La española Juani Benito, lustre para las Cruzadas de Santa María
José Antonio Varela Vidal*
Aún cuando leemos en las últimas noticias, de que son varios los movimientos apostólicos, institutos de vida consagrada e incluso congregaciones religiosas que están bajo vigilancia y actuación directa vaticana, tenemos la certeza de que hay muchos otros, que siguen en el empeño de llevar a sus integrantes hasta la santidad.
Este es el caso de la joven consagrada, Juani Benito Rodríguez, quien murió con fama de santidad en 1989, a la corta edad de 24 años. Y ese buen aroma, que aún hoy es destacado por parientes, amistades y compañeras de comunidad, lo terminó de sellar en las Cruzadas de Santa María, un instituto secular aceptado por la Iglesia desde mediados del siglo XX, y que fuera fundado por el venerable padre Tomás Morales, quien le daría la bienvenida a Juani en sus filas, con gran complacencia y expectativa.
Podemos decir que Juani aprendió en las Cruzadas que, más allá del hogar, del trabajo y de la parroquia, hay una realidad que la Iglesia ofrece para santificarse aún más, como son los institutos seculares. Y es allí, donde Cristo se ofrece también como esposo, maestro y culmen de una rica vida ascendente, a fin de que la persona se fusione totalmente con los ideales evangélicos y toque la santidad en vida.
Familia e Iglesia
Originaria del pueblo español de Rollán, ubicado a veinte kilómetros de Salamanca, donde los labradores llevaban el sustento diario a sus hogares, Juani Benito creció junto a sus padres y a sus siete hermanos. A la vez, las actividades de la Iglesia, que eran convocadas con repique de campana, la iban comprometiendo de a pocos, para luego hacerse cargo de los niños que harían la primera comunión.
Después de asistir a las actividades del instituto secular, empezó a percibir que Cristo le pedía algo más, especialmente cuando admiraba a sus cuatro hermanos que habían abrazado la vida consagrada. Dos eran de los Cruzados, una de las Cruzadas y una de las religiosas Adoratrices.
“Yo quiero ser como ustedes”, les llegó a decir, al ver tan realizados a sus hermanos. Y este fue el santo y seña, para que se le abrieran las puertas también a ella en el instituto.
Su vocación de maestra la supo plasmar al ingresar a un centro de estudios especializado, lo que le permitió penetrar en el mundo de los niños y, desde allí, como siempre lo quiso, hacer de ellos buenas personas y mejores cristianos.
Quienes la conocieron resaltan su inocencia y su alegría, así como su disponibilidad total para atender las cosas que el Señor le encomendara y su fe en la oración. Jamás la vieron regañando ni sembrando división entre quienes convivían con ella. Su sonrisa espontánea, sana y permanente, era el mejor signo de que Jesús moraba en ella.
Encuentro con Jesús
Dando claras señales de que era una “santa de la puerta de al lado”, como los identifica el Papa Francisco, Juani participó de manera muy comprometida en las actividades organizadas por el instituto con las jóvenes, procurando en todo momento llevarlas a Cristo.
Como parte del misterio de Dios, fue presa de una enfermedad terminal de cáncer, que embistió contra su frágil cuerpo y la arrebató rápido. Sin embargo, esto no diezmó su ya robusta contextura espiritual, que le permitió llevar la enfermedad con aceptación y alegría.
Aunque le faltaban algunos años para su consagración definitiva en el instituto, Dios le dio la gracia de profesar ante sus superiores -ya en su lecho de enferma-, los votos perpetuos y recibir la medalla que la identificaría ante Dios y el mundo, como una Cruzada de Santa María.
Quienes la conocieron y acompañaron hasta el final de sus días, se quedaron conmovidos con lo que confío a un pequeño grupo, a modo de consejo: “No se quejen de nada”.
Con esa frase, dicha por alguien que sufría no solo en lo físico, sino también por la lógica tristeza de abandonar este mundo, dejó un legado motivador también para quienes viven en la quejumbre permanente.
El cementerio de Rollán que visitamos, llevados por uno de los jubilosos hermanos de Juani, espera que pronto sea quebrantado en su silencio y sobrepasada su lejanía, cuando las autoridades eclesiásticas dispongan que se abra la sencilla tumba de Juani, a modo de inicio del proceso de beatificación.
Una iniciativa que es vista con buenos ojos por su familia, donde encontró desde niña el camino de la santidad. A este deseo se suma el instituto secular que, aunque llora aún su ausencia, es consciente que la ganó como intercesora en el cielo y modelo en la tierra para las Cruzadas de Santa María y aún para otras jóvenes confundidas.
Para conocer más y compartir gracias atribuidas a Juani Benito aquí.
* Periodista peruano, colaborador de SIGNIS ALC