Ciudad del Vaticano (EVARED).- La misión de Jesús, como la de la Iglesia y la de todo bautizado en la Iglesia, es Evangelizar a los pobres. Porque ser cristiano y ser misionero es lo mismo», expresó el Papa Francisco antes de rezar el Ángelus en el tercer domingo del tiempo ordinario, al recordar que el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora, que consiste en anunciar el perdón de Dios Padre misericordioso.
Para el papa, anunciar el Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros.
Francisco también se preguntó ¿qué significa evangelizar a los pobres? Significa – dijo – acercarse a ellos, servirlos, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios.
Tras afirmar que probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe, invitó a plantearnos si ¿hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones y en los movimientos, somos fieles al programa de Jesús? Y si la evangelización de los pobres es nuestra prioridad; pero no bajo la forma de asistencia social, y menos aún de actividad política.
«Se trata – aclaró el Papa – de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor», puesto que los pobres – dijo – «están en el centro del Evangelio».
El Pontífice concluyó su meditación antes de rezar el Ángelus invocando a María, Madre de los evangelizadores, para que nos ayude a sentir el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres, para que seamos capaces de testimoniar concretamente la misericordia que Cristo nos ha dado.
Texto y audio de la alocución del Santo Padre Francisco antes del rezo mariano del Angelus:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con el poder del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras; es una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros y estos obedecen (Cfr. Mc 1, 27). Jesús es diverso de los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no ha abierto una escuela para el estudio de la Ley, pero va a predicar y enseña por doquier: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre andando. Jesús también es diverso de Juan Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora entramos también nosotros – imaginamos – que entramos en la sinagoga de Nazaret, la aldea donde creció Jesús hasta llegar casi a los treinta años. Lo que sucede allí es un acontecimiento importante, que traza la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el rollo del profeta Isaías y elige el pasaje en el que está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de la expectativa de todos, dice, en medio del estupor general: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (v. 21).
Evangelizar a los pobres: ésta es la misión de Jesús; según [lo que] Él dice; ésta es también la misión de la Iglesia, y de todo bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar e1 Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, más bien, privilegia a los más lejanos, a los que sufren, a los enfermos, a los descartados de la sociedad.
Pero hagámonos una pregunta: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa ante todo acercarse a ellos, significa tener la alegría de servirlos, de liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el Evangelio de Dios, es Él la Misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él quien se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza.
El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios venido entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en tiempos de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Y podemos preguntarnos: ¿Hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles al programa de Cristo? ¿La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, es la prioridad?
Atención: no se trata sólo de hacer asistencia social, y menos aún actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales según la lógica del amor. En efecto, los pobres están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y a toda comunidad cristiana testimoniar concretamente la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado. (María Fernanda Bernasconi – RV).
Radio Vaticana