«Los bienes de la creación se ofrecen a todos y cada uno en proporción a sus necesidades, para que nadie acumule lo superfluo ni le falte lo necesario. Por el contrario, cuando la posesión egoísta llena los corazones, las relaciones y las estructuras políticas y sociales, entonces se envenena la esencia de la democracia. Y se convierte en una democracia formal, no real» Papa Francisco, 2022.
La Carta Magna, firmada por el rey inglés Juan sin Tierra (1215), es un precedente de las constituciones modernas. La pequeña república de San Marino tiene su Constitución desde 1600. En Hispanoamérica la primera Constitución Republicana fue la del Socorro en la provincia de Santander (Virreinato de la Nueva Granada) en 1810, tiene apenas 14 artículos, por lo que fue una de las más cortas del mundo.
Desde 1830, luego de la separación de la Gran Colombia, Ecuador ha tenido veinte textos constitucionales. El cambio de Constituciones ha sido vertiginoso, respondiendo a intereses de grupo de quienes al manejar el poder lo capitalizaron en una norma constitucional. La carta magna no respondía a un sano criterio de gobernabilidad sino de politiquería, donde no había una ̈técnica legislativa ̈ en la redacción, y lo que es peor, se utilizaban términos ambiguos o equívocos que llevaban a interpretaciones manipuladas. De allí que la Constitución, paulatinamente, ha ido perdiendo fuerza y vitalidad en la vida democrática del país.
Por principio, la Constitución –norma suprema de la sociedad nacional– debe ser el canon para cumplir en lo político, económico, judicial, social, ambiental, cultural, pues recoge el ethos, los valores, creencias y principios que aglutinan a la población, la cohesionan y la proyectan a la conquista del futuro. Pero en la práctica es la gran desconocida de la ciudadanía y la más ultrajada por los politiqueros de turno: la invocan cuando les conviene y la ignoran cuando les perjudica. La mayoría de las veces es letra muerta y fruto de acuerdos individuales o de pequeñas élites que no legislan conscientemente… ha sido violada y prostituida desde que somos república de las más variadas y curiosas formas.
Pese a ser la «Carta Magna», la norma que contiene «el sendero» a seguir para construir un país inclusivo, justo, solidario, equitativo… regularmente está archivada o es ignorada, olvidada, usada, deslegitimada, abusada, violentada.
Este maltrato indigno a la Constitución, por quienes más la deberían respetar y practicar, ha minado la institucionalidad, al punto de debilitarla y dejarla casi sin sustento ni legitimidad. Estamos en terapia intensiva. Todas las instituciones están bajo sospecha y gozan de la desconfianza ciudadana.
La confianza es básica y fundamental en el andamiaje del Ecuador, para ello necesitamos contar con más democracia, que recupere la institucionalidad de un modo o de otro, que garantice los derechos y que exija responsabilidades a su pueblo sin excepciones de ninguna clase, que cree y facilite iguales oportunidades para todos, que ofrezca y promueva una educación de calidad, que brinde un sistema de salud eficiente, que proteja la naturaleza y el ambiente, que implante una economía con rostro humano, que destierre la corrupción e implemente la honradez como norma de vida, que la ética, los valores y el servicio se conviertan en la brújula que guie la cotidianidad nacional.
La Constitución política del Ecuador tiene que salir a las calles y caminos para alumbrar el país con potentes faros que indiquen, sin ningún titubeo, el sendero a seguir con el único fin de encontrar, con visión de futuro y de manera conjunta, los objetivos concretos que permitan elaborar un proyecto en que todos, especialmente los más pobres y vulnerables, tengamos los medios y las herramientas para romper las taras de la injusticia, violencia, desempleo, corrupción, falta de servicios básicos… y alcanzar una nueva sociedad. Caminar juntos con la Constitución por delante es una tarea que nos espera y que es ineludible para que construyamos un futuro de justicia y paz.
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
Carta No. 149– 11 de septiembre 2022