«Pueblo mío, confíen siempre en él, abran su corazón delante de él, Dios es nuestro refugio.» (Salmo 62,9)
En este tiempo de pandemia nos hemos encontrado cara a cara con la muerte. Ella es parte de la vida, tanto como la vida es parte de la muerte. Estamos absortos, anonadados, disminuidos, limitados, compungidos, acorralados, guardados, perdidos… pese a tanta ciencia y tecnología aún estamos en medio de un laberinto, sin saber por dónde ir. La incertidumbre es parte de nuestra cotidianidad.
La pasión, el dolor, la angustia, la desesperación son experiencias que vivimos y más cuando sin previo aviso llega el coronavirus y empieza a hacer de las suyas. Caemos rodilla en tierra por el peso de la pobreza, el desempleo, la violencia, la enfermedad que hacen parte de nuestra realidad. Al mismo tiempo recibimos la mano de tantos ‘cirineos’ que muestran su solidaridad para ayudarnos a sostener nuestra debilidad e impedir que caigamos en la desesperación. Gracias a ellos seguimos luchando, para superar las crisis y soñar en días mejores.
Hemos sido crucificados, sentimos las lanzas de la miseria, la injusticia, la corrupción, la impunidad, la violencia. El horror ha traspasado nuestra fragilidad como latigazos que con furibunda y despiadada fuerza azotan nuestra dignidad hasta casi desintegrarla. De igual modo, también nos han coronado con burlas y engaños, que han despreciado y malgastado nuestra confianza hasta dejarla raquítica y débil, casi sin fuerzas para reaccionar ante tanta ignominia. Ahí estamos temerosos, sin encontrar soluciones a la pandemia y a la pobreza, parecería ser que expiramos el último aliento de vida, mirando hacia el infinito y preguntándonos el por qué de tanta tragedia, de tanta crucifixión.
Como en los tiempos de Jesús, los poderosos siguen disfrutando privilegios, delineando engaños, obstruyendo la justicia, aprovechando sus entronques y palancas, dominando a los más débiles, legitimando lo indeseable, despreciando la humildad y derrochando soberbia. En época de enfermedad, muerte y carencia, siguen sacando provecho del dolor y la tragedia, siguen explotando a los demás.
Aunque quienes se aprovechan del poder creen que han vencido, por todo lado surgen manifestaciones de solidaridad que logran, con sentimientos y acciones, aliviar y hasta superar esas manifestaciones de muerte. De la mano de Jesús, que murió y resucitó por cada uno, salimos del sepulcro, moviendo las puertas de la opresión y venciendo el miedo, caminamos hacia el encuentro con el Solo Amor, respaldados en la fuerza comunitaria que nos unifica y fortalece, aupados por la oración fraterna y compartiendo lo que somos y tenemos.
Logramos vencer el covid 19 cuando nos reconocemos en el prójimo, siendo responsables de nuestro cuidado y el de los demás, cuando nos vacunamos, cuando seguimos a rajatabla las recomendaciones de bioseguridad, cuando nos abstenemos de diversiones y encuentros irrelevantes, fiestas, mítines y farras. Mientras tanto debemos seguir adelante sin bajar la guardia, mirando con esperanza el futuro y confiando plenamente en la misericordia de Dios.
La unión y solidaridad nos hace fuertes, y nos sentimos confortados cuando al partir el pan nos hacemos hermanos. Cristo venció a la muerte. ¡Alegría y Paz Hermanos, el Señor Resucitó! ·
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carta No. 73 – 28 de marzo 2021 de la Comisión ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él
en la realidad y la fe