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SIGNIS ALC

24 diciembre 2014

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Navidad: Nació la luz

Navidad: Nació la luz

Comentario al Evangelio que se proclama en la celebración eucarística de Navidad, el 25 de diciembre de 2014.  La lectura es tomada del Evangelio según San Lucas 2,1-14.

 

 

Nació la luz

Jesús, el Dios con nosotros se encarna en nuestra historia humana. El evangelista Lucas nos presenta a José y María dos jóvenes que caminan a Belén para censarse. Allí María dará a luz un niño, que lo acogen, se alegran y aman a este recién nacido. «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). José «varón justo» (Mt.1, 19), no teme recibir a María como esposa (Mt.1, 20). Acepta esta vocación y misión que Dios le encomienda. Se ha puesto como todos los pobres en camino para cumplir con la voluntad de Dios, asumir la paternidad y poner el nombre al hijo que nace en condiciones de excluido. José comprende que está ante un gran misterio, ante la realidad de un Dios que se hace niño, que ríe, crece, anuncia y predica una vida nueva, que culmina con su muerte y resurrección.
Dios ha visitado a su pueblo. Y en esta noche santa: «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» (Is. 9,1). Los primeros a quienes se les anuncia esta buena nueva es a los pastores: «No teman, les doy una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David, el Salvador, el Mesías y Señor» (v. 10-11). Es un Dios tan humano y sencillo nacido entre los pobres. «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: sobre sus hombres descansa el poder y su nombre es: Consejero Admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la Paz» (Is. 9,5). Este Dios está con nosotros, se hizo pobre para que nosotros fuéramos ricos por su pobreza (2 Cor 8,9).
Desde un pesebre nace la luz de la esperanza para todo creyente, para que veamos a la luz de Jesús nuestra realidad: miremos a nuestros niños que nacen y crecen en zonas de exclusión para que establezcamos su reino de amor, mejorando las relaciones familiares, protegiendo y educando a nuestros niños, as, en los valores del amor a Dios y así mismos, sembrando en el corazón de la sociedad, de los dirigentes y ciudadanos el reino del derecho y la justicia, como signos que queremos una ciudad en paz.

 

Desde el pesebre de Belén se escucha el llanto y el gozo de un niño que nos interroga frente a tantos niños hambrientos y desnutridos para que hagamos lo posible de hacerlos crecer en una condición de vida más humana, donde nuestra fe sea una entrega generosa para abrir caminos de esperanza y reconciliación entre los pueblos.

 

Los cristianos tenemos que celebrar la alegría de la vida, la esperanza que está naciendo en los pobres que claman por el derecho a la vida, a la alimentación, a una mejor educación, a un mejor anuncio de buenas nuevas que formen una conciencia ciudadana y ética que haga nacer a Jesús en el corazón de cada ser humano y su Palabra encarnada en una sociedad que sea constructora de paz con justicia y verdad.

 

La gloria de Dios se manifiesta en los hechos cotidianos de nuestra vida cuando somos constructores de paz consigo mismo, con los demás, con la tierra y el ambiente que vivimos y respiramos, entonces sí podemos proclamar con alegría: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor» (v.14) (Fr. Héctor Herrera, o.p.)