Buenos Aires, Argentina.- Con esta interrogante: ¿Por qué la Iglesia se mete en política?, la periodista argentina Virginia Bonard fundamenta las razones por las que la Iglesia tiene, como parte de su misión, la de «acompañar y estimular a las comunidades y personas, institutos y pastorales que encuentran en la participación activa en la vida política su vocación de servicio a la ciudadanía». Y parte en su análisis de la convicción de que la «construcción de un país pasa justamente por “meterse” ahí, en política, para tratar de aportar desde las herramientas que brinda la democracia: partidos políticos, elecciones libres, funcionamiento de las instituciones, espacios que otorguen voz a la sociedad civil, independencia de poderes, garantías para el ejercicio de derechos y la exigencia del cumplimiento tanto de deberes individuales como sociales.
En un artículo publicado en el periódico digital Ciudad Nueva advierte que el cristiano «mira al otro y se preocupa por las calidades de vida digna; y algo de esto (mucho, diría yo) hay en la buena política, ¿verdad? “Dónde está mi hermano” es en esos casos una cuestión basal.
De la mano de la Doctrina Social de la Iglesia, Virginia Bonard argumenta que este compendio del magisterio eclesial ofrece «las recomendaciones para vivir y transitar la política desde una perspectiva evangélica en busca de la dignidad humana y del bien común de los pueblos y de los ciudadanos que los conforman».
Ante las situaciones de pobreza, marginalidad, injusticia, «la política es la puerta y oportunidad a la transformación, la forma más alta de la caridad, del amor», dice.
Citando expresiones del entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, antes de ser nombrado papa Francisco, destaca que “El liderazgo es un arte, que se puede aprender. Es también una ciencia, que se puede estudiar. Es un trabajo, que exige dedicación, esfuerzo y tenacidad. Pero es ante todo un misterio, no siempre puede ser explicado desde la racionalidad lógica. El liderazgo centrado en el servicio es la respuesta a la incertidumbre de un país dañado por los privilegios, por los que utilizan el poder en su provecho, por quienes exigen sacrificios incalculables mientras evaden responsabilidad social y lavan las riquezas que el esfuerzo de todos producen. El verdadero liderazgo y la fuente de su autoridad es una experiencia fuertemente existencial. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente, ha de ser ante todo un testigo. Es la ejemplaridad de la vida personal y el testimonio de la coherencia existencial. Es la representación, la aptitud de ir progresivamente interpretando al pueblo, desde el llano, y la estrategia de asumir el desafío de su representación, de expresar sus anhelos, sus dolores, su vitalidad, su identidad”.
«La soledad y el ejercicio de la política no se llevan. El político naturalmente se agrupa, tiene equipos, representa a otros y se rodea de quienes son afines a sus propuestas y decisiones. Bergoglio, ya papa Francisco, hace muy poco se dirigió a la Comisión Pontificia para América Latina y reflexionó sobre el punto: “Ser católico en la política no significa ser un recluta de algún grupo, una organización o partido, sino vivir dentro de una amistad, dentro de una comunidad. Si tú al formarte en la Doctrina Social de la Iglesia no descubres la necesidad en tu corazón de pertenecer a una comunidad de discipulado misionero verdaderamente eclesial, en la que puedas vivir la experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de lanzarte un poco a solas a los desafíos del poder, de las estrategias, de la acción, y terminar en el mejor de los casos con un buen puesto político pero solo, triste y con el riesgo de ser manipulado”.
Lea aquí el artículo íntegro de Virginia Bonard, en el periódico digital Ciudad Nueva