José Antonio Varela Vidal* .- La anunciada canonización del beato papa Pablo VI -durante el próximo Sínodo de los Jóvenes a fines de octubre-, se inscribe entre los actos más significativos del actual sumo pontífice Francisco, quien ostentará el récord de haber elevado a los altares a tres antecesores suyos. Sumado a eso, la decisión toma más relevancia ya que él conoció en vida a los tres, y ha ejercido su ministerio sacerdotal y episcopal bajo la luz de tales magisterios.
El hecho de que en pocos años haya proclamado a los santos Juan XXIII y Juan Pablo II, y ahora a san Pablo VI, nos permite leer el reconocimiento implícito de Francisco de que los papados han de caracterizarse por una vida valiente, austera y santa. Por ello no es de extrañar que quien ya les sigue los pasos sea el venerable Juan Pablo I.
Motivos para una canonización
Los milagros reconocidos para la beatificación y canonización de Pablo VI son un canto a la vida. Su primera intercesión confirmada tuvo que ver con la curación de un niño por nacer en 2001 en Estados Unidos, quien sufría de una insuficiencia urinaria que ya había merecido el desahucio de los médicos e incluso le sugerían a la madre que abortara… Fue así que pasadas algunas semanas de embarazo se dio la inexplicable curación del pequeño, lo que se convirtió en un hecho inexplicable y decisivo para la beatificación.
En la otra orilla, un caso ocurrido en 2014 en Verona (Italia) fue analizado y certificado también como «inexplicable» para la ciencia médica y los expertos del Vaticano, lo que ha dado paso a la ansiada canonización. Se trató de una niña por nacer de 24 semanas quien, al quedarse sin líquido amniótico por la rotura de la placenta, estaba condenada a morir. Su madre, también inducida al aborto por los riesgos que esto conllevaría, decidió continuar con su embarazo hasta dar a luz con éxito, habiendo encomendado a su hija en todo momento a la intercesión del beato Pablo VI.
Heroicidad de un papado
Algunos analistas quieren identificar como parte de la vida heroica de Pablo VI, diversas acciones que brotaron de un corazón cincelado por el propio Cristo, quien siempre llama al hombre al entendimiento y al diálogo con el mundo.
Nos referimos a la lúcida decisión del papa para que las sesiones del Concilio Vaticano II lleguen a su fin, y sobre todo la forma correcta en que implementó las reformas con pulso firme. Siguiendo dicha continuidad, fue alentador escuchar a Francisco decir meses atrás, que la reforma litúrgica del Vaticano II «es irreversible».
Aún está muy presente en todos, el abrazo fraterno de Pablo VI con el patriarca Atenágoras I en 1964 en Jerusalén, lo que levantó la excomunión mutua impartidas desde 1054, en un hecho que abrió las puertas al ecumenismo que hoy se goza.
Junto a su esfuerzo por alentar los principios de la vida y la familia -aún en contra de arremetidas por parte de sectores progresistas-, el papa Montini tuvo que enfrentar la invasión de la postmodernidad con su discurso de indiferencia ante Dios, cuyo efecto principal ha sido la ideología del laicismo en algunas sociedades, así como el secularismo en evidentes sectores de la Iglesia.
Un papa social
El beato Pablo VI también fue un protagonista de la Guerra Fría, al haber alzado su voz de paz en foros mundiales como la ONU; o a través de encíclicas como Ecclesiam Suam y Populorum Progressio, dando esta última razones para trabajar en favor de la cooperación entre los pueblos, y a atender con mayor prontitud el problema de los países en vías de desarrollo.
Esta encíclica, que resalta los principios básicos de la doctrina social cristiana, como es el salario justo, la seguridad del empleo y las adecuadas condiciones de trabajo, propone en el texto la creación de un fondo mundial para ayudar a los países en vías de desarrollo. Una antesala, diríamos, a los tan anunciados «Objetivos del Milenio» promovidos por la ONU, con el consenso y el compromiso de casi todos los países.
En Hispanoamérica se le recordará de manera especial por haber cruzado el océano en 1968 para inaugurar la II Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) en Medellín, Colombia. De este modo, contribuyó a sentar las bases para la acción social y evangelizadora que ha caracterizado al también llamado «Continente de la Esperanza» por san Juan Pablo II, y del cual ha surgido un papa argentino para estos tiempos no menos conflictivos.
Nos quedará en el recuerdo la fecha del anuncio de su canonización, junto a la del beato Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, quien fuera asesinado por odio a la fe en su país en 1980. Una coincidencia natural pues «se estimaban de una manera increíble», según recientes palabras del obispo italiano Vincenzo Paglia, postulador incansable de la causa de Romero por casi veinticuatro años.
*Periodista