Llega la Navidad y queremos desearles lo que San Pablo en nombre de Dios nos invita insistentemente: «estén siempre alegres». De verdad ese es el augurio que les deseamos.
Algunos nos dirán: ¿Cómo estar alegres si los hombres no logramos la reconciliación y la paz, no solo en la sociedad en que vivimos, sino también en el seno de nuestras familias? ¿Cómo estar alegres si nuestros hijos y nietos viven con escasas oportunidades de estudio y de trabajo?
¿Cómo vivir alegres si tantos niños, adolescentes, y jóvenes, padres, autoridades públicas y… tantos adultos son atrapados por el mundo de la droga? ¿Cómo estar alegres si la subsistencia de cada día depende de «una changa» que no siempre se encuentra, de un sueldo tan alejado del costo de vida, o de una vida subsidiada que empobrece la dignidad?
¿Cómo estar alegres si las noticias de cada día, y los medios de comunicación masivos ponen de relieve insistentemente hechos de violencia y de muerte? ¿Cómo estar alegres si las grandes explotaciones (frutícolas, mineras y petroleras) benefician a unos pocos y postergan a muchos?
¿Cómo estar alegres si muchas urgencias sociales no son recepcionadas por quienes tienen el deber de ocuparse de las mismas?
No desconocemos esta cruda realidad, la sufrimos y sabemos las consecuencias dolorosas en la vida de muchos. Pero la historia no queda cerrada en este triste horizonte.
Felizmente, con muchos hombres y mujeres de ayer y de hoy, descubrimos que «la noche» de la Navidad, hace sentir el anhelo de un camino nuevo de esperanza y alegría.
No nos equivocamos si decimos que en la noche de Navidad había más oscuridad que cualquier noche. En esa noche María y José vivieron la experiencia dolorosa de no existir para nadie, «no había lugar para ellos» dice el evangelista. No eran tenidos en cuenta ni por las autoridades del Imperio Romano que los había convocado a Belén para un censo, ni por las organizaciones civiles y religiosas de la ciudad santa, ni por los vecinos,…. En ese desamparo total, enfrentaron lo que no podía esperar a «mañana»: el nacimiento de su hijo. Tuvieron que resolver con sus recursos lo urgente de ese momento, y resolverlo en la pobreza, lejos de tener lo imprescindible, llenos de inseguridades. Podríamos decir entonces que esa noche de Belén concentra plenamente las carencias y angustias de la humanidad y que son las de muchos de nosotros.
En esa oscuridad, el Evangelio trae una noticia sorprendente: «les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc.2,10). ¿Y cuál es esa Buena Noticia llena de esperanza y alegría? Un Salvador nos ha sido nacido, y Dios está con nosotros, ¡nunca más solos!.
En esta Navidad 2014 queremos reconocer con ustedes esta buena noticia: Dios se metió en nuestra historia, se hizo compañero de camino, sostén y fuerza, ‘descarguen, entonces, en Él todas sus preocupaciones porque Él se interesa por ustedes’ (1Pe 5,7).
Cada Navidad es inicio y camino de alegría porque: En ese niño recién nacido está todo el Amor de Dios. La misericordia infinita de Dios sale a nuestro encuentro con toda su ternura para curar heridas, abrir caminos nuevos y dejar al descubierto con su luz, nuestras miserias y pecados. El pecado es la causa del mal. Somos pecadores, queremos reconocerlo, no esconderlo ni aceptarlo como «normal». Situaciones que generan sufrimiento en muchos, tienen como raíz a personas concretas, a nosotros, que muchas veces vivimos encerrados en nuestros intereses, comodidades, y proyectando la vida sin importarnos los otros.
La Navidad nos llama a dejarnos tocar por ese Amor, a convertirnos, para andar caminos nuevos de vida digna para todos. Aceptar el Amor y el perdón del Dios frágil de Belén es adentrarse en un camino de conversión, es «vencer el mal haciendo el bien» (Rom. 12,26).
En ese Niño recién nacido se pone de manifiesto que la verdadera alegría brota de poner nuestra vida al servicio del otro. María y José son los primeros en hacer suya esta Buena Noticia, y es así como unen sus vidas no para buscarse ellos mismos, sino para el Bien de su Hijo; no dan paso alguno sin buscar el Bien del uno hacia el otro, y de ambos para con su hijo Jesús, y en la oscuridad de lo que ese hijo significaría para muchos, en especial para los humildes y ‘sencillos’. Desde la gruta de Belén podemos aprender que el camino de la alegría está más en dar que en recibir. Qué paradoja: Aquel que viene a dar a la humanidad todo lo que puede necesitar para su felicidad, se hace necesitado de los demás, y justamente en ese gesto nos enseña que el camino que sacia todos nuestros anhelos y búsquedas de felicidad está en brindarnos al otro olvidándonos de nosotros mismos. Cada Navidad nos propone entonces como camino seguro de alegría el vivir en familia, el vivir en comunión con los demás en el barrio, en el trabajo, en una comunidad cristiana, en un pueblo y en un país, ‘dándonos, ofreciéndonos para hacernos el Bien’. Vivir en comunión entrelazando nuestras vidas para construir una historia de paz y dejar esta tierra –don de Dios- mejor de lo que la encontramos, más parecida al ‘cielo nuevo y la tierra nueva’ que esperamos.
Contemplemos en esta Navidad a la familia de Nazaret, a ese Niño que nos ha sido dado. El camino siempre es Cristo. Aceptando a Cristo sanamos con su perdón nuestras heridas, y reconocemos al otro como un don. Juntos renovemos los anhelos y el compromiso por la Paz. No lo dudemos, esto es posible y éste es el camino de la verdadera alegría.
Con un fraterno abrazo les deseamos feliz Navidad y que el Señor nos siga acompañando con su bendición en todo el próximo año 2015.
Virginio D. Bressanelli, scj (Obispo de Neuquén) Fernando Croxatto (Obispo Auxiliar de Comodoro Rivadavia) Marcelo A. Cuenca (Obispo de Alto Valle del R. N.), Juan José Chaparro, cmf (Obispo de San Carlos de Bariloche) Miguel Ángel D’Annibale (Obispo de Río Gallegos), Joaquín Gimeno Lahoz (Obispo de Comodoro Rivadavia) Esteban M. Laxague, sdb (Obispo de Viedma) José Slaby, c.ss.r. (Obispo de la Prelatura de Esquel)Miguel E. Hesayne (Obispo emérito de Viedma) Marcelo A. Melani, sdb (Obispo emérito de Neuquén) Néstor H. Navarro y José Pedro Pozzi, sdb (Obispos eméritos de Alto Valle del Río Negro).