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Que el país se ponga como primera prioridad

José María Rojo García*.- No sé si acabamos de creernos que, en la sociedad y en la iglesia, tenemos que hacer que las periferias pasen a ser el centro (es la idea de esta columna). Y si ello es así, nos ayuda mucho a ver la vida de otra manera.

Hace unas semanas me llevé una gran sorpresa. Confieso que fue medio curioseando cuando entré en un blog religioso a leer un artículo sobre la eucaristía de Javier Aradillas, teólogo laico español, y me topé con una hermosa pintura de la Última Cena, muy conocida y querida para mí.

El llamado «pintor de la liberación», que el claretiano Maximino Cerezo B., dejó un precioso regalo en una capilla de barrio en Ica, en el Pueblo Joven Señor de Luren, y ahora yo lo veo en internet. ¿Cómo llegó? Ni lo sé, ni es lo principal.

Observen la imagen detenidamente. No hay 12 apóstoles, hay solo 5 y además no son solo varones. ¡Hay mujeres! Ni ellos ni Jesús están mirando hacia el pan y el cáliz. Aunque la eucaristía sea el centro de la pintura, hay en ella otro centro imaginario (la Periferia) hacia el que miran Jesús y los discípulos: la comunidad a la que se está invitando a sumarse, a participar. Y es que caben muchos más en la mesa.

Y se invita a participar a la comunidad iqueña. La canastita de uvas no está en la mesa por casualidad: las uvas, el vino y el pisco -en Perú- son Ica por antonomasia. Ica es llamada al centro también. Pero ¿para qué se invita a la comunidad a participar? Obviamente para que la Eucaristía les haga más discípulos de Jesús de Nazaret, seguidores e imitadores de Él. Y bien nos dijo el pintor que «El Señor de Luren tenía que quedar al centro», pues concentra la devoción y la religiosidad de todos los iqueños.

Fue en 1989 cuando monseñor Guido Breña López tuvo la genial decisión de aceptar la propuesta de mi compañero Javier Viñé Pérez de constituir una parroquia en el extrarradio, en la periferia de Ica, pero con la sede en el Pueblo Joven. Había otros sectores medios e incluso de clase media-alta, en la urbanización Santa María, que construyeron una iglesia «mayor y mejor» que el templo parroquial; pero la periferia y el Pueblo Joven fueron el centro.

Veo todo como un gran símbolo: la parroquia, el conjunto del presbiterio, la pintura de la cena. ¡La periferia al centro! Estamos en el país –no hay duda– cercados por ese coronavirus que quiere acogotarnos. Cada día las noticias nos hacen temblar más. Se me ocurre que solo tenemos una solución verdaderamente acertada y realista: que coloquemos la periferia al centro. Que el país se ponga como primera prioridad, los barrios marginales, el campo, la sierra y la selva. Y, desde ahí, cerquemos al coronavirus.

Se requieren tres cosas: cabeza (y varias las tenemos ya en el gobierno y otras instituciones), recursos (tenemos, aunque hayan sido muy golpeados los ingresos) y voluntad política (tenemos que demostrarlo). Si todos queremos, si ponemos la periferia al centro, si priorizamos el bien de todos los peruanos, con seguridad, saldremos adelante.

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* Sacerdote de la Diócesis de Lurín, Lima Sur. Miembro del Observatorio Socio Eclesial

Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.