«Una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro. Y vosotros hacéis la valoración sobre qué hace esta cultura nuestra hoy, ¿no? Con esto. Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no sólo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad. (Papa Francisco al Consejo Pontificio para la Familia, octubre, 2013).
Con los ojos saltones y alegres adornados por un pelo crespo, se acerca a la ventana del auto, no debe tener más de 4 o 5 años, y por su pequeño tamaño tan solo alcanza a mostrar la mano abierta en gesto de que le den algo… es la mañana del 1ro. de junio en una esquina de cualquier avenida de la ciudad.
Esta niña, al igual que su hermana -algo mayor que ella-, recorren las calles, saltando entre los automóviles, mientras el semáforo está en rojo. Seguramente no sabe su familia ni ellos, que los niños tienen “derecho a una protección especial para que puedan crecer física, mental y socialmente sanos y libres”, algo que en su caso no sucede. En Ecuador las proyecciones del Inec, determinan que existen más de 4 millones de niños de entre 0 a 12 años de edad, como parte de los cerca de 18 millones de habitantes.
En estos últimos años, en el contexto del covid-19, “en Ecuador, ocho de cada 10 hogares con niños han visto reducidos sus ingresos y están experimentando mayor dificultad para acceder a alimentos nutritivos”, señala Unicef, al punto que “la pobreza, la desigualdad y el desempleo han aumentado a un ritmo sin precedentes” algo que se repite “en América Latina y el Caribe, convirtiéndonos en la región más golpeada por la pandemia y sus consecuencias”.
Según información de prensa, uno de cada tres niños menores de dos años sufre de desnutrición crónica infantil, lo que ubica al Ecuador como el segundo país en la región con esta condición, detrás de Guatemala. Situación que contrasta con que tres de cada diez niños entre 5 y 11 años presentan problemas de sobrepeso y obesidad. Realidad que se suma a otras más obscuras que se evidencia en diferentes ambientes, donde los niños y las niñas son violentados, física, emocional y sexualmente, realidad que se agravó notablemente al interior de sus familias durante la pandemia; sin dejar de lado el incremento de la depresión y casos de suicidio infantil… 58 en el 2020 y 72 en el 2021, a los que se suman los cientos de intentos anuales. Y por último no se puede dejar de lado la migración forzada, el trabajo infantil, la trata de personas, la delincuencia común y organizada…
Ante este duro y difícil panorama, la sociedad en conjunto debe poner atención en el devenir de sí misma. Los niños son el presente de un futuro que se debe preparar desde ahora responsablemente. Los pocos datos y las cifras mencionadas borran cualquier sonrisa y llaman a preocuparnos por la situación tan lamentable, pero principalmente, nos increpa a tomar acciones concretas; desde donde estemos, imposible ser indiferentes o decir “a mí no me corresponde”.
Debemos exigir que el Estado genere e implemente políticas públicas adecuadas que sean viables y prácticas para mejorar la calidad de vida de la población, priorizando a los más vulnerables. El actual gobierno propone en su período, hasta el 2025, erradicar la desnutrición crónica infantil. Ojalá lo logre ¡Bien! Pero ¿qué más?
Como sociedad: debemos generar, desarrollar y mantener espacios seguros donde los niños crezcan libres de violencia familiar y social; donde haya trabajo para todos y los niños tengan acceso a una educación y salud de calidad, a una adecuada alimentación que venga de la soberanía alimentaria, para crecer sanos y fuertes con el cuidado permanente y la mirada atenta de todas las instituciones públicas y privadas, que pongan atención a su cultura, que oigan sus voces y especialmente tengan la capacidad de escuchar sus propuestas e iniciativas y las lleven a la práctica.
“Seamos como niños” por su alegría, sencillez, inocencia, franqueza, esperanza… ¡por su capacidad de soñar!
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
carta No. 135– 5 de junio 2022