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Mujer: fortaleza, trabajo, ternura y esperanza

«Hoy, sigue habiendo mujeres que sufren violencia: psicológica, verbal, física, sexual. Es impresionante el número de mujeres golpeadas, ofendidas, violadas. Las distintas formas de malos tratos que sufren muchas mujeres son una cobardía y una degradación para toda la humanidad. Para los hombres y para toda la humanidad. Los testimonios de las víctimas que se atreven a romper su silencio son un grito de socorro que no podemos ignorar. No podemos mirar para otro lado…» (Papa Francisco, 2021).

Llega de un largo día de trabajo, deja el uniforme fuera de la casa por bioseguridad, toma un baño y se coloca el delantal para seguir con la jornada… ahora es mamá o esposa o hermana o hija, tal y cual, como la suya. Y en el campo, la zona rural, la vida de la mujer es aún más complicada y compleja que en la ciudad.

Esta es la cotidianidad de muchas mujeres en todo el mundo, en especial de las que tienen trabajo remunerado. Durante la pandemia del covid 19, muchas mujeres trabajadoras de la salud o sanitarias, de seguridad o vigilancia, cajeras o vendedoras… han visto complicada su realidad, han arriesgado su vida para llevar el pan a su casa. También muchas mujeres están al frente de organizaciones locales, barriales, populares, empresas o países, son líderes ejemplares y eficaces por la forma en que han enfrentado la pandemia, con conocimiento, experiencia, habilidades y perspectivas diferentes, con resultados de más éxito ante el impacto sanitario y socioeconómico, según destaca OnuMujeres.

Esta organización de Naciones Unidas señala que se ha registrado un aumento en los índices de violencia contra la mujer al tiempo que se han incrementado: pobreza, desempleo, falta de atención a la salud, educación, pérdida de empleo por ser mujer, subempleo, trabajo no remunerado, migración. Por cierto, la restricción de movimiento, el aislamiento social y la inseguridad económica contribuyeron a la vulnerabilidad y violencia en el ámbito privado, llegando al maltrato doméstico, abuso, violación y muerte…, las estadísticas señalan que cada día 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia; las mujeres adultas representan casi la mitad de las víctimas de la trata de seres humanos detectadas a nivel planetario; a escala mundial, una de cada tres mujeres ha sufrido alguna vez violencia física o sexual y 15 millones de niñas adolescentes de 15 a 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo (OnuMujeres).

El 8 de marzo debe ir más allá del feliz día, del ramo de rosas. Es un día de reivindicación, de lucha, de esperanza, de cambio y reconocimiento a su valía y trascendencia. Ante la vulneración de sus derechos, ante su vida aún mancillada, su voz grita justicia, igualdad, equidad, oportunidad… y todos debemos sumarnos a ese grito, a ese reclamo de justicia.

En un mundo en el que hay que ajustarse y acomodarse a las ‘nuevas dinámicas de vida’, en el que las mujeres siguen cumpliendo su rol indispensable en la sociedad, en el que la familia es el espacio central que evidencia la inmensa gama de funciones que cumple, está pendiente vencer el machismo y desterrar muchos prejuicios y perjuicios que atentan contra su dignidad e integridad.

Es necesario e impostergable que como sociedad apoyemos su lucha diaria para que sus derechos sean reconocidos. Ella seguirá aportando a toda la humanidad desde lo sencillo o lo importante, desde la pequeñez o la grandeza… desde la vida.

A la luz de María de Nazareth trabajemos para dar testimonio de amor, de entrega, de dedicación, de fortaleza, de ternura, de diálogo, de escucha y de esperanza… expresiones de vida plena, de alegría inmensa, de educación liberadora y organización infatigable; que supera todos los obstáculos que la sociedad sigue manteniendo.

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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz

Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe