Ciudad del Vaticano (EVARED).- «El tiempo cuaresmal es un tiempo para alejarse de la falsedad, de la mundanidad y de la indiferencia; es el tiempo para limpiar el corazón y la vida para redescubrir la identidad cristiana», expresó el Papa Francisco en la celebración Eucarística al inicio de la Cuaresma. La tarde del miércoles, el Pontífice presidió la Santa Misa con el rito de la imposición de las Cenizas y envío de los Misioneros de la Misericordia.
En su homilía, el Santo Padre recordó que al inicio del camino cuaresmal, la Palabra de Dios dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones: «El primero es el de San Pablo: el de dejarse reconciliar con Dios (Cfr. 2 Cor 5,20)». Porque Cristo – señala el Papa – sabe que somos frágiles y pecadores, conoce la debilidad de nuestro corazón; lo ve herido y sabe cuánta necesidad tenemos de perdón y de sentirnos amados para realizar el bien. «Cristo – subrayó el Obispo de Roma – ha vencido el pecado y nos levanta de las miserias si confiamos en Él. Depende de nosotros reconocernos como necesitados de misericordia y este – dice el Papa – es el primer paso del camino del cristiano».
La segunda invitación de la Palabra de Dios es la del Profeta Joel: «regresen a mí con todo el corazón (2,12)». No es difícil darse cuenta – afirma el Pontífice – que por el misterio del pecado nos hemos alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. Muchas veces, evidencia el Papa, es fatigoso tener confianza en Dios, tenemos miedo de acercarnos a Él como Padre, pero no recordamos que junto a esta historia de pecado, Jesús ha inaugurado una historia de salvación». Por ello, «el Evangelio que abre la Cuaresma – afirma el sucesor de Pedro – nos invita a ser protagonistas, abrazando tres remedios o medicinas que nos curan del pecado: La oración, la caridad y el ayuno».
Antes de concluir su homilía el Papa Francisco invitó a vivir este tiempo cuaresmal como un auténtico tiempo para alejarse de la «falsedad, de la mundanidad y de la indiferencia». Es el tiempo – dijo el Papa – de limpiar el corazón y la vida para redescubrir la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve y no el egoísmo que se sirve.
Texto y audio completo de la homilía del Papa Francisco
La palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones. La primera es aquella de San Pablo: «Déjense reconciliar con Dios». No es simplemente un buen consejo paterno y mucho menos una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo: «Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios». ¿Por qué un llamamiento así tan solemne y apasionado?
Porque Cristo sabe cuán frágiles y pecadores somos. Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que hemos cometido y rápidamente, sabe cuánta necesidad tenemos de perdón, sabe que es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien. Solos no podemos hacerlo, por esto el Apóstol no nos dice que «hagamos cualquier cosa», sino que «nos dejemos reconciliar con Dios», permitirle que nos perdone con confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón. Él vence el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos a Él. Está en nosotros reconocernos necesitados de misericordia: es el primer paso del camino del cristiano; se trata de entrar a través de la puerta abierta, que es Cristo, donde Él nos espera, el Salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede haber algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón. Está la tentación de blindar las puertas, o sea de convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando que no somos peores que los demás y de esta manera bloqueamos la cerradura del alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza, en realidad, es un buen síntoma porque indica que queremos cortar con el mal. Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo.
Y existe una tercera insidia: aquella de alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias. Cuando «rumeamos» continuamente relacionando entre ellas las cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma. Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos en nosotros mismos, encerrándonos y huyendo de la luz. Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces reconciliar escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: «Vengan a mí». No permanecer en sí mismo sino ir hacia él. Ahí existe la Paz y el descanso.
En esta celebración están presentes los Misioneros de la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz. Que sus manos bendigan y levanten a los hermanos y a las hermanas con paternidad. Que a través de ustedes la mirada y las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen las heridas.
Hay una segunda invitación de Dios que dice por medio del profeta Joel: «Vuelvan a mí con todo el corazón». Es necesario regresar porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse cuenta. Todos sabemos cómo fatigamos para confiar verdaderamente en Dios. Confiar en él como Padre, sin miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es pensar mal de ellos. Cómo nos cuesta hacer el bien verdadero, mientras que somos atraídos y seducidos por tantas realidades materiales, que finalmente desaparecen dejándonos pobres. Junto a esta historia de pecado Jesús ha inaugurado una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos invita a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan del pecado.
En primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es el encuentro personal con Él, que reduce las distancias creadas por el pecado. Rezar significa decir: «no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti. Tú eres mi vida y mi salvación».
En segundo lugar la caridad para superar el sentimiento de extrañeza en el encuentro con los demás. El amor verdadero, de hecho, no es un acto exterior. No es dar algo en modo paternalista para calmar la conciencia, sino aceptar a quien tiene necesidad de nuestro tiempo, de nuestra amistad, de nuestra ayuda. Es vivir el servicio, venciendo la tentación de complacerse. En tercer lugar, el ayuno, la penitencia para liberarnos de las dependencias en relación de aquello que pasa y ejercitarnos para ser más sensibles y misericordiosos. Es una invitación a la simplicidad y al compartir, quitar algo de nuestra mesa y de nuestros bienes para reencontrar el bien verdadero de la libertad.
«Regresen a mí, dice el Señor, con todo el corazón». No sólo con un acto externo sino desde lo profundo de nosotros mismos. De hecho Jesús nos llama a vivir la oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad venciendo la hipocresía. La Cuaresma sea un tiempo de auténtica «podadura» de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia, para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso; sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve; no el egoísmo que se sirve.
Pongámonos en camino juntos como Iglesia recibiendo las cenizas, también nosotros nos convertiremos en cenizas, y tengamos fija la mirada en el crucificado. Él, amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos.
Fuente: news.va