Enrique Vega-Dávila *.- Estas últimas semanas nos hemos visto en una «real» batalla entre quienes se encuentran en contra de lo que llaman «ideología de género» afirman que sí tiene un enfoque de género, de equidad y de no discriminación, lo que es totalmente diferente de una teoría. La campaña por redes con sus diferentes hashtags, fotos, entrevistas editadas, comentarios o videos de un bando contra el otro ha hecho notar lo urgente que es una educación plural en un país como el nuestro. Pero nos parece importante destacar que la pelea por el CN incluye también el Decreto Legislativo 1323 que modifica el Código Penal y coloca como agravante a la discriminación por «raza, religión, sexo, orientación sexual, identidad de género…».
Cuando las personas que hacen política no trabajan en función del bien común y la religión no es crítica de ese modo de operar, ambas –política y religión- se convierten en amantes que coquetean con diferentes máscaras y bailan al ritmo de la ambición. La figura mediática de líderes religiosos que desatan su furia con mensajes apocalípticos solo evidencian protagonismos políticos que buscan encontrar asidero para conseguir curules de nuestro Congreso. El problema, en definitiva, no es el liderazgo sino que éste se ejerce como un caudillismo que no fomenta el pensamiento propio y posterga el desarrollo de una ciudadanía plena.
A esto se le suma el fenómeno del fundamentalismo que no puede ser considerado ajeno a nuestra experiencia religiosa ya que está muy presente y se disfraza de verdad absoluta, de versos bíblicos o de defensa de valores. En esta campaña contra el CN hay presencia «cristiana» que se oculta con cientificismo, bravuconería y mentira.
Si bien es válido y necesario que quienes profesan una fe puedan manifestarse públicamente, la campaña maneja tal nivel de des-información (o mala información) que ha terminado por estigmatizar palabras y personas, revelando así un temor no solo por las diferencias sino también por el mundo de la sexualidad. La mejor manera de conseguir adhesiones ha sido asustando. Por otro lado, bajo el derecho de libertad religiosa se está amparando un discurso que fomenta el odio camuflándolo en frases como «Dios ama al pecador pero no el pecado» o «yo no discrimino, pero…», sin olvidar las bendiciones que envían al finalizar sus comentarios como si eso cambiase el tono agresivo de lo dicho.
Y en estos días estos grupos marcharán, y quizá seguirán haciéndolo aunando esfuerzos y recursos. Esta y otras movilizaciones son muestra de la capacidad de convocatoria y dinero que poseen y de cómo usan los mecanismos intolerantes para aprovechar los miedos de la sociedad. Y si bien es legítimo manifestarse, los destinos del país no se definen por imposición alguna sino más bien por la escucha atenta de todas las voces. No hacer tal cosa evidencia un discurso totalizante que anula el pensamiento autónomo y forja así una democracia débil y tutelar que valida la imposición. Basta revisar la actitud de alguno de sus voceros públicos o revisar los comentarios con teorías conspiracionistas que aparecen en redes.
Dado lo que hemos mencionado líneas anteriores, la educación en todas sus dimensiones se convierte en un reto pastoral, y, si bien esta guarda relación con la institucionalidad,, no puede quedar reducida a ella, por lo que es importante asumir todo lo que hacemos como formativo y sí, como afirman enérgicamente los españoles de Mägo de Oz: «Si hay que luchar, luchar es educar».
Por ello precisamos con urgencia pensar de modo serio la educación en el país, tanto a corto como a mediano y largo plazo. Apostemos por espacios de diálogo que fomenten el respeto auténtico por las diferencias y que denuncien la altanería que alza la voz queriendo callar todas las otras. Esto parte del principio de realidad, que significa no asumirla de modo idealizada sino confrontar todas las posibilidades y, aunque doloroso, también encarar la hipocresía de un sector que se ha olvidado de las que las personas son un todo, que reduce la educación sexual a lo biologicista y que se olvida cínicamente de otros temas aplicando la ley del embudo: ciertos temas sociales por lo ancho, algunos temas sexuales por lo angosto.
Mantengámonos alerta, porque en nombre del cristianismo, de la fe, de la Biblia, de la libertad religiosa, incluso en nombre de Dios, se pueden atropellar vidas concretas con rostros y nombres concretos. A quienes quieren reducir la educación, a quienes no desean ver la realidad, a quienes emplean frases religiosas para discriminar, a quienes abusan de creyentes y mienten descaradamente, a ellos y ellas es necesario decirles: Con la educación no te metas.
(*) Magíster en Teología.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Compartido por Diario La República, de Perú.