Frei Betto*.- Me encontraba en un retiro espiritual con grupos de oración de Rio de Janeiro, en la montaña de Friburgo, cuando Chico Alencar, diputado federal por el PSOL, captó la noticia de la transvivenciación de Fidel. Mi primera reacción fue que, por enésima vez, se trataba de un bulo. La muerte de Fidel era noticia recurrente…
Pero vino la confirmación. Me invadió una tristeza serena ante la pérdida de un gran amigo, en cuya casa estuve en agosto pasado, el día de su 90 cumpleaños.
Conseguí llegar a La Habana el lunes por la mañana, el 28 de noviembre. Homero Acosta, secretario del Consejo de Estado de Cuba, me esperaba en el aeropuerto. Fuimos directamente el memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución, donde Fidel estaba siendo expuesto. La fila de gente se extendía varios kilómetros. Participé en la guardia de honor a sus cenizas, hice una breve oración y abracé a los cinco hijos que tuvo con mi querida amiga Dalia.
Por la tarde recordé la amistad que nos unía en el programa «Mesa redonda», el de mayor audiencia de la TV cubana. Desde que nos conocimos en Managua en 1980, cuando me invitó a asesorar la reaproximación Estado-Iglesia Católica en Cuba, fueron incontables nuestros contactos, muchos de ellos narrados en mi libro «Paraíso perdido. Viajes a los países socialistas» y ahora en mi biografía, firmada por Américo Freire y Evanize Sydow.
Muchos cubanos me han preguntado por las convicciones religiosas de Fidel. Durante diez años, de adolescente, él y Raúl, su hermano, estudiaron en escuelas católicas en régimen de internado. Eso significa que fueron a misa diariamente, como era la práctica en aquella época. En la entrevista que me concedió en 1985, reproducida en el libro «Fidel y la religión», él describe como positivo aquel período.
Al abrazar la causa revolucionaria y el marxismo, en una época en que la Iglesia Católica era visceralmente anticomunista y apoyaba dictaduras como la de Franco en España y la de Salazar en Portugal, Fidel se volvió ateo. En la última década, sin embargo, por conversaciones que tuvimos supongo que se aproximó al agnosticismo. Hace tres años comenté con él que muchos me preguntaban si tenía fe cristiana; y que yo les respondía que lo consideraba agnóstico. Su respuesta fue una sonrisa sin contradecirme.
La Habana estuvo silenciosa durante el lunes y el martes. Ante una foto de Fidel niños, jóvenes, adultos y viejos buscaban una forma de reverenciarlo. La nación quedaba huérfana de aquel que la había sacado de la condición de colonia yanqui hasta ocupar los primeros lugares en los índices mundiales de alfabetización, educación, salud y calidad de vida.
Fidel falleció en la tarde del viernes 25, por un fallo múltiple de los órganos. Había ingresado hacía pocos días en el hospital y hasta el fin se había mantenido lúcido. Raúl y él conversaron por la mañana de su último día. Moría en la cama quien había escapado de más de 800 atentados promovidos por la CIA. Goliat no había logrado derrotar a David.
Por la tarde del martes 29 más de un millón de personas se congregaron en la Plaza de la Revolución para rendirle homenaje. Varios jefes de Estado echaron sus discursos, entre ellos Maduro (de Venezuela), Evo Morales (de Bolivia), Daniel Ortega (de Nicaragua) y Rafael Ortega (de Ecuador), que abrió la ceremonia con el más conciso y brillante discurso. Raúl Castro cerró con el emocionante recuerdo de su hermano en la historia de Cuba y del atribulado siglo XX.
Fidelito, el mayor de sus hijos, me acompañó al hotel para comer juntos. Me enseñó la foto de sus padres durante la luna de miel, en Nueva York, en 1948. Se sentía consternado y al mismo tiempo feliz por haber merecido ser hijo del único revolucionario de la modernidad que sobrevivió 57 años al éxito de su propia obra.
* Frei Betto es escritor, autor de «Lo que la vida me enseñó», entre otros libros.
twitter:@freibetto.