«Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz.» (Papa Francisco, FT 2020).
Tras un año convulso y doloroso a nivel global, la escena política vuelve a situarse en el centro de la vida del país a causa de las próximas elecciones. Sin embargo, en esta ocasión la llamada ‘fiesta de la democracia’ tiene connotaciones particulares, una de ellas, el progreso de las tecnologías de información y comunicación que han transformado el marketing político, fomentando el uso de las redes sociales, espacios virtuales que son utilizados también para evidenciar las posiciones electorales que, en la mayoría de las ocasiones, genera enfrentamientos entre opositores. Otro hecho que se evidencia en estas plataformas es el bombardeo de noticias falsas o fake news que distorsionan la realidad.
En el pasado, la humanidad ya fue víctima de ideologías degradadas a fanatismos -en ocasiones enfermizos- que cobijaron actos de barbarie contra la dignidad humana. A lo largo de la historia, las discrepancias políticas han generado división social e incluso enemistad. Haciendo caso omiso de la historia y las consecuencias de los discursos de odio vertidos por diversas líneas políticas alrededor del mundo, nos hemos convertido en pleno siglo XXI en testigos -y en ciertos casos protagonistas- de una contienda que fractura el diálogo respetuoso y saludable e impide la construcción de una verdadera democracia.
En la actualidad, hablar de política es sinónimo de discusión, pelea e imposición. Nos hemos convertido en seres intolerantes que, en lugar de escuchar al otro, buscar puntos de encuentro y generar puentes que acerquen a quienes piensan distinto, causamos fisuras en una sociedad que involuciona, tornándose casi primitiva y finalmente, autodestructiva. Urge implementar, desarrollar y practicar una cultura de diálogo para empezar a recuperar la política.
Es tiempo de exigir un signo de esperanza a la clase política, empezando por la forma de operar sus campañas. Quienes aspiran a una posición de SERVICIO al país son los primeros llamados a cambiar su lenguaje y la forma de relacionarse con sus contendores, dejando de lado los ataques personales y las calumnias, debatiendo sobre contenidos dentro de un marco ético, y manteniendo un intercambio de altura que demuestre que poseen la integridad moral suficiente para merecer nuestra confianza y voto para que nos representen como gobernantes.
Los ciudadanos que respetamos y fomentamos la democracia, creyentes o no, debemos recordar que en el encuentro y en el reconocimiento del otro, con voz y pensamiento propio, reconocemos también nuestras responsabilidades, derechos y libertades. Cuando nos descubrimos como miembros de una sociedad civilizada y fraterna que busca la solidaridad, la justicia, la paz, el progreso, el bien común…, estamos en capacidad de escuchar los pensamientos y las necesidades de los demás, sin forzarles a que asuman nuestra manera de pensar y actuar para satisfacer intereses individualistas o sectarios.
Dialoguemos con el poder, a través del voto, que queremos una política de respeto que considere y valore al que piensa distinto.
—–
Carta No. 63 – 17 de enero 2021, de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz
Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe