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Reconocernos en un mundo indignado

Ze Everaldo Vicentello * (EVARED) – Para levantarse hay que saber caer y para ganar hay que saber perder. La vida es eso, saber caer y saber ponerse en pie, pero no simplemente. Aquel que no sabe o no reconoce que se ha caído, jamás sabrá lo que es levantarse, ni le dará valor a estar en pie y seguir en camino.

Para creer hay que saberse en un estado de incredulidad; para confiar, saber que se vive en la desconfianza; para estar motivado en esa dinámica de la fuerza que brota del espíritu hay que situarse en la desmotivación, esa situación crítica de la duda y la angustia que agota el día a día. ¿Cómo llamar a esta situación? En el Nuevo Testamento se le llama ‘Apistía’ y expresa una situación límite de incredulidad, falta de fe, desconfianza, desmotivación. Es el tiempo de la debilidad de la fe.

Hoy, la desconfianza y la desmotivación son generalizadas. Los más jóvenes, y la población en general, divorciados del sistema político y económico que sólo perpetúa la impunidad, la violencia y la corrupción, la pobreza, la exclusión, la ignorancia y el hambre. La figura de la vida «adulta» está en crisis, se ha corrompido, ha esterilizado a nuestra sociedad. Colmados de falsa felicidad nos han quitado la justicia y nos han dejado la ley de la resignación, para seguir creyendo aunque veamos lo contrario, en medio de esta inconsciente parálisis ciudadana, en el silencio cómplice y temeroso, destinados a ganar y ganar porque perder está proscrito y el fracaso, condenado.

Como dice Eduardo Galeano: «no vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia». Esto lo sabían y practicaron Sócrates y Jesús, quienes fueron condenados por la justicia.

¿Cómo enfrentarnos a esta parálisis, a este silencio frío? Será necesario reconocernos en un mundo indignado frente a los indignos, precisamente para señalar y separar, porque sólo reconociendo la distancia y la profundidad de la brecha es posible reconocer la ruta de la reconciliación.

El reconocimiento de nuestra fragilidad justifica nuestro derecho a hablar, a decir la verdad (esa que incomoda), un hablar libre y atrevido que moviliza, dinamiza. Esta es la parresia, la misma que aparece en el Evangelio, esa verdad desafiante del débil acerca de la injusticia del fuerte, enfrentándose al «todopoderoso» con la verdad, desde la desigualdad de su situación. El débil no tiene nada que perder, solo gana para sí dignidad, se descentra en la periferia de su marginalidad para hablar con libertad y con atrevimiento lo que desde dentro le brota como verdad en favor del bien común. La justicia le puede más.

Por un lado, este es el hablar de Jesús, ayer, hoy y siempre. Por otro, este es el hablar del ciudadano consciente, capaz de expresar la crisis de su realidad y reconocer en ella, de los caminos, el mejor. Jesús «perdió», y su fracaso es el más grande triunfo de la historia. Para ser libre, antes debes ser esclavo.

Es hora de discernir nuestra violencia y nuestra corrupción con confianza, con franqueza y con claridad, para hablar con toda libertad y sin temor, con osadía y valentía; nuestro país precisa de estas voces que nos den aliento, reconociendo nuestra situación de desaliento. Esta es nuestra Pascua, hoy; aquí residen nuestros gozos y nuestras esperanzas, nuestras tristezas y nuestras angustias.

* Educador comunitario y filósofo

Compartido por La periferia es el centro, diario La República