Frei Betto*.- Hay noticias que nos dan la impresión de que se ha producido un retroceso de los valores conquistados por la modernidad: Trump invalida el derecho de los pobres a la salud; Marine le Pen falsifica un documento para acusar a su adversario, Emmanuel Macron, de tener cuentas en un paraíso fiscal; terroristas islámicos atacan un campamento de refugiados; un diputado del PSDB firma un proyecto de ley en pro de la neoesclavitud del trabajador rural; la corrupción en Brasil parece no tener fin; obispos denuncian las reformas laboral y de la seguridad social por considerarlas una violación de los derechos de los trabajadores, etc.
Tal vez la contradicción — lo que la Biblia llama pecado original– sea inherente a nuestra condición humana. Siempre ha habido cosas mal hechas. Pero antes no había medios de comunicación que dieran noticias de la aldea vecina. Y todavía hoy poco se divulga del lado positivo de la vida.
En la Iglesia primitiva también había fieles que le rendían culto a Dios pero se mantenían insensibles a los derechos de los excluidos: «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez.» (Homilía de San Juan Crisóstomo [344-407], patriarca de Constantinopla).
No es fácil crear una cultura que induzca a todo ser humano a tratar al otro como digno de supremo respeto. En lenguaje evangélico, como «morada de Dios» (Carta a Timoteo 3, 15). No habría masacres de sin tierra en Mato Grosso, ataques a indios en Maranhão o a refugiados en Sao Paulo, tiroteos en los morros de Río.
¿Cuál es la causa de esa incivilidad? La cultura neoliberal que respiramos, en la cual los bienes valen más que las personas. Solo son merecedores de valor quienes portan bienes materiales o simbólicos (fama, poder, riqueza).
El papa Francisco ha reaccionado ante esa óptica equivocada: «Me gustaría contarles una historia que aparece en el midrash bíblico de un rabino del siglo XII. Explicaba el problema de la torre de Babel a sus feligreses en la sinagoga, y decía que construir la torre de Babel llevó mucho tiempo, y llevó mucho trabajo, sobre todo hacer los ladrillos. Suponía armar el fango, buscar la paja, amasarla, cortarla, hacerla secar, después ponerla en el horno, cocinarla, o sea que un ladrillo era una joya, valía muchísimo. Y lo iban subiendo, al ladrillo, para ir poniendo en la torre. Cuando se caía un ladrillo era un problema muy grave, y el culpable o el que descuidó el trabajo y lo dejó caer, era castigado. Cuando se caía un obrero de los que estaban construyendo no pasaba nada.
«Es lo que pasa hoy: ¡si las inversiones de los bancos disminuyen mínimamente, es toda una tragedia! Pero si las personas mueren de hambre, no tienen qué comer, no gozan de buena salud, no sucede nada. ¡Esa es la crisis de hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va contra esa mentalidad.» (Galleazzi, Giacomo; Tornielli, Andrea. Papa Francisco, esta economia mata. Lisboa, Bertrand Editora, 2016, pp. 24-25).
Al recibir a los nuevos embajadores ante la Santa Sede el 16 de mayo de 2013, Francisco subrayó: «Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano.
«La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor todavía, hoy se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
«Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’… En este contexto, la solidaridad, que es el tesoro de los pobres, se considera a menudo contraproducente, contraria a la razón financiera y económica. Mientras las ganancias de unos pocos van creciendo exponencialmente, las de la mayoría disminuyen. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común».
¿La voz del papa clama en el desierto? Hay que atacar las causas de esos efectos que tanto nos horrorizan.
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*Frei Betto es teólogo y periodista brasileño, autor, entre otros libros, de Um Deus muito humano (Fontanar).
twitter:@freibetto.