Frei Betto.- Los relatos bíblicos del Antiguo Testamento ¿son históricos? Abrahán, Isaac, José, Moisés y David ¿existieron de verdad o son creaciones literarias como Ulises, Don Quijote y Hamlet?
Hasta mediados del siglo 19 la mayoría de los arqueólogos eran pastores, sacerdotes y teólogos dedicados a la investigación con la piqueta en una mano y la Biblia en la otra. Desde entonces las investigaciones acerca de la historicidad de los relatos pasó a depender de una arqueología desligada de intereses religiosos.
Ahora se utilizan nuevas técnicas, como el carbono 14, la fotografía aérea, el georadar (que revela datos del subsuelo), el paleomagnetismo (basado en la invesión de la polaridad de la Tierra), los métodos de potasio argón, la datación radiométrica, la medición de la edad de la materia orgánica, la termoluminiscencia (para calcular la edad de la cerámica) y la interpretación de idiomas antiguos, lo cual acaba con la mudez de innumerables documentos.
Hoy se cuestiona si hubo de hecho una supuesta migración de tribus procedentes de Mesopotamia rumbo al oeste, con destino a Canaán. La arqueología todavía no ha encontrado ningún indicio de aquel desplazamiento masivo de población.
Las historias de los patriarcas bíblicos (2000-1700 a.C.) están repletas de camellos (Génesis 24,10); pero el dromedario sólo fue domesticado a fines del segundo milenio antes de nuestra era y hubo que esperar otros mil años para que fuera usado como animal de carga en el Oriente Medio.
¿Es un hecho histórico el éxodo, la travesía del desierto a lo largo de cuarenta años por los hebreos salidos de Egipto? Desde el siglo 16 a. C. Egipto había colocado, en las márgenes del Nilo hasta el canal, fuertes militares. Nadie escapaba a aquellas guarniciones. Y unos dos millones de israelitas fugados no les iban a pasar desapercibidos. Además, ninguna estela de la época registra semejante movimiento migratorio. Semejante multitud no hubiera podido atravesar el desierto sin dejar huellas. Sólo se han encontrado ruinas de caseríos de 40-50 personas, nada más. A menos que la horda de esclavos liberados, alimentada por el maná que caía del cielo, no se hubiera detenido nunca para comer o dormir…
Los hebreos nunca conquistaron Palestina. Siempre vivieron allí. Los primeros israelitas fueron pastores nómadas instalados en las regiones montañosas de Canaán desde el siglo 12 anterior a nuestra era. Allí, unas 250 comunidades, muy reducidas y aisladas unas de otras, vivieron de la agricultura. Eran tribus que pasaban con facilidad del sedentarismo al nomadismo.
Se supone que, a fines del siglo 7 a. C., funcionarios de la corte hebrea fueron encargados de componer una saga épica, compuesta de una colección de relatos históricos, leyendas, poemas y cantos populares, para servir de fundamento espiritual a los descendientes de la tribu de Judá., creándose así una obra literaria, en parte elaboración original, en parte relecturas de versiones anteriores.
El contenido del Pentateuco o de la Torá habría sido elaborado 15 siglos después de lo que se supone. Los líderes de Jerusalén iniciaron una intensa campaña de profilaxis religiosa y ordenaron la destrucción de los templos politeístas de Canaán. Y se construyó el Templo para que fuera reconocido como el único lugar legítimo de culto de pueblo de Israel. Ahí surge el monoteísmo moderno.
Durante el período persa (538-330 a. C.) el pueblo hebreo, después del exilio en Babilonia, vivió en la pequeña provincia de Yehud. Estaba arruinado económica y políticamente. Su Dios había sido derrotado por el del imperio babilónico. ¿Cómo conciliar tamaña frustración con el sueño de ser el único pueblo elegido de Yavé? Gracias al persa Ciro, que los liberó, los hebreos recuperaron la autoestima creando una colección de relatos sobre las hazañas del Dios único, histórico, supranacional y señor del Universo.
De Abrahán a David la narrativa bíblica es un mito fundacional, parecido a Virgilio, que en su Eneida narró la fundación mítica de Roma por Eneas. Los vencidos rescribieron la historia, que destacó en una epopeya por encima de todos los pueblos, rescatando su propia identidad.
La Biblia, pues, no bajó del cielo. Es obra de un pueblo sufrido, cuyo sentimiento religioso le llevó a empeñarse en descubrir un nuevo rostro de Dios y a recrear su identidad histórica. Y eso sí que fue un milagro.
Tales descubrimientos científicos no zarandean la fe, a no ser la de quienes basan sus convicciones históricas en los relatos bíblicos. La fe, como el amor, es una experiencia espiritual, un don divino, y cuando madura no se apoya en las muletas de la ciencia, así como la matemática y la física no tienen una ecuación que pueda explicar lo que une a dos personas que se aman.
Frei Betto es escritor, autor de «Un Dios muy humano», entre otros libros.
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