Gonzalo Ortiz Crespo*.- En el corazón del África, a 1.590 km de Luanda, la capital y ciudad más poblada de Angola, buscó su misión en la aldea de Calunda monseñor Gonzalo López Marañón, carmelita descalzo y misionero. Aquel poblado, de unos pocos miles de habitantes, queda cerca de la frontera con la República Democrática del Congo, en el extremo en que Angola parece que se adentra recortando el mapa de su vecino.
Según comentan sus compañeros carmelitas de habla portuguesa en cartas que he encontrado en Internet, fue allí que insistió que quería servir, solo ayudado por una pareja de angoleños que se desempeñaban como chofer y empleada de la casa. Nadie más. Y desde allí, siguiendo su vocación inquebrantable, construyó una iglesita de ladrillos, daba clases a los niños y servía a los más pobres de los pobres.
Hace unas semanas un ataque de malaria complicado con su diabetes lo obligó a permanecer varios días en el hospital en Cazombo, una ciudad de 150.000 habitantes, cabecera zonal, a 70 km de su aldea. La insistencia de sus compañeros para que se quedara en esa ciudad no le cambió su voluntad de volver a su aldea y regresó a Calunda. Pero a las pocas semanas su estado de salud se agravó, por lo que debieron llevarle de regreso a Cazombo y allí falleció el sábado 7 de mayo por la tarde.
Tenía 82 años. Y, como todos sabemos, monseñor Gonzalo, a quien ya llamaban en Angola Gonzaliño, sirvió al Ecuador media vida, 41 años, desde 1970 hasta 2011, y dejó su marca en la diócesis de San Miguel de Sucumbíos, donde primero fue Prefecto Apostólico (1970-1984) y luego, tras haber sido consagrado obispo, Vicario Apostólico (1984-2010). En esa provincia presidió uno de los experimentos más interesantes que se hayan hecho en el Ecuador y en América Latina de una iglesia popular, comunitaria, liberadora y profundamente cristiana, en cumplimiento del espíritu renovador del Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Obispos de América Latina (Celam) en Medellín.
Y lo hizo con los carmelitas y muchas otras congregaciones religiosas de hombres y mujeres que se le juntaron en esa maravillosa labor, hasta que fue expulsado, de una manera cruel y muy poco cristiana y humana, por orden del papa Benedicto XVI por acción del Nuncio en Ecuador Giacomo Guido Ottonello (aún en funciones) y de las fuerzas más reaccionarias de la Iglesia ecuatoriana.
Es verdad que el obispo López Marañón había presentado su renuncia por límite de edad como lo exigen las normas vaticanas, pero seguía ejerciendo con funciones prorrogadas cuando vino este edicto contra él, contra su orden y contra su obra.
Con la finura de un elefante en una cristalería, el nuncio apostólico Ottonello impuso que monseñor López y los carmelitas fueran reemplazados por los Heraldos del Evangelio. No solo se diferenciaban en que los primeros son descalzos, a lo más andan con sandalias, y los segundos usan botas de montar. Ni que los primeros visten la mayor parte de las veces de civil y los segundos usan hábitos medievales con la cruz de Calatrava desde el cogote hasta el suelo, sino que esta es una asociación (no es todavía una orden) caracterizada por su integrismo, cuyos miembros entraron a Sucumbíos como nuevos conquistadores, desconocieron lo que se había construido en tantas décadas y provocaron una profunda división en la población.
Su consigna, impulsada por Ottonello y la derecha eclesiástica, era acabar con el modelo de iglesia creado, y para ello triturar al ISAMIS (sigla de Iglesia de San Miguel de Sucumbíos), el consejo arquidiocesano que, con la participación activa de los estamentos de la comunidad, manejaba, en consenso con el obispo, el apostolado de la diócesis, así como acabar con sus otras obras como radio Sucumbíos y el centro de formación.
Tanto la nota de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) como la de la agencia gubernamental Andes, ocultan convenientemente este hecho. Hablan solo, como reza el comunicado de la CEE, de que «cumplido su servicio en Ecuador en el año 2010, quiso seguir viviendo y sirviendo a la Iglesia misionera y buscó puesto misionero en Angola». Se saltan el atropello que sufrió y también el impacto que tuvo en la sociedad ecuatoriana su decisión de realizar una huelga de hambre (un ayuno, como él lo definió) para pedir por la paz en su antigua diócesis. Esa huelga de hambre, en que le acompañaron dirigentes indígenas, afroecuatorianos y mestizos de Sucumbíos, de la propia Quito y de varias zonas del país, se realizó en el parque de La Alameda, en la capital de la República, donde se instalaron en unas precarias carpas.
