“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
Comentario dialogado sobre el Evangelio que se proclama en el trigésimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B, correspondiente al domingo 14 noviembre 2021. La lectura es tomada del Evangelio según San Marcos 13, 24-32.
Esto del fin del mundo es algo que estremece. ¿Cómo se explica?
Este mundo se está acabando. Hay un deterioro progresivo del ecosistema. Hay calentamiento global, disminución de las áreas verdes, como en la Amazonía; los montes nevados tienen ahora menos nieve. Hay empresas de industrias básicas, que debilitan el ozono con el humo de sus chimeneas. Hay buses y camiones que van regando anhídrido carbónico (CO2) por donde pasan… Todo esto es provocado por el hombre en una actitud suicida, pero llena de egoísmo; pues el deterioro ecológico no nos afectará tanto a quienes vivimos ahora, sino sobre todo a nuestros descendientes.
Pero hay quienes tratan de compensar nuestra auto-destrucción.
Al Papa S. Juan Pablo II le llamaban el ‘Papa Verde’. Hablaba con frecuencia sobre la ecología. Y en 2008 hizo instalar paneles solares en los techos del Vaticano para la generación de electricidad. El Papa actual Francisco escribió su primer encíclica “Laudato Si” sobre la ecología.
Pero, ¿puede haber un fin del mundo repentino? ¿Un cataclismo?
Todo es posible: puede ser que un meteorito gigante o un cometa choque con la Tierra. Pero el fin del mundo no quiere decir que todo se acabará.
El Fin del Mundo tiene dos aspectos:
Uno triste: la Tierra se acaba. Algunos sólo se fijan en esto y han tomado una postura derrotista: que el hombre es una pasión inútil (Sartre), que es un ser destinado a la muerte (Heidegger) y que termina en la nada (Nietzsche).
Pero hay otro aspecto alegre, que, sin embargo, no debe entenderse en sentido literal.
¿Cuál es ese aspecto alegre? Eso me interesa más.
La historia no acaba negativamente con el Fin del Mundo. Hay elementos de esperanza. Tiene un destino triunfal. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Jesús viene (es lo que se llama la ‘Parusía’), congrega a los elegidos, y con ellos comienza algo nuevo. <Será Jesús quien iluminará el mundo para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras…
Jesús traerá consigo la salvación de Dios…
Las palabras de Jesús «No pasarán», no perderán su fuerza salvadora. Han de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios. > (Pagola).
Y Jesús nos promete: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Abundan en la Biblia imágenes positivas que expresan que todo lo bueno del mundo conocido quedará y será transformado en “un nuevo cielo y una nueva tierra”, donde habitará la justicia” (2 Pedro 13).
¿En qué se basa este aspecto alegre?
El hombre pertenece a la Familia de Dios. Somos hijos adoptivos del Padre, hermanos de Jesús, y por la acción del Espíritu estamos llamados a una vida imperecedera y feliz, iluminada por la gloria de Dios, en la que ya no habrá noche (Ap 22,5), ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se habrá desvanecido (Ap 21, 4)
La resurrección de Jesús ha puesto el broche final a la historia. La restauración ya ha empezado en Cristo. Lo que ha sucedido con Jesús, sucederá con nosotros; la realidad definitiva será la victoria del bien, del amor, de la vida. Por eso pedimos en el Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, es decir, “reúne a los hijos en su mesa.” Y el Resucitado reinará para siempre con los suyos, siendo Dios todo en todas las cosas (1 Cor 15, 28).
¿Es una segunda venida de Jesús, como la de Belén?
No sabemos cómo será. De todas formas Jesús viene continuamente también a través de los acontecimientos, a veces dolorosos y escalofriantes. Jesús viene en todo aquello que machaca y hace sufrir, a veces de una forma injusta e inevitable. Jesús viene en el pobre.
Los tiempos difíciles, los tiempos oscuros no deben atemorizarnos ni ocultarnos esa visión esperanzada: los que están padeciendo catástrofes, guerras, cualquier tipo de amenazas, no deben ver en ellas tanto el fin del mundo, que de alguna manera se anuncia, cuanto la visión del Señor que está cerca.
¿Cuándo será eso?
Jesús es claro: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe”. Esto nos deja algo tranquilos. Las supuestas profecías del fin del mundo, tan abundantes al comienzo de este siglo, ya están desacreditadas. Las comparan con la historia del pastorcito mentiroso…
Pero los signos de los tiempos nos dan indicaciones. Jesús dice que son como la higuera en Palestina, que es un árbol de hoja caduca: cuando brotan las yemas, es que se acerca la primavera. De ella aprendemos. Y Jesús nos hace una doble llamada:
- Primero, Él nos invita a interpretar los acontecimientos – especialmente los desconcertantes y dolorosos – para descubrir en ellos al Señor:
- Segundo, Él nos invita a aprender, a estar vigilantes a esa venida, para podernos conectar con Dios.
Cada domingo acudimos a Misa a aprender y practicar el idioma del amor, el de Dios. A nosotros nos pasa con este idioma, como lo que nos pasa con el inglés. Si no se practica en la vida diaria, no se aprende. Así también podemos pasarnos la vida sin aprender el idioma de Dios.
¿Se puede expresar algún deseo para el Fin del Mundo?
He aquí mis deseos y mis sueños (Si son varios los participantes, cada uno responde🙂
- A mí me gustaría ver a toda la familia unida, a todo el país unido, a toda la humanidad unida. ¡Qué dura se vuelve la vida ante el odio de los demás!
- A mi me gustaría, antes del final, no deber nada a nadie. No deber ni grandes ni pequeñas cosas. Cuando Sócrates iba a morir, le dijo a su amigo: «Le debo un gallo a Asclepeyo; págalo sin falta». Ya Alguien, Jesucristo, pagó mis deudas.
A mí me gustaría que la pobreza haya desaparecido por completo en todo el mundo.
José Martínez de Toda, S.J. (martodaj@gmail.com)