sola palabra de desacuerdo la mecha se incendia, mi equilibrio salta en pedazos y surge el monstruo armado de agresividad, vestido con la coraza del menosprecio, del rechazo y del anatema.

De ese modo se invierte la oración de san Francisco: donde había paz, hay guerra; donde había amor, irrumpe el odio… pues es agrediendo como me defiendo.

¿Merece la pena, siendo tan breve la vida? La acidez que me corroe el alma ¿acaso va a cambiar el ritmo de rotación de la Tierra o, al menos, va a promover la reforma política de mis sueños?

¿Cómo domesticar las emociones? La razón no lo consigue. Ella es una frase académica comparada a la estrofa de un poema de Drummond. Hay que buscar otro recurso. Talvez la oración, que nos aúpa a la transcendencia y de ese modo nos enseña a relativizar lo que fue indebidamente absolutizado. O la meditación, que favorece el distanciamiento ante el abanico de opiniones que se abre ante nosotros.

«No intente convencer a nadie», aconsejaba Seu Vitório. «Es como querer derribar un árbol con un soplo. Usted defienda sus principios, que son como la raíz: tan frágil y sin embargo sostiene firmemente los robles más frondosos».

Frei Betto es escritor, autor de la novela policiaca «Hotel Brasil», entre otros libros.

www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.