Eduardo Arens K.*.- Permítame el lector comenzar mis breves reflexiones citando a Jesús de Nazaret. El Maestro terminó su famoso Sermón del Monte, que es la Carta Magna del cristianismo, con la siguiente advertencia: «todo el que oiga mis palabras y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero no cayó porque estaba cimentada sobre roca. En cambio, todo el que oiga mis palabras y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina» (Mateo 7,24-27).
Si conocemos y entendemos correctamente a Jesús de Nazaret, tal como se nos presenta en los evangelios, descubriremos que (debida cuenta de las diferencias de civilizaciones) sus advertencias y exhortaciones no han perdido un ápice de actualidad, empezando por el Sermón del Monte. Aun si yo fuera ateo, tendría que reconocer su sabiduría: puso en el mero centro a las personas y, de las personas, puso en el mero centro el principio del amor fraterno, no el culto ni la doctrina.
Por eso Jesús exhortaba a construir nuestra casa sobre roca, es decir a poner en práctica sus palabras; no quedándose en la admiración o el respeto por su sabiduría. La práctica ejemplar suya nos la recuerdan los evangelios página tras página: demonios son expulsados, ciegos ven, paralíticos caminan; los agobiados son aliviados, los niños acogidos, las mujeres incluidas, los leprosos integrados. El mensaje es que otro mundo es posible, un mundo liberado y dignificado, especialmente para los pobres, sin excluidos ni descartados. En ese mundo, el que quiera señorear, debe hacerse servidor, pues en eso radica la verdadera grandeza y humanización. Por lo mismo, no en vano advirtió Jesús una y otra vez sobre el peligro deshumanizante de la avaricia y la codicia, y sobre la hipocresía que oculta la vanidad y la arrogancia.
Lamentablemente, por no entender que la prédica de Jesús era una propuesta de ver y vivir un estilo de vida concreto, se la tradujo en una suerte de ideología, que por tanto hay que imponer, como se observa en muchos «movimientos» e «iglesias», más aun en la arena política, que nada o poco tiene que ver con el Evangelio. Por eso fue ejecutado.
Mirando desde esa perspectiva nuestro presente, es evidente que no pocas agrupaciones y partidos han construido sus casas sobre arena en vez de roca. Su cimiento son la soberbia y la arrogancia, que engendran la hipocresía, tantas veces enunciada por Jesús, que hemos visto desfilar ante nuestros incrédulos ojos. En lugar de construir sobre la roca del servicio desinteresado a la patria que juraron ejercer, asentaron su proyecto sobre las arenas movedizas de la indolencia y el oportunismo. Y tras todo eso, manejan con cinismo su propia definición de verdad… ¿Ha notado la cantidad de afiches propagandísticos mencionando «honestidad»‘?
Ahora que arrecian tiempos de tormentas de investigaciones, destapes, pruebas, y juicios que ponen a prueba la solidez de los fundamentos de esas agrupaciones y partidos, hacen denodados esfuerzos por evitar que el vendaval produzca el estrepitoso derrumbe que les amenaza. No necesito listar las leguleyadas y blindajes en el Congreso que para ello cada vez más descaradamente esgrimen. El Perú como tal no es tema; lo es el partido y, para algunos, la protección de los «señores de sus voluntades» ante quienes servilmente se doblegan. Es un fundamentalismo crudo y duro –como lo es toda dictadura.
Por otro lado, nos consuela constatar que hay instituciones y gremios construidos sobre las rocas de la justicia, la honestidad, y la veracidad –tres categorías reclamadas reiteradamente por los profetas de antaño para salvaguardar del descalabro a «la tierra prometida». Es sobre ésas que nos urge reconstruir la gran casa que es nuestra patria si queremos que perdure y nos ofrezca paz y seguridad. Ya lo advirtió el Maestro: «Nadie puede servir a dos señores….» La opción es nuestra. Nunca es tarde para la reconstrucción, cimentándola sobre la roca firme del Evangelio de Jesús de Nazaret, que proclama que todos, sin distingos, tenemos la dignidad de «hijos de Dios». Y eso, para todo cristiano no es opcional: es imperativo.
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* Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Teológicos Juan XXIII (Lima).
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