Juan Bosco Monroy Campero*.- Uno de los instrumentos más importantes para la opresión y la marginación es silenciar e invisibilizar. Como dice el dicho, lo que no se ve, no se siente y lo que no se siente no incomoda; lo que no incomoda no moviliza al cambio.
El sufrimiento de los pobres y sus condiciones reales de vida se desconocen; el proyecto de la periferia no se escucha sino que colonizadoramente se impone el proyecto del centro; los acontecimientos de la provincia solo aparecen como crímenes y solo «es real» lo que sucede en Lima o en las ciudades grandes.
El movimiento terrorista existía en lo profundo del Perú y los pobres lo sufrían, pero se necesitó que se hiciera presente en Miraflores para que empezara a ser considerado como real.
Colón registra en su Diario: «todo tomaban y daban de aquello que tenían con buena voluntad, pero me pareció que eran gente de todo pobre… Y creo que luego se harían cristianos, pues me pareció que ninguna secta tenían. Yo, se aprueba Nuestro Señor, llevaré de aquí, al tiempo de mi partida, seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar».
Ahí está representada, metafóricamente, la cuestión esencial de la colonización y dominación. Es la cuestión del pobre, del pagano y del bárbaro. El «otro», el diferente, es silenciado e invisibilizado; negado. Lo suyo no es real, no es válido, simplemente no es. No es religión, es superstición; no es civilización, es barbarie; no es lengua, es dialecto…
La misma denominación de «nuevo mundo» es significativa; este continente acaba de nacer; no tiene historia, cultura, no tiene nada anterior a la llegada del proyecto colonizador y dominador, en oposición al viejo mundo, que si tiene una historia que le da sustento; una cultura que le da valor; una religión que la justifica. Silencia e invisibiliza y puedes dominar, excluir, marginar, eliminar… Es el lenguaje no inclusivo, o el silencio en vez denunciar.
En los encuentro de Jesús de Nazaret con el pueblo sufriente; siempre se da un proceso por el que la periferia es colocada en el centro… El ciego está «a la orilla del camino» y cuando comienza a gritar, lo intentan callar. Jesús, por el contrario, se detiene, lo llama, lo hace colocar en el centro y le pregunta lo que quiere… La mujer con hemorragia, callada, oculta, invisible y, de nuevo, Jesús la busca, la llama, la hace pasar al centro y hablar.
Jesús hace ver y oír lo que nadie quiere ver y oír… visibiliza y da voz a quien nunca la ha tenido. Nos hace ver y oír la situación real a la que hemos tenido sometidas a esas personas; el sufrimiento real que les hemos causado; las condiciones reales de marginación en que han vivido. Nos hace oír los deseos, proyectos, necesidades que nunca han sido tomados en cuenta.
Con Jesús, la periferia pasa al centro y el proyecto de la periferia comienza a ser tomado en cuenta. Se da un proceso de descentramiento a partir de ver y oír lo que ha estado callado e invisibilizado. Jesús mismo es periferia: Galilea; y el proyecto del «Reino de Dios», como Él lo llama, es el proyecto de la periferia donde se dan «buenas noticias a los pobres», se «libera a los oprimidos», se «abren los ojos de quienes no pueden o no quieren ver», y se busca la construcción de una sociedad equitativa e inclusiva, justa. Este Jesús, periferia geográfica, se vuelve periferia social que no encaja en el modelo y el proyecto del centro político y religioso; es un «excéntrico»; su familia lo busca para encerrarlo porque piensan que está loco. Al final lo matan por esta excentricidad que él representa y provoca; lo matan echándolo fuera del centro, de la ciudad y del templo. En Jesús, Dios mismo es periferia y nos convoca al proyecto de la periferia.
Hacer ver y hacer oír…
Como Jesús de Nazaret; como Romero, «voz de los sin voz», como Francisco haciendo oír el grito de los pobres y el grito de la tierra; como el fiscal Pérez haciendo visible la corrupción; como las víctimas del abuso del clero.
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* Docente de la Maestría en consejería de la Universidad Ruiz de Montoya.
Columna: La Periferia es el Centro, compartido por Diario La República