Por: Guillermo Siles Paz, OMI.- En varios países de América Latina se vive una devoción popular y masiva. A veces escuche, que las devociones nos llenan aquel vacío que tenemos. Muchas de las enfermedades, o tristezas, los llevamos ante la Madre de todos. Lo cierto es que María es parte inclusive de varios gestos libertarios, porque los revolucionarios, durante la colonia, se fortalecían en ella. Su amor a Dios y acompañados por María, les llevo a irrumpir ante los opresores. La fuerza de Dios venia por el amor a la Madre. Hoy en varios países tenemos la advocación a María, aunque en cada contexto tienen matices especiales, es decir, la tradición local pone sus propios elementos.
La figura de María podríamos comprender, por lo tanto, en una dimensión de mujer comprometida en el cambio social, en el cambio del ser humano, pero fundamentalmente en la construcción de una sociedad nueva.
América latina está muy unida a la imagen de María, Madre de la Iglesia. Protectora de los pueblos y naciones, y discípula de Jesús. Por lo tanto también la que sostiene la misión en todos los pueblos.
Muchos de los documentos avalan que la devoción mariana es profunda y latente. No deja espacio de duda, que María es el símbolo del amor, aceptación, ternura y sencillez. Por eso uno puede sentir en todos los pueblos, que María es una energía, es una fortaleza que nos hace dar pasos firmes al amor a Dios, y vivir en Dios.
Qué deberíamos de comprender en María, Virgen y Madre. Ante todo reconocer que ella pertenece a la plenitud de los tiempos e inicia dicha plenitud, desde la acepción de la concepción, de decir, que si acepta ser la servidora del Señor, se pone dócil a su palabra de enviada. Podríamos decir, que es la mujer que ofrece su cuerpo y su vida para realizar el plan de salvación.
Gracias a su aceptación nosotros somos plenamente unidos para aceptar que Como mujer permite que Dios haga presente a su Hijo, realice el plan de salvación. Que se une a la misión y proyecto de Jesús liberador.
Además como mujer asumió la responsabilidad de educar, guiar, y evangelizar a su propio hijo. Porque ella también estuvo unida a la esperanza de los pueblos judíos. Podríamos decir que ella permitió al Hijo de Dios llegar a ser Hijo del hombre, dejo que Jesús sea el Señor, ser esclavo y servidor de todos. No le limitó, ni condicionó. Le dejó a Jesús, ser verdadero judío.
Si bien es cierto Jesús no se aferró a su condición de ser hijo de Dios, como nos lo cuenta en filipenses. Ahí está María para recordarle que la relación de intimidad filial, le dá la fortaleza, para dejarle a Jesús ser un hombre al servicio del hombre. No es limitó a los suyos, sino que trascendió a los otros pueblos. Ella era servidora y dejó a él servir.
Todos los cristianos esperamos la salvación, esperamos vivir la plenitud de nuestra vida, y también en este contexto, en María la Madre de Dios, el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para que nosotros, en toda libertad, llegaremos a ser hijos de Dios. Es decir, mantenernos unidos.
Cuando los obispos se reunieron en Aparecida-Brasil, ratificaron que «La Virgen María quien por su fe y obediencia a la voluntad de Dios, así como por su constante meditación de la palabra y de las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su verbo al mundo para la salvación humana, María con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como Madre de Cristo y luego de los discípulos sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza».
Eso quiero decir que la orientación que tienen las iglesias de América latina, tiene mucho que ver con la religiosidad popular en todos sus niveles. Como comprometiéndola para ser la gestora de procesos y de transformación, de inserción en la construcción activa de nuevos modelos de llegar a la gente, de estar con la gente. Fácilmente podemos entender que la devoción a María en los pueblos de América latina marca una diferencia, es como la humanización de Dios, es la encarnación pura de ella misma.
Recientemente el Papa Francisco enfatizo que, «La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.
Pero si vamos entrando más profundamente a lo humano, nos damos cuenta que somos hijos muy mimados, pero promovidos, que somos tratados con esa docilidad y ternura, pero para ser sujetos de transformación. Por eso el Papa Francisco evidencia que María es «Es una mamá que ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza (que también se deriva de un cierto bienestar) a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas.
Por eso hoy, qué podemos decir, que somos la familia de Dios, nos hacemos parte de la familia de María, somos los invitados a imitar en todo a Jesús, y dejarnos guiar. Nos hacemos hijos de María al cumplir la voluntad del padre. Y por eso hoy ella seguirá contribuyéndonos para comprometernos en transformar todos los espacios de nuestra vida, todo el entorno de lo cotidiano. Transformar es dejarse interpelar por los contextos, que deben ser diferentes y llenos de vida, para construir una sociedad nueva, donde el ser humano sea el centro.
Hoy no podemos pensar en ser Hijos de Dios, sin que podamos ser sujetos dispuestos a promover procesos de cambios, de buscar nuestras alternativas en la vida cotidiana. Nosotros al igual que María, que asumió su condición y se comprometió con la sociedad, seamos sujetos de cambio. Porque de lo contrario será nuestra fe meramente pasiva, pero no la que nos pide nuestra sociedad. Desde María nos acercamos a los contextos y desde la realidad, construimos lo que Dios nos pide, una sociedad de compasiva, llena de amor, dispuesta al perdón, luchadora de justicia. Al poner una vela, no olvidemos que veneramos a una gran mujer y madre nuestra.
—-