Frei Betto*.- La distopía es lo opuesto de la utopía. La extinción de la esperanza. Pertenezco a la generación que tenía 20 años en la década de 1960. Teníamos vicio de utopía. No queríamos cambiar solo las costumbres (revolución sexual, nueva gramática del arte, etc.). Queríamos cambiar a Brasil y al mundo. Corrían por nuestras venas valores, ideales, proyectos históricos. Osábamos enfrentar la represión de la dictadura. Inventábamos el futuro. Brasil cabía es un único adjetivo: nuevo. El cine era nuevo; la bossa nova, nueva; el proyecto de desarrollo encabezado por Celso Furtado era nuevo también.
Ahora vivimos tiempos de distopía. Inmovilidad, apatía, indiferencia. Como Cohélet, el autor bíblico del Eclesiastés: «Todas las cosas son fatigosas… ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.» (1, 8-9)
John Donne (1572-1631) decía que «ningún hombre es una isla». Somos la especie del reino animal que necesita de más cuidados para volverse autónoma, cerca de 12 años… Pero la cultura de la desesperanza nos induce a quedarnos aislados con nuestros consuelos, miedos o inseguridades. Sabemos lo que no queremos y manifestamos nuestro desagrado, nuestra frustración, hasta nuestro odio contra todo y contra todos en las redes sociales. Sin embargo, no sabemos qué proponer o buscar.
La crisis es civilizatoria. El mundo está dominado por la financiarización de la economía. Un pequeño grupo de empresas transnacionales tiene más poder que los Estados. Todo está pensado en función de la acumulación de capital, y la preservación de la naturaleza se considera un obstáculo al progreso.
¿Qué tiene que ver todo esto con la espiritualidad? Ella es la esencia de nuestra subjetividad, el altar en el que erigimos y adoramos a nuestros dioses. Nadie está desprovisto de espiritualidad. Hay, sí, quien la nutre de fuentes altruistas como Buda, Moisés, Jesús o Mahoma, y quien elige el interés egocéntrico como bien supremo. Nuestras opciones dependen de nuestra espiritualidad.
La mercantilización de los bienes de la vida y de las relaciones humanas propicia el surgimiento de religiones sin teología, iglesias sin liturgia, fieles sin caridad. Se abraza al trascendentalismo que le atribuye todos los males a la lucha entre el Bien y el Mal. Es inútil buscar las causas de los males en la vida social. Hay que resignarse a «la voluntad de Dios» y orar para que ocurra el milagro…
El neoliberalismo propaga la cultura del «fin de la historia», de que nada cambiará, y le achaca al Estado la culpa de todos los problemas debido a los gastos excesivos, la corrupción y la politiquería. Así, aceptamos cambiar la libertad por la seguridad, los principios por los intereses, lo público por lo privado, el bien por los bienes.
A los más pobres, apremiados por la preservación inmediata de la vida biológica, la ausencia del Estado (escuela, cultura, etc.) los lleva a buscar ciudadanía en la pertenencia a la iglesia y derechos sociales en los servicios que provee el narcotráfico.
¿Dónde está la salida hacia la esperanza? Para los inmediatistas, en los avatares. Irrumpirá un «mesías» que hará llover bendiciones. La Biblia es rica en períodos de desaliento como el que ahora atravesamos. Pero los Profetas subrayan, como en la descripción de Ezequiel 37, que solo habrá salida si hasta los muertos recobran la vida y se levantan.
La salida no depende solo de mi voluntad, mi partido, mi proyecto. Depende de una obra colectiva basada sobre una nueva manera de pensar y actuar. De una espiritualidad holística, socioambiental, como propone el papa Francisco en la encíclica Louvado sejas.
Por eso, Jesús no tuvo prisa en que el Reino de Dios, tal como quiere su Padre, a quien le rogamos que «venga a nos», se diera de inmediato. Adoptó la única actitud que hace de la esperanza una propuesta efectiva: organizó a un grupo de doce compañeros que se hicieron 72, que se hicieron 500… Sembró las semillas de un nuevo proyecto civilizatorio que se caracteriza, en las relaciones personales, por el amor y la compasión, y en las relaciones sociales por compartir los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.
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* Frei Betto es fraile dominico. Conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Es autor, entre otros libros, de Parábolas de Jesus – ética e valores universais (Voces). Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.