Por: Guillermo Valera Moreno (*).- Muchas veces nos preguntamos: ¿de qué vale identificar un problema si no sabemos poner los medios necesarios para encararlos, para luchar contra él, para intentar hacer algo desde mi propia circunstancia? Creo que todos sabemos, de modo general, que no debemos robar o apropiarnos de lo que no nos pertenece. Nos cuesta un poco más aprender a no aprovecharnos de nuestra condición de poder (el pequeño o gran poder que podemos tener), desde lo que nos toca hacer en la vida, empezando en la familia, en el trabajo, en nuestra relación con amistades, vecinos y gente en general, o incluso en nuestra propia comunidad creyente (ya fuera de religiosos o laicos).
Sin embargo, ¿no debiéramos abordar estos temas desde algo distinto? Por ejemplo, podría ser sugerente hacerlo desde cómo cada uno lleva una vida austera y equilibrada. Es decir, no gasto por gastar el poco o mucho dinero que poseo, entendiendo que me lo gano honradamente y no aprovechándome de las ventajas que me da estar en un puesto público, en una empresa u otra entidad. ¿Cómo aprendo a gastar de acuerdo a mis justas necesidades (y confort), sin dejarnos arrastrar por un consumismo irracional y del descarte?; porque, como nos lo recuerda el Papa Francisco, terminamos descartando hasta las propias personas que nos rodean o las que se encuentran más lejanas de mi inmediata realidad. Claro, cada uno tendría que discernir cuál es su justo equilibrio de austeridad, sin generarse autoengaños.
Quizás podríamos generar un «diezmo» de solidaridad con quienes tienen más necesidades. Ya no para aportarlo a una Iglesia o religión determinada, sino para encaminarlo hacia las necesidades vitales más urgentes de tanta población. O para sumarlo a políticas públicas que uno puede ayudar a promover en torno a la educación, la salud, la nutrición, las oportunidades de empleo juvenil, la innovación y la investigación, la seguridad, y quizás un largo etcétera. Podemos combinar austeridad con solidaridad de modo creativo y con la libertad propia de lo que cada quien vea mejor de encaminar. Pero habría que hacerlo.
Lo anterior también se aplica al medio ambiente y la preservación de la naturaleza, la defensa de nuestra ecología amenazada hoy a nivel mundial, especialmente por el llamado «calentamiento global» y un sistema económico capitalista, centrado en el aprovechamiento irracional de los recursos naturales y su constante degradación. Especialmente alrededor del agua, el aire o las diversas energías de origen fósil. Sólo el caso del agua podría ser aleccionador si nos dedicáramos a ahorrar un porcentaje de lo que usamos a diario. Claro, ello supone que cada uno se detenga a ver cómo gasta el líquido referido en cada caso.
Desde que nos aseamos cada día al levantamos, cómo lavamos las cosas que requieren limpieza, cómo controlamos fugas de agua en los diversos conductos que tenemos, ¿cuánta agua dejamos correr en cada baño?, ¿es la necesaria? Ni qué decir de las piscinas que consumen grandes cantidades de agua para el sólo beneplácito o capricho de sus dueños, ¿las debiéramos prohibir? En fin, no nos vamos a meter a detalles de la vida privada de cada quien, pero es parte de lo que nos corresponde abordar y empezar a recorrer con mayor responsabilidad. Y también empezar a cambiar costumbres que no son las mejores, a generar mejores hábitos, desde los más pequeños, en la escuela y en sus hogares.
¿Lo podemos hacer? ¡Claro que lo podemos encaminar!, y de muy distintas maneras. Algo así como lo que significa la convivencia. Todos estamos convencidos, aunque de seguro de distinta manera, de la importancia de la convivencia entre unos y otros, en la necesidad de lograr mejorar nuestras relaciones interpersonales, interinstitucionales, en el hogar que nos alberga y en tantos espacios diversos. Y con un desafío aún mayor. Aprender a hacerlo con los diferentes y no solamente a nivel de nuestros pares. Y como se insistió en la homilía por los 450 años de la presencia Jesuita en el Perú (domingo 22 de abril en la iglesia San Pedro), lo importante de aprender a hacerlo escuchándonos mejor, abriéndonos con mayor calidad a los demás, estableciendo la apertura necesaria a los diferentes, en especial, con los más pobres y débiles.
Preguntarnos cada uno cómo combatir la corrupción desde la austeridad, en la gestión honesta de mis propios recursos y solidaridad con los que requieren más atención. Cómo estar atentos al medio ambiente, empezando desde cómo gestiono el agua que pasa por mis manos. Cómo crecemos en convivencia sabiendo escucharnos mejor en lo que nos corresponda. Siendo lo más importante el cómo aprendemos a ponernos de acuerdo, a caminar juntos, a ser más cooperativos… a entender de modo inclusivo que todos somos necesarios.
(*) Sociólogo, integrante de la Comunidad de Vida Cristiana y responsable de proyectos en la Oficina de Desarrollo y Procura jesuita.