«… vivimos en un mundo en donde pocas cosas parecen predecibles, donde cada día nos trae nuevas sacudidas políticas y económicas, donde incluso nos amenazan cambios radicales en el ambiente general porque la certidumbre se ha vuelto un valor poco frecuente». El fin de las certidumbres, Ilya Prigogine, Nobel de Química 1977.
Vivimos cambios significativos y vertiginosos en la sociedad. No solo es un tiempo de cambios, sino un cambio de tiempos; otros creen que se está produciendo una auténtica mutación en el ser humano. Por eso, la tarea educativa es hoy, especialmente, apasionante y compleja, se requiere mucha lucidez y sabiduría de todos sus actores para que el sistema educativo sea una respuesta acertada a las transformaciones dramáticas que soporta la sociedad.
La pandemia cambió aceleradamente el accionar de la educación, no solo por la forma, sino porque la escuela y el hogar se convirtieron en un mismo espacio. La escuela se mudó a la casa de cada estudiante.
Los problemas que ocasionó el COVID 19 y sus secuelas afectaron varios ámbitos, como en educación y acceso a la tecnología, con consecuencias más graves en niños y jóvenes, particularmente para los más pobres y vulnerables, inmersos en una brecha social y digital. Vale recordar que nadie estaba preparado para la virtualidad ni manejar la dinámica de «todos en casa».
Estar en casa no siempre significó un ambiente favorable para su formación. Cuando se cierran las oportunidades educativas, se abren otros espacios de influencia. Si los niños y jóvenes no están en el colegio, son mucho más fáciles de reclutar, por ejemplo, para el crimen organizado, que ha mostrado creatividad para adaptar sus estrategias de captación, que se evidencian en el auge de la violencia en los entornos educativos, en pueblos y ciudades.
La falta de preparación también ha afectado a los estudiantes de preescolar y educación general básica. Son los que más han sufrido en cuanto al aprendizaje y en su bienestar físico y emocional. La interacción con sus compañeros y con el docente, clave para el desarrollo de su formación integral, se vio seriamente afectada. La virtualidad igualmente precarizó el desarrollo de la formación en los jóvenes de educación superior, cuyas carreras requieren obligatoriamente de destrezas y experiencias en laboratorios y prácticas preprofesionales en contacto directo con la realidad. Hoy requieren una atención prioritaria para suplir esas falencias.
A puertas de iniciar un nuevo año lectivo en la Sierra y Amazonía, vale reflexionar sobre algunos aprendizajes que nos deja la pandemia:
- La escuela dejó de asociarse a unas instalaciones donde se produce el aprendizaje para generar un nuevo espacio, lo que obliga a un cambio de paradigma, que nos abre mentalmente a aceptar que la educación acontece en cualquier lugar.
- Se mejoraron los hábitos de higiene, protección, prevención y nuestra actitud solidaria para evitar el contagio, mantener estos hábitos y actitudes es el desafío.
- Debemos aprovechar los procesos de enseñanza, aprendizaje e investigación implementados y desarrollados con el uso de las nuevas tecnologías.
- El sistema educativo debe innovar permanentemente sus contenidos curriculares para potenciar un cambio estructural, en base a los principios de cooperación, colaboración, solidaridad, que forme estudiantes críticos que construyan una ciudadanía activa y participativa en un entorno democrático.
La pandemia fue y es una magnífica oportunidad para repensar, reinventar e invertir en una innovadora propuesta educativa a nivel nacional, en la que intervengan estudiantes, docentes, padres, madres y autoridades; debe ser el comienzo de una nueva manera de ver la realidad y de actuar en estos procesos, buscando caminos pedagógicos para esta «original» manera de educar. Es hora de lanzarnos al cambio para que la educación genere y contribuya en la construcción de una nueva sociedad más humana, equitativa, justa y solidaria. Aceptemos juntos el desafío y pongámonos en camino… ·
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
Carta No. 147– 28 de agosto 2022