«Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Esto va contra la Historia. Creo que una laicidad acompañada de una sólida ley que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para avanzar.» (Papa Francisco, 2016)
El Ecuador quiere ser una sociedad libre, participativa y solidaria, sin exclusiones ni dogmatismos, comprometida con su autodesarrollo y el progreso de la humanidad.
El Estado para lograr sus fines de universalidad, debe estar a resguardo de cualquier convicción particular, religiosa o no, que pudiera pretender ventajas para sus adeptos en perjuicio de los demás. La laicidad del Estado es necesaria para garantizar que el «poder de todos, el Estado», esté al servicio de una sociedad plural en donde hay diversidad de etnias, lenguas, culturas, etc.
El Estado ecuatoriano es laico, en buena hora, y debemos ser guardianes de esta libertad no sólo constitucional, sino constitutiva de la propia naturaleza humana.
Pero, hay personas que abusivamente, mal utilizando la laicidad del Estado, pretenden el desalojo público de lo religioso, para reducirlo a lo privado o íntimo, sin que tenga alguna repercusión social. Históricamente, a nivel mundial, todo gobierno absolutista y tirano, cualquiera que haya sido su orientación política, ha intentado manipular lo religioso con esta artimaña.
No podemos confundir «laicidad del Estado» con «sociedad laica», confusión dañina que destruye lo que la laicidad del Estado pretende, esto es, la libertad y pluralidad social. El Estado laico es garante de la libertad, mientras que, por el contrario, la sociedad laica implica la negación social del hecho religioso o al menos del derecho a vivir la fe en sus dimensiones públicas.
La laicidad del Estado requiere la separación y neutralidad frente a las religiones, pero no debe suponer ni pretender una sociedad laica, homogeneizada y masificada. Tanto como el fundamentalismo religioso, la intolerancia religiosa atentan a la libertad y por ende a la dignidad de la persona.
Las grandes religiones, incluida el cristianismo, no son doctrinas abstractas para el alma del individuo, sino proyectos de convivencia humana y con la ‘hermana naturaleza’; ofrecen cosmovisiones que se concretan en normas morales que procuran el bien de la persona y de toda la sociedad.
Las visiones peyorativas de la religión, con sus tesis absolutistas, ignoran componentes significativos de la racionalidad y la motivación humana y terminan relativizando el compromiso ético y cívico de las personas. El filósofo y sociólogo Habermas, afirma que el secularismo antirreligioso rompe los vínculos democráticos y aniquila la solidaridad de la que se nutre el Estado.
Negar el inmenso aporte de la Iglesia Católica a la humanidad en sus más de 2000 años es de ciegos o de necios, la historia y los millones de beneficiarios de orfelinatos, asilos, comedores, escuelas, etc., son los mejores testigos.
Hay personas que han contribuido con su trabajo y testimonio, con su entrega total y sin límites, en la que han dejado todo, hasta su vida, por los más pobres y vulnerables. Somos testigos que desde su fe y el amor a Dios han cuestionado sistemas injustos, reclamando equidad, inclusión, formando personas que piensen, cumplan sus responsabilidades y reclamen sus derechos… esas tareas silenciosas, perseverantes, muchas veces las desconocemos y hasta las negamos por temor a ser interpelados en nuestra comodidad y aburguesamiento.
Sintámonos contentos de ser parte de una comunidad de creyentes que conscientes del don recibido, la fe, estamos comprometidos a trabajar por una sociedad fraterna, libre y solidaria, en unión de todos los demás seres humanos sin distingos.
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Carta semanal de la Comisión ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y en la fe.