Por: Enrique Vega-Dávila (*).- Mi interés en esta columna no es hablar por las mujeres, sino hablar desde mi condición de varón y aliado. Quiero estar lejos de aquello que se llama mansplaining, actitud condescendiente y paternalista por la que muchos varones pretenden decir lo que deberían hacer ellas, colocándose así como la medida de la verdad. No pretendo hablar por las mujeres, ellas tienen voz propia, la que debemos aprender a escuchar, y no porque antes no hayan hablado, sino porque el sistema las ha callado, las ha silenciado, las ha hecho anónimas.
Elizabeth Schüssler-Fiorenza, teóloga feminista, recuerda en uno de sus libros la presencia de una mujer, de quien la Escritura dice que será recordada por el gesto que tuvo con Jesús; sin embargo, ha pasado inadvertida y olvidada en la tradición cristiana (Cf. Mc 14, 9) y esa es una tarea que debemos asumir: traer al presente la vida de muchas mujeres y tomar consciencia de todos los referentes femeninos de nuestra fe y de nuestra sociedad. Es importante hacer memoria de ellas, de sus luchas y esfuerzos por visibilizarse; es que no es difícil notar que, cuando las mujeres hablan de su vulnerabilidad o reclaman sus derechos, son objeto de una serie de adjetivos que terminan en fuertes insultos o menosprecios. No es difícil encontrar la absurda palabra «feminazi» para descalificar a una mujer que se defiende o que defiende a otras.
Hacer memoria es tener presente el pasado para agradecer, visibilizar, actualizar y denunciar. Por eso quiero agradecerte a ti, compañera, por tu valentía, porque tu voz en alto es muestra para mí, como creyente, que Dios es Dios de la vida. Te agradezco a ti, compañera, porque me educas con tu ejemplo, me cuestionas con tus protestas y me animas con tu coraje. Y a ti, amigo, que no comprendes estas luchas y las minimizas quisiera pedirte que escuches más a las mujeres y sus reclamos; a ti que sientes miedo y no lo vas a admitir, te pido que te dejes interpelar, ya que la violencia sí tiene género y es cultural. Y si bien hemos heredado una cultura, no podemos evitar ser responsables de aquella que producimos.
Escribo esto en memoria de ellas, en memoria de las que han caído, de las anónimas, en memoria de las que no se les dio voz, de las que fueron calladas, pero también en memoria de las que siguen combatiendo, de las que siguen marchando por sus derechos, de las que hacen de su dolor e indignación un testimonio de lucha. En memoria de Eyvi, Jacquelin, Genoveva, Solsiret, Yesica, Mara, Micaela, Majo, Mariana, Luz Marina, Arlette, Lucía, Emily, Shirley, Zuleymi y de muchas otras mujeres, se debe denunciar la agresión directa pero también la cultura que las olvida e invisibiliza. Su memoria nos cuestiona, pero debemos ir más allá, debemos ir a las mismas estructuras de poder. Hacer memoria es peligroso para muchas personas porque genera temor o descentra.
Como varón, quiero denunciar al patriarcado que no solo ha matado mujeres, sino que también nos ha arrebatado a los varones la ternura, la posibilidad de vernos y sentirnos frágiles. Denuncio los privilegios que he recibido por el simple hecho de ser varón, denuncio el machismo presente en las redes sociales y en otros espacios. Denuncio esa cultura patriarcal que ha normalizado la violencia y que condena a la víctima o no le cree.
Y como seguidor de Jesús, siento que debo cuestionar la poca autocrítica que poseemos; nuestros discursos religiosos son en parte responsables de sostener ese patriarcado, pero aún más lo son por el silencio que, frente a estas situaciones, se convierte en complicidad. No bastan las monjas de clausura en España manifestándose, necesitamos más. Necesitamos pensar y orar más el tema de las mujeres. No por ellas, sino con ellas. Y esto no se trata solo de darles el sacramento del orden, va más allá, pasa por reconocerlas y valorarlas, por aceptar y fomentar sus liderazgos, por asegurar que su voz esté siempre presente en los espacios de reflexión, en las liturgias, en las asesorías, en la academia.
Necesitamos ver más a Jesús, amigo de mujeres que eran adolescentes, madres, solteras o viudas. Debemos hacer memoria de Jesús, es decir, actualizar su mensaje en medio de una sociedad que mata. Y si creemos en un cambio, somos los varones quienes debemos revisar nuestras expresiones, nuestros chats, nuestras bromas, nuestra manera de educar, nuestros gestos de caballerosidad. ¿En verdad ayudan a cambiar esta cultura o legitiman una idea de inferioridad? No es sencillo caminar por sendas de cuidado mutuo y de ternura, pero debemos escucharlas a ellas.
(*) Magíster en Teología.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II