Decenas de personas le visitamos allí, para oírle, para apoyarle, para dar testimonio de nuestra cercanía con él y con su obra. Debo confesar que cuando conversé con él, le pedí, como viejo amigo suyo que era, que dejara su huelga de hambre. No bastó ni la amistad que sé que me profesaba ni la buena voluntad con que me había dirigido a él; me contestó de inmediato, cortante, «¡Apártate de mí, Satanás!». Me quedé frío (cosa rara en Satanás). Su determinación no permitía este tipo de tentaciones.
Un mes duró su ayuno. Cuando vio que la polarización provocada por los Heraldos se había reducido y que podía haber un camino de solución, terminó su huelga de hambre.
Siguió un tiempo en el Ecuador, fue condecorado por el Gobierno, declarado doctor honoris causa por la Universidad Andina Simón Bolívar, fue a España en 2011, tuvo un año sabático y volvió a Quito. Cuando le visité de nuevo, lo encontré lleno de paz, sin rencor, pero no dejé de percibir un aleteo de dolor por la destrucción de lo que fueron 40 años de su vida y su sacerdocio. Me contó que volvía a España, «a reflexionar un tiempo», me dijo. En efecto, dejó Ecuador a mediados de 2013.
Pero su vocación por la periferia del mundo, por los más pobres de los pobres le tuvo inquieto: no quería quedarse en su tierra, donde había nacido (en Burgos) el 3 de octubre de 1933, y buscó una nueva misión. Fue a través de un innovador proyecto misionero conjunto de los carmelitas portugueses y brasileños, que la encontró, en el África, concretamente en Angola. Se alistó entre los nuevos misioneros y partió. En efecto, en abril de 2015 aterrizaba en Luanda. Pero no era esa bulliciosa y caótica capital de seis millones de habitantes su destino, sino que este se hallaba en lo más profundo del continente, a 1.600 km de la costa del Atlántico. ¿Una locura con 81 años de edad? Esa es la locura de los convencidos, de los héroes y ¿por qué no decirlo? de los santos.
Sabemos lo que, mientras tanto, pasó en Sucumbíos: los carmelitas, tan maltratados, dejaron la misión, conminados por Ottonello, a fines del 2010. Habían estado en el Oriente ecuatoriano desde 1927, fueron quienes dieron vida y organizaron, bajando desde Tulcán, los pueblos de El Pun, El Carmelo, Santa Bárbara, La Bonita, el Playón de San Francisco, Sibundoy, La Fama, La Barquilla, Rosa Florida, La Sofía, Puerto Libre, San Miguel, Palma Roja; fueron quienes acompañaron todo el crecimiento explosivo de Lago Agrio, Shushufindi y los demás pueblos a donde llegaron los migrantes de todo el Ecuador con el descubrimiento y la explotación del petróleo; fomentaron la creación de escuelas, caminos, puentes y hospitales en toda el área; lucharon junto al pueblo cuantas veces fue menester para obtener servicios y respeto; apoyaron los paros que consideraban justos y la liberación de presos cuya prisión era injusta (como los once del Putumayo, a los que al fin lograron liberar en 1996); fueron clave en la presión porque se funden los cantones de Lago Agrio y Sucumbíos y, luego, la propia provincia.
Mientras tanto, fueron creando un modelo de iglesia a partir de las Comunidades Eclesiales de Base y las Zonas Pastorales, conformados por cuatro o cinco comunidades cercanas, cada una de las cuales tenía su propio Consejo de Pastoral Zonal, al frente del cual estaba un Equipo Misionero. Estas Zonas Pastorales, según las distintas nacionalidades o características culturales, tenían una o varias de las cuatro Unidades Pastorales: indígena, negra, campesina y urbana, que buscaban crear una Iglesia propia, nacida de una verdadera Inculturación del Evangelio. Todo esto repelía a los Heraldos, que buscaban centrar la pastoral en actos devocionales, en la liturgia tradicional, en un modelo de iglesia dedicada solo a lo espiritual que se olvida de las necesidades, luchas y dolores de la gente.
Pero los Heraldos del Evangelio tampoco duraron mucho. Fue tal el caos y polarización que el nuevo Administrador Apostólico, monseñor Rafael Ibarguren, y sus 16 Heraldos crearon en Nueva Loja y en la provincia, que el Vaticano se apresuró a retirarlos en mayo de 2011. La Iglesia daba palos de ciego, con un Nuncio más perdido que nunca, pero que no paró en la destrucción de esa iglesia «sirviente y pobre», de detener lo que la iglesia hacía para el desarrollo integral de las personas y los pueblos indígenas de Sucumbíos y de borrar más de 80 años de trabajo civilizatorio de los carmelitas descalzos.
