José Luis Franco (*).- «Siempre rezando a Sarita
que me libre de todo el mal
miro y beso mi estampita
que ella me da su bendición».
El verso que reza el encabezamiento de este artículo corresponde a una sección de la letra de la canción «Sarita Patrona del Pobre», grabada en 1984 por el ‘Grupo Maravilla’. La música, la literatura, la antropología y la religión, han dedicado un dilatado espacio al estudio de uno de los personajes más populares de la sociedad peruana. Me refiero a Sara Colonia Zambrano, figura controversial a razón del culto que surgiera alrededor de ella algún tiempo después de su muerte.
Un culto con un cariz especial, al ser impulsado por los sectores más pobres de la sociedad, y precisamente por grupos que son ubicados al margen de la moral, como las prostitutas, los delincuentes, y un grupo discriminado por su orientación sexual como los travestis.
En primer lugar se debe precisar que Sarita Colonia no es un culto oficial dentro de la Iglesia Católica, razón por la que empalma fácilmente con los grupos sociales mencionados. Por ello, partiendo de dichas precisiones planteamos las siguientes preguntas: ¿Cómo se vive la fe en esta marginalidad? ¿Qué reto social y pastoral representa? ¿Somos mejores porque nuestros cultos están dentro de la institucionalidad?
El concepto tradicional de «marginal» está ligado a todo aquello situado en la periferia o extremo de lo considerado correcto o convencional. Por otra parte, el culto a Sarita Colonia se enmarca en la religiosidad popular, entendida como la manera en la que el pueblo revive y expresa su fe cristiana, normalmente de manera sincrética, alternada con ritos, folklore y un conjunto de usos y costumbres.
Entonces, cuando este sincretismo se aleja de lo moralmente correcto, se puede hablar de una devoción marginal, la cual manifiesta la presencia de grupos sociales que tratan de experimentar una fe que no necesariamente encaja con los conceptos tradicionales de la misma, pero, que ciertamente expresa reivindicación social y la necesidad de encontrar un espacio que los acoja y los acepte.
En suma, un sincretismo socio-religioso a través del cual hay un deseo de búsqueda de Dios, aunque, no en todos los que lo practiquen se llegue a observar un cambio de conducta. Y si partimos desde una fe religiosa que va dirigida hacia Dios, siendo lo primordial en ello la confianza, pues vemos que ellos lo plasman a través de una intermediaria (Sarita), alguien como uno mismo y, por ende, capaz de poder ayudarnos.
Sin embargo, en medio de la complejidad de un culto donde los devotos buscan un sentido a sus vidas y un camino de salvación, advertimos que no todo depende de una condición personal por la cual ellos deban reivindicarse. Entonces, ¿no somos de alguna manera cómplices de la situación en la que viven y además, no será que contribuimos a seguir generando este círculo de marginalidad?
Debemos puntualizar que lo social no es algo lineal, sino por el contrario, se entrecruza continuamente.
Por tal motivo, no puede definirse una dicotomía en la que sólo existan puros e impuros, u oficialidad y marginalidad. Cuando hablamos de prostitutas, ¿no sería mejor empezar a hablar de mujeres prostituidas? En el caso de la delincuencia, cuando compramos objetos robados o manifestamos tolerancia a la corrupción, ¿ello no nos hace cómplices? Y con respecto a los travestis, cuando los encasillamos en determinados oficios y no los aceptamos socialmente, ¿no estamos contribuyendo a esa marginalización? Después de todo, ¿la marginalidad religiosa no es un paralelo a la marginalidad socioeconómica?
Muchos solemos vivir amparamos en la institucionalidad de una iglesia, pero ello no nos hace mejores. Probablemente una devoción como la de Sarita esté encarnando una crítica a la hipocresía institucional, porque después de todo, basta revisar los evangelios y la historia de Jesús, considerado un judío marginal por la clase sacerdotal.
En síntesis, antes de juzgar, señalando entre buenos y malos con tanta simplicidad, mi invitación es a entender mejor las complejidades sociales que subyacen en todo fenómeno religioso, si queremos realmente una labor pastoral más acertada.
Justamente el Papa Francisco avanza en esa línea cuando hace un llamado a ir a las «periferias existenciales». Es decir, comprender la diversidad humana y religiosa, porque el objetivo supremo es brindar una respuesta al sentido de la vida de las personas y al sentido de la relación con Dios a través de dicha dinámica. Puesto que las devociones marginales se convierten para estos sectores en una esperanza de redención dentro de un mundo social hostil y generan consecuentemente ciertas actitudes solidarias de hermandad.
En conclusión, antes de cuestionar desde un marco moral-religioso, lo ideal es reparar en estos fenómenos desde su interrelación hacia nuestro propio espacio, planteándonos esta última pregunta de cierre: ¿Dónde radica la verdadera fe? Y es que independientemente del contexto, la verdadera fe se debe fundar en el amor y el compromiso con los demás.
La fe en Cristo implica sumarse a un proyecto nacido en la marginalidad y que nos impulsa a amar a los pobres y, si queremos ser parte de ello, debemos intentar entender dicha complejidad social y religiosa en la que su vida diaria transcurre.
(*) Teólogo.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II