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SIGNIS ALC

07 noviembre 2021

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Evangelio Dominical: Viuda pobre

Evangelio Dominical: Viuda pobre

“Dio todo lo que tenía”

 

Comentario dialogado sobre el Evangelio que se proclama en el trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B, correspondiente al domingo 6 noviembre 2021.  La lectura es tomada del Evangelio según San Marcos 10, 35-45.

 

En este evangelio la viuda que dio poco al Templo queda en mejor posición que los ricos que daban mucho. ¿No tenía que ser al revés?

 

A Dios no le importa la cantidad de dinero que se da, sino el cariño que se pone, el sacrificio que supone y la intención con que se da.

 

El amor se mide aquí por el desprendimiento. Dios te quiere a ti. No quiere tus cosas. Lo que des no serán las sobras, sino los frutos de tu sudor.

 

¡Cómo te ríes y disfrutas y lo abrazas, cuando un niñito de la familia te ofrece algo generosamente: un dulce, un juguete, una flor! Te alegra, porque te da lo que a él le gusta tanto. Lo que aprecias es el gesto, la originalidad, el cariño, la buena educación… Dios es como tú. Mira al corazón, no se fija en cuánto traen tus manos.

 

La Madre Teresa de Calcuta decía: «Si das de lo que no necesitas, eso no es dar«.

 

Escucha esta historia familiar:

 

<Un viñador fue a vendimiar a su viña. Y encontró un racimo tan excepcional que no lo echó al cesto de la cosecha, sino que lo reservó para llevárselo a su esposa:

 

  • ¡Mira qué racimo más hermoso!

 

Ella se lo agradeció. Y, al llegar la hora de la merienda, le dio aquel hermoso racimo al hijo. El niño quedó pasmado, y salió corriendo al campo donde se hallaba su papá vendimiando, y le dijo:

 

  • Papá, mira qué racimo me ha dado mamá para merendar. Tómalo, para ti.

 

En los ojos de aquel hombre, curtido de soles y fríos, brotaron dos lágrimas, porque el amor había dibujado un círculo tan perfecto con aquel racimo de uvas>

 

Eran regalos que brotaban del corazón.

 

¿Cómo se entregaban las ofrendas al Templo?

 

Lo hacían en el atrio, llamado “Tesoro del Templo”. A lo largo de la pared, había trece alcancías de madera en forma de trompetas, para recoger las ofrendas obligatorias y las voluntarias.

 

Entre las obligatorias estaba el diezmo de todo israelita varón mayor de 20 años. Eran dos dracmas o dos denarios, equivalentes al jornal de dos días.

 

Las limosnas voluntarias eran varias: por expiación de faltas, por purificaciones…

 

Por el tintineo en los receptáculos de madera se puede saber cuánto ha dado cada uno.

 

Las monedas pesadas producen un sonido profundo. Las pequeñas apenas se oyen al caer en los receptáculos.  Solo Jesús percibe los dos leves tintineos de la ofrenda de la mujer pobre, y comprende cuánto le han costado.

 

¿Condena Jesús las ofrendas de los ricos?

 

No, pero dice que la ofrenda de esta mujer es aún más grande.

 

Los fariseos de ayer y los de hoy son y somos los que cuidan y cuidamos sólo las apariencias, lo externo, los que sólo piensan en sí mismos. Son pretenciosos, que se ganan el aplauso de los hombres, pero no el de Jesús.

 

A los famosos de los medios les hacen una pregunta que no suele faltar: “¿Cuál es el defecto que más le desagrada en las personas?”. Y con frecuencia la respuesta es: “La hipocresía”. A nadie le gusta la falsedad y la mentira.

 

Pero muchos piensan que el dinero es lo más grande que hay, ¿no?

 

Así es. Mira la estupidez que pasó en la Exposición Mundial de S. Francisco en 1939. Una de las atracciones era el poder tocar un millón de dólares por 25 céntimos de dólar. ¿Crees que no habría cola? Llegaba a varias cuadras. La gente pobre gastaba sus últimos 25 céntimos para poder tocar el millón de dólares, al menos para tener la falsa ilusión de sentirse ricos por un segundo.

 

En el libro Quién es Quién aparecen los hombres más ricos y famosos de la tierra. ¿Quiénes aparecerían, si se publicara ese libro en el cielo? 

 

Sería un directorio de los más servidores.

 

¿Hay en la Biblia una ofrenda parecida a la de la viuda?

 

Precisamente la Primera Lectura de hoy cuenta la historia de la viuda de Sarepta, que dio lo que le quedaba de comida al profeta Elías, y fue recompensada por Dios con una tinaja de grano que nunca se acababa y un jarrón de aceite que nunca disminuía (1 Reyes 17:8-16).

 

¿Hay casos parecidos hoy?

 

<A S. Ramón Nonato, de la Orden de la Merced, se le estaba terminando el dinero que los cristianos de España le mandaban para que redimiera a los cristianos cautivos de los árabes en África. Entonces se entregó a sí mismo como rehén, y liberó a cautivos en peligro de renegar de la fe de Jesucristo.>

 

<El P. Llorente, misionero en Alaska, estaba dando Ejercicios a sirvientas, y recibió de una de ellas un paquete con una nota que decía: “Usted nos ha hablado de la dignidad del sacerdocio y de cómo muchos no llegan a realizar sus deseos por falta de medios. Soy una pobre sirvienta; pero quisiera darle algo para seminaristas pobres. Le entrego los ahorros que he ido haciendo para cuando enferme o no pueda trabajar más. Dios ya se acordará de mí.”>

 

Esta sirvienta y las dos viudas pobres de las Lecturas de hoy nos dan una lección.

 

Los pobres nos evangelizan.

 

Así pasó también en la Parábola del Fariseo y el Publicano, y en la del Buen Samaritano.

 

Pero también hay pobres que son tacaños, ¿no?

 

Efectivamente. Escucha esta bella historia de la India: “El grano de trigo”:

 

<Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, como mendigo, cuando tu carroza de oro apareció. Mis esperanzas volaron hasta el cielo. Tendría de ti una gran limosna. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Y me tendiste tu diestra diciéndome:

 

  • “Puedes darme alguna cosa?”

 

Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y te lo di.

 

Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré no haber tenido corazón para dárteme todo! (Rabindranah Tagore, resumen de ‘Ofrenda Lírica’).>

 

Con Ignacio de Loyola decimos: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi libertad; todo mi amor y mi poseer. Todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que eso me basta”.

 

 

José Martínez de Toda, S.J. (martodaj@gmail.com)