Al inicio se pensó poner sacerdotes del clero secular, pero en marzo de 2012 llegó como obispo encargado del Vicariato un josefino italiano, monseñor Paolo Mietto CSJ, quien había sido Vicario Apostólico del Napo (1996-2010). Por su avanzada edad y su carácter, Mietto no logró solucionar las divisiones entre los católicos de Sucumbíos. Inclusive la catedral de Nueva Loja fue tomada por los grupos de ultraderecha, a los que habían azuzado los Heraldos.
«Su nombramiento dejaba esperar una reconciliación, pero parece que no llega y más bien los conflictos creados y apoyados desde el exterior parecen aumentar peligrosamente», le decía en una carta, en septiembre de 2012, el P. Pedro Pierre (Pierre Riouffrait, sacerdote diocesano francés) que había trabajado en Sucumbíos. Y añadía: «¿Por qué se toma la indecencia de irrespetar el trabajo hecho durante más de 40 años por monseñor Gonzalo y cuantos decenios más por la Congregación de los Carmelitas? ¿Dónde está la solidaridad en la Iglesia y entre Congregaciones misioneras? ¿No es suficiente que un pueblo católico se sienta en la obligación de botar de su Vicariato a una Institución que poco respeta a las personas, en particular a los pobres, los pueblos indígenas y las orientaciones pastorales conciliares y latinoamericanas?… ¿Cuál es el afán de empeñarse en querer destruir un modelo de Iglesia legítimo y perseguir a los sacerdotes, misioneros/as, religiosas, ministerios y agentes de pastoral que trabajan en esta línea, siendo usted la cabeza visible y encubridora de tal desastre?».
Desde noviembre del 2013, se halla otro josefino brasileño, monseñor Celmo Lazzari CSJ, hoy de 60 años, que desde el 2010 también había sido Vicario Apostólico del Napo y antes había ocupado puestos muy importantes en su orden, como provincial del Brasil y vicario general en Roma. Los josefinos han trabajado con mayor tino que los Heraldos, pero ya han logrado bajar el perfil al ISAMIS y, en general, a la obra de López Marañón, de los carmelitas y del pueblo de Sucumbíos.
Mientras tanto, los Heraldos han seguido expresando duras críticas contra los carmelitas en blogs auspiciados por ellos, incluso después de su fracaso estruendoso en Sucumbíos. Por ejemplo, cuando en 2012 sufrió un accidente en Burgos el P. Jesús María Arroyo OCD ––un famoso y esforzado misionero carmelita que estuvo 30 años en el Oriente ecuatoriano, quien por defender a los pobres lo mismo se plantaba delante de un general del Ejército que de un gerente de petrolera––, decían textualmente en una entrada del blog titulada «Una noticia preocupante y que hace pensar»: «Y pedimos oraciones, por su conversión y salvación. Pues aunque para muchos que no lo han conocido en nuestro Vicariato pueda presentarse como una «buena» persona, lamentamos tener que reconocer que por lo hecho aquí durante sus años de acción «pastoral», no podemos considerarlo tan bueno así. Pero nuestras oraciones no le faltarán, pues queremos la salvación de todos». El misionero del que tan cruelmente hablaban los Heraldos murió a los pocos días.
¿Cómo valorar palabras así? ¿Y sus burlas y ataques a monseñor López Marañón? En el 2011 prácticamente le acusaron de ladrón y le calificaron de antipático y jactancioso y en 2013, al despedirse el obispo definitivamente del Ecuador, resumieron sardónicamente su obra como «40 años de errores y omisiones en Sucumbíos».
No se trata solo de dos maneras de entender la pastoral, una tradicional y centrada en las prácticas piadosas y otra, la de los carmelitas, desde la salvación integral del ser humano, sino de verdadera fobia, como la que suelen tener todos los integristas, que se sienten dueños de la verdad, contra quienes trabajan con la sociedad civil. En Sucumbíos se exploró una «evangelización liberadora e inculturada que desde una vivencia profunda de fe en el Dios de la Vida» desarrolló pastorales específicas para los distintos segmentos de la población, dio protagonismo a los laicos y no rehuyó luchar «junto a las organizaciones populares por la transformación de la sociedad y la construcción del Reino de Dios», como rezaba el objetivo de ISAMIS, similar a lo que habla hoy el papa Francisco de salir a la periferia y sentir las necesidades de los hombres y mujeres, y como lo hizo carne de su carne durante toda su vida misionera Gonzalo López Marañón OCD.
¡Adiós, querido amigo! Espero que me ayudes a que no me lleve Satanás.
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* comunicador, ex Secretario Nacional de Comunicación, articulista de la revista digital Plan V
Compartido para radioevangelizacion.org por Gonzalo Ortíz Crespo