Por: José Luis Franco (*).- «Los que estamos aquí amamos a nuestra patria y no queremos que siga imperando la corrupción, la delincuencia, la impunidad y la violencia. Los que estamos aquí queremos construir para nuestros hijos una patria libre e independiente hacia el bicentenario, y eso sólo se puede hacer sobre la base de la justicia».
Éstas fueron las palabras de una de las personas que intervino durante la marcha en contra del posible indulto al ex presidente Alberto Fujimori, sobre quien recaen serias acusaciones de violación a los derechos humanos, pero sobre todo, quien junto a su camarilla socavara las bases de nuestra frágil democracia.
Esta marcha ha develado nuevamente una verdad: las víctimas en el pasado parecen ser las mismas víctimas de hoy, para las cuales los ideales de justicia y libertad siguen siendo un asunto por cumplir. Y las palabras mencionadas en el encabezado tienen un gran sentido si proyectamos nuestra sociedad hacia el futuro: ¿cómo construir una patria libre e independiente hacia el bicentenario? ¿Cómo saldar las deudas de justicia que aún tenemos con la población? Y qué sentido de fe podemos encontrar en esta próxima conmemoración.
El texto busca ofrecer una mirada de fe sobre diversas tareas pendientes que tenemos como sociedad encaminada a cumplir su segundo siglo como república independiente. Una república que nació con el sueño de una ciudadanía universal, pero que aún no se concretiza. Para esta mirada de fe he recurrido a la figura del peregrinaje, que no es exclusividad del cristianismo. La antropología religiosa lo estudia como parte de una fe universal y lo define como la acción individual o grupal de visitar determinados lugares como expresión de fe.
Un peregrinaje implica ponerse en camino (no sólo en el sentido figurado, sino real) y ello debe nacer de una voluntad dirigida a un objetivo. El peregrinar no se reduce a una cuestión intimista y personal, sino que además debe procurar un cambio general en el peregrino, es decir, la búsqueda de una respuesta a su vida espiritual y que se proyecte en cambio hacia su comunidad. Nuestra sociedad debería entrar en esa lógica hacia el bicentenario al auscultarse como país: cómo nos hallamos como sociedad, qué tanto hemos avanzando en un sentido plenamente humano, y cuál es la agenda pendiente.
El peregrinaje me parece entonces una metáfora apropiada para nuestro camino hacia el bicentenario patrio. Y la cercanía a esta memorable fecha nos obliga a revisar algunos conceptos, dentro de los cuales el de ‘patria’ es quizá el más controvertido. La patria es el lugar donde nacemos y que nos genera un vínculo con ese espacio y con su gente.
Muchas veces la patria responde a la parte más sensible de nuestro ser, porque se asienta en la emoción y eso la sacraliza. Ello representa una dificultad que nos impide muchas veces ser críticos, porque terminamos absolutizando determinadas formas de pensar y de vivir que coloca un muro cuando se trata de demostrar el amor a la patria reflejándolo en el respeto al otro. En un país tan diverso culturalmente, considerando nuestra riqueza prehispánica y los diferentes «soplos» culturales ulteriores, se trata así de un pendiente social imperativo para el bicentenario con relación al «otro» dentro de nuestro país.
Un pendiente social que afrontamos, si bien en términos más recientes, es que aún no somos una sociedad reconciliada luego tras dos décadas de violencia. El Informe Final de la Comisión de la Verdad en su conclusión n° 168 fue bastante claro: «Ningún camino hacia la reconciliación será transitable si no va acompañado de un ejercicio efectivo de la justicia, tanto en lo que concierne a la reparación de los daños sufridos por las víctimas cuanto en lo relativo al justo castigo a los perpetradores y el consiguiente fin de la impunidad. No se puede construir un país éticamente sano y políticamente viable sobre los cimientos de la impunidad». ¿Cuánto hemos avanzado en esa materia?
Otro pendiente, y tal vez el más complicado, es el tema del racismo y la discriminación. El racismo que perpetúa la existencia de ciudadanos de primera y segunda clase. Por eso, no sorprende el desprecio a la vida en diversas situaciones, como fue todo el accionar durante el conflicto armado interno.
Es positivo que se condene el racismo en lo público y eso es un avance, pero falta aún trabajar en el fuero interno, y eso es lo más difícil porque mantenemos aún en lo más privado ciertos comportamientos racistas. Finalmente, una cuestión ya mencionada párrafos arriba, consiste justamente en la falta de entendimiento de la múltiple diversidad cultural y social, que es percibida como un obstáculo para nuestro desarrollo, cuando en realidad es un potencial que debemos fortalecer e integrar, y para lo cual nadie debe quedar fuera.
Hoy nos encaminamos al bicentenario sabiendo que aún tenemos deudas que saldar. Tal vez no logremos superar estas taras sociales, porque no es algo que en cuatro años sea solucionable, pero creo que debemos empezar con pequeñas acciones. Por ello, he unido el sentido de peregrinaje al bicentenario, ayudando a entender mejor que frente a un proceso complejo, podemos aplicar un sentido de fe que amplía la mirada sobre nuestra realidad.
El Antiguo Testamento nos recuerda cómo el pueblo de Israel peregrinó por el desierto rumbo a la Tierra Prometida, pero no bastaba con llegar a una meta, sino que el mismo proceso significaba un cambio, una conversión. En conclusión, la fidelidad perenne a los ideales patrios sólo podrá plasmarse a través de una conversión personal que nos invite a vigorizar la sensibilidad frente al otro, reconocer y respetar las diferencias, y entender que bajo una misma bandera, podemos gestar una nueva sociedad, más justa, más solidaria, más fraterna y más humana.
(*) Teólogo.
Iniciativa Vaticano II
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