“Los tiempos nos hablan de mucha pobreza en el mundo, y esto es un escándalo. La pobreza del mundo es un escándalo. En un mundo donde hay tantas, tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, que haya tantos niños sin educación, ¡tantos pobres! La pobreza, hoy, es un grito”. (Papa Francisco, 2013)
Tres de cada 10 ecuatorianos (5,7 millones de personas) viven en situación de pobreza, con menos de US $84 mensuales. Y en extrema pobreza, uno de cada 10 sobreviven con menos de US $ 47.37 al mes. De estos, la mayor concentración en pobreza y extrema pobreza está en el área rural: alrededor del 77%; y en el sector urbano: el 33% (INEC jun/2021).
En gran parte estas pobrezas se deben a la escasez de empleo. En Ecuador de los 8,39 millones la Población Económicamente Activa – PEA, apenas un tercio (2,68 millones) posee empleo adecuado. En las zonas rurales de los 2,8 millones, solo 446 mil personas (15,7%) cuentan con un empleo adecuado. El 25,9% está en el subempleo, es decir, gana menos de un salario básico, el 32,7% tiene cualquier otro tipo de empleo para sobrevivir, el 23,2% tiene un trabajo no remunerado y el resto está en el desempleo, según el INEC.
Esta pobreza estructural es parte del «paisaje nacional» y es aceptada como normal por la sociedad. Pocos se preguntan por las causas de esta realidad lacerante que carcome el tejido social. Simplemente está ahí presente. Para muchos pasa desapercibida y solo es mencionada en períodos electorales por candidatos que buscan votos, o en ocasiones especiales como Navidad.
La cruda realidad de la pobreza material no cambia porque hay una pobreza integral, sistémica, holística, que va más allá de la ausencia de recursos económicos y que abarca la integridad del cuerpo social. Como país estamos sumidos en una miseria ética que ha gangrenado todo el circuito cotidiano, que se manifiesta en la galopante corrupción, descarada impunidad, manipulación fraudulenta de la justicia, palanqueos, abusos de poder, primacía de intereses personales y de grupo, degradación de la palabra, irresponsabilidad, indisciplina y engaño, entre otras.
Además de económica… vivimos una pobreza ética, espiritual, social y política. Lamentablemente para este tipo de pobrezas no hay estadísticas ni definiciones, sin embargo y sin temor a equivocación, esta pobreza mantiene a la sociedad sumida en una «desnutrición ética extrema y crónica» que impide el desarrollo del país.
Vivimos en medio de una combinación perversa de pobreza material y ética que afecta a todo e impide cualquier posibilidad de equidad, ecuanimidad, justicia, paz, desarrollo, buen vivir… para toda la población. Es una pandemia que deambula por todas partes y se ha posicionado fuertemente. Está ahí, sin políticas ni planes estatales que puedan enfrentarla. Mientras tanto, la degradación ética sigue haciendo de las suyas y creciendo en las diferentes instancias.
La pobreza tiene, por un lado, unos rostros que evidencian hambre, falta de empleo, de servicios básicos, de medios para subsistir diariamente y, por otro, unos rostros encandelillados por el poder, la demagogia, el oportunismo, el individualismo, el lujo y la abundancia alcanzada por la voraz ambición que ha fracturado el valor humano.
Es necesaria una movilización ética nacional, que vaya más allá de credo u opiniones políticas, que desafíe todas las formas de injusticia, de corrupción, de impunidad, que incida sobre las causas estructurales de la pobreza y el hambre, que cree y garantice un trabajo decente y útil para todos, especialmente para los más pobres, y que se oponga a la economía de la exclusión, consumista y egoísta, y a la cultura del descarte.
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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.