Por: José Luis Franco*.- El mundo cristiano se rige bajo un calendario litúrgico de importancia catequética, o como alguna vez lo definiera el Papa Juan Pablo II: «… un camino a través del cual la Iglesia hace memoria del misterio pascual de Cristo y lo revive.» Bajo dicha comprensión, determinadas fechas como la Navidad, la Cuaresma, la Semana Santa, se convierten en vitales para la fe de un cristiano. Cada momento de este calendario -con su temática y exigencias específicas- nos va envolviendo en la vida de Cristo, pero en la actualidad, la situación generada por el COVID-19 ha precisado algunos cambios en cuanto a la manera de celebrar nuestras liturgias. Cuestiones de forma, pero también de fondo, de encontrar un sentido más profundo a la fe que estaría abriéndose paso dentro de la Iglesia.
En ese sentido, este breve artículo tiene como objetivo evaluar dichos cambios, tanto lo positivo de los mismos, como su siempre presente componente de conflictividad, y partiendo de ambos factores, evaluar qué debemos trabajar desde nuestras comunidades de fe, y analizar qué otros caminos se estarían abriendo para la Iglesia.
Crisis y oportunidad
El COVID-19 ha generado una crisis en toda la humanidad. Y como toda crisis, tiene una contracara de oportunidades que es necesario rescatar si queremos reubicarnos para poder continuar nuestras vidas. Un hecho que desafía nuestra fe y exige una respuesta madura.
En ese sentido, ¿qué ha significado la vivencia de la Semana Santa en este contexto? En primer lugar, se ha quebrado la manera tradicional de celebrar, pues ha sido una festividad desde casa y el núcleo familiar, que podríamos catalogar como la iglesia doméstica. La Cuaresma y la Pascua se han vivido de modo diferente, readaptando sus formas, con un mayor énfasis a determinados temas como la confianza y la esperanza; asimismo, se ha motivado la creatividad a través de plataformas digitales para que los fieles no dejaran de participar en los ritos y la Iglesia continuara brindado su acompañamiento.
Lamentablemente, así como esta crisis provocó respuestas inmediatas y oportunas, también se han manifestado elementos propios del fundamentalismo, como el refuerzo de discursos apocalípticos, o la atribución del fenómeno a un castigo divino por la homosexualidad, la ideología de género o el aborto, entre otras cosas. Empero, la realidad es patente: el virus no hace distinciones entre buenos y malos.
Nuevas tareas
En suma, la pandemia ha sacudido los cimientos de nuestras seguridades y/o inseguridades. Por ello, es el momento en que una fe confrontada con la realidad asuma nuevas tareas como respuesta, y he aquí algunas propuestas:
– Se necesita hoy más que nunca recuperar el Evangelio desde su sentido más humano, a través de gestos que refuercen las palabras. Una muestra de ello es la emotiva imagen de la misa del Jueves Santo, donde el rito del lavado de pies fue reemplazado por una fila de sillas en cuyo respaldar se habían dispuesto una serie de imágenes frente a las cuales, Monseñor Carlos Castillo invitó a orar por aquéllos que se han marchado, víctimas de este virus, así como por los enfermos y por quienes, desde una vocación de servicio, «acuden generosos con su vida a proteger la nuestra».
– Se requiere asimismo de un discurso más «evangélico», acorde con lo anterior, que rompa la dicotomía de justos y pecadores, aquélla que justifica la enfermedad como fruto de nuestros actos. Debemos entender que esta pandemia no es un producto de la ira de Dios, sino una consecuencia de nuestras elecciones como humanidad.
– También los seres humanos debemos entendernos como una gran comunidad. Por ende, no caben las lógicas individualistas de salvación y es el momento de reforzar la solidaridad no con una actitud momentánea, sino como un persistente estilo de vida.
– Dado lo observado en Semana Santa, es menester trabajar más en plataformas digitales: aquéllas que en algún momento fueron contempladas con reticencia, hoy son el medio más eficaz para poder llegar a los fieles, y se abren, así como una forma adicional de plasmar el significado de la Iglesia.
– Finalmente, debemos reflexionar más sobre la desesperanza y el temor a la muerte. La amenaza de la pandemia ha convertido este miedo en una lógica egoísta, frente a lo cual debe generarse una cavilación que nos permita transformar dicho temor en resistencia y en confianza, para luego abrirse hacia la esperan
Una fe más humana
Al escribir estas líneas el número de infectados comienza a incrementarse a un ritmo acelerado. Pero no olvidemos que no son sólo una estadística, sino personas; tampoco son sólo víctimas de un mortal virus, sino de lo que hay detrás, un sistema inhumano que ha venido excluyendo a la gran mayoría. ¿Cómo hablar entonces de esperanza en un contexto cargado de tanta angustia? Creo que lo escrito en el apartado anterior debe reforzarse continuamente para que nos sirva de compañía en los duros días que restan y, sobre todo, necesitamos más que nunca comprender la fe de modo integral, descubriendo su lado más humano, y manifestándola por medio de esta solidaridad que se crea y nos muestra que aún hay esperanza, precisamente encarnando el punto central de la Pascua: la vida es más fuerte que la muerte.
* Teólogo del instituto Bartolomé de Las Casas.
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.