Por: Fabiola Luna Pineda*.- Hoy se habla y se escribe tanto de multiculturalidad, multiculturalismo, interculturalidad, y otros tantos términos, que resulta difícil abordar el tema desde un punto de vista más original. Vamos a ver.
Decía Degregori, por el año 2000, que a veces se exageraba en los alcances de la cultura, que se quería encontrar en ella la explicación, desde el conflicto étnico hasta la velocidad y tropiezos del desarrollo económico, pasando por el escepticismo hacia la política. Pero algo tiene que ver, porque toda realidad, ya sea económica, política, jurídica, educativa, científica, tecnológica, o religiosa, está inscrita en una matriz cultural.
Hay muchas culturas y cada una de ella es muy importante en la constitución de las identidades. Esto no significa, dice Amartya Sen, que la identidad de una persona o un grupo esté constituida únicamente por la identidad cultural. «Todos estamos siempre haciendo elecciones, aunque sea de modo implícito, acerca de las prioridades entre las diferentes filiaciones y asociaciones. La historia y el origen no son la única forma de vernos a nosotros mismos y a los grupos que pertenecemos. Existe una gran variedad de categorías a las que pertenecemos simultáneamente». Considerar que solo existe la identidad cultural ha permitido que se den «identidades asesinas», como sostiene Maalouf, las cuales incitan a los seres humanos a matarse entre sí por el nombre de una etnia, una cultura, una lengua o por una religión.
En el Perú existe diversidad cultural (multiculturalidad), pero no multiculturalismo: colectivos culturales que se respetan y se mantienen relativamente separados por el reconocimiento del derecho a ser (Etxeberria). La interculturalidad, por el contrario, es la que busca el diálogo, el encuentro entre los miembros de las diversas culturas. En ella subyace una afirmación fundamental: «ninguna cultura realiza plenamente las posibilidades del ser humano, por lo tanto, todas se reconocen, recíprocamente, capacidad de creación cultural», como afirma María Heise. Entonces, es interculturalidad lo que necesita el Perú.
Afirma Panikar que llegar al diálogo intercultural es haber borrado los malentendidos, explicar los respectivos puntos de vista y darse el propio dia- logos, es decir, pasar del logos a «lo» que se quiere decir (lo que está detrás de lo que trasluce la palabra), a la cosa significada, al referente. Esto nos lleva a pensar que lo constitutivo del ser humano es el diálogo mismo. Por ello, la clave para entender la interculturalidad es la práctica del diálogo.
En nuestro país, la diversidad cultural está conformada por relaciones asimétricas, a causa de la discriminación y los prejuicios fuertemente internalizados que constituyen la otra cara de la discriminación socioeconómica. Las culturas están jerarquizadas. Se consideran a unas superiores y a otras inferiores. La independencia no significó la eliminación de la discriminación, las elites del país imaginaron una nación urbana, centralista y monocultural que excluía al «gran otro», los pueblos nativos de estas tierras y la diversidad cultural. «Nosotros» eran las élites y los «otros», los pueblos indígenas. Los miembros de las culturas nativas, que antecedieron al mismo Estado peruano, resultaron ser los «otros».
Óscar Ugarteche publicó hace veinte años un libro que sigue más vigente que nunca. En él afirma que la discriminación es el principal freno del Perú; que este sistema de dominación es la madre del racismo, de la vergüenza del pasado, de la geografía y la demografía de la pobreza; que el imaginario cultural en el que navegamos tiene un fuerte imaginario social colonizador y que somos incapaces de pensarnos iguales; que el sentimiento de España 1 Perú 0, por ponerlo en términos futbolísticos, tiene que ser revertido para poder convertirnos en una sociedad moderna. Para Ugarteche, pensándonos como iguales ante el resto, es como nos podremos (re)conocer y saber de nuestros potenciales, sin anteponer los intereses ajenos a los propios.
Nuestra multiculturalidad subordina unas culturas a otras. Esto conforma la interculturalidad de «hecho». Pero lo que requiere el Perú es la interculturalidad «crítica», que no es funcional al sistema, que hace frente a las políticas mono-culturales del Estado. La interculturalidad crítica no solo se expresa en un diálogo interpersonal respetuoso, sino que busca institucionalizar políticas interculturales de Estado: en la educación, la administración de justicia, la salud pública, lo productivo, en lo tecnológico, etc. Es decir, en toda la planificación y funcionamiento de las políticas públicas.
La política suele desentenderse de la cultura. Esto se percibe, sobre todo, en los tiempos electorales, como dice Nelson Manrique. Pero él reconoce que es en la cultura donde surgen los sujetos sociales y políticos que pueden hacer frente a los grandes problemas del país. Los problemas de corrupción, desigualdad socioeconómica, discriminación cultural, racismo, violencia múltiple -que incide principalmente en la mujer- y los jóvenes que son explotados o no tienen empleo, etc., son tan grandes que no se les puede hacer frente como individuos, pero sí como colectivos que surgen de actores individuales, que tienen intereses comunes, que están ligados por pautas comunes de acción y con conciencia de un objetivo común, que los convierte en los protagonistas de los cambios socio-históricos y políticos.
En nuestro país, la democracia demanda la participación de todos los peruanos y peruanas para realizar un proyecto político nacional, sustentado en el diálogo creativo de sus culturas, que promueva una sociedad dialogante donde puedan emerger instituciones sólidas.
Promover experiencias de auténtica interculturalidad es un aspecto fundamental para que sea posible construir una sociedad más humana, en la que igualdad y diferencia se articulen y se favorezca la construcción de dinámicas sociales democráticas, inclusivas y justas para todos.
(*) Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Compartido por Diario La República, Perú.