«Me ha entristecido mucho lo sucedido los días pasados en la cárcel de Guayaquil, en Ecuador. Dios nos ayude a curar las llagas del crimen que esclaviza a los más pobres. Y ayude a cuantos trabajan cada día para hacer más humana la vida en las cárceles». (Papa Francisco, 2021).
A propósito de los horrendos crímenes colectivos cometidos en varias cárceles del país y buscando la irracionalidad más profunda del siniestro, se ha develado otra pandemia, tan dañina y perversa como cualquier otra: el “yoyismo”, asociado con el egocentrismo y con el narcisismo más que con la autoconfianza o la autoestima.
El “yoyista” se cree y se presenta como si fuera el centro del universo, poseedor y dueño de todos los derechos y todas las razones, donde sus opiniones e intereses son absolutos y exclusivos. Sus criterios y juicios en entrevistas, ponencias, escritos y ahora en las redes sociales… los da, como si fueran la última palabra, auto defendiéndose, sin opción de réplica.
Muchísimos juicios se han hecho en relación con el terrorífico drama carcelario, casi la totalidad sin una aproximación objetiva o afectiva y emocional con sus actores y víctimas. Muchos análisis solo enfocan los resultados o la búsqueda simple de culpables, sin enfocar ni mencionar los orígenes de esta realidad lacerante que está desangrando la Patria.
Desde la ética, todo derecho implica una obligación y ésta, una responsabilidad. La doble moral ha hecho que este axioma sea prescindido o relativizado, cada quien opina y actúa como si los derechos individuales fueran absolutos e ilimitados, y esto lleva a una aberración.
La Constitución vigente, con su carácter garantista, alimenta una interpretación y aplicación con una visión individualista y de absolutos, como si los derechos humanos no fueran universales. Si no integramos y asumimos este elemento de universalidad en la cotidianidad y desterramos de nuestro comportamiento individual y social el “yoyismo”, seguiremos erróneamente ratificando que los derechos son individuales, absolutos y sin límites, ignorando y desconociendo que los derechos humanos incluyen a todos, sin excepción de ninguna clase.
El problema carcelario del Ecuador históricamente rezagado, es muy complejo y en el que están involucradas instituciones estatales, responsables de administrar justicia y de controlar y desarrollar planes y proyectos de rehabilitación social.
La barbarie carcelaria no afecta ni compete exclusivamente a la población encarcelada, es un problema que implica e incumbe a todos, debe causarnos dolor e indignación. Sus causas tienen origen en la descomposición y crisis del país y, en consecuencia, el enfrentarlo y darle una solución eficiente y eficaz, es también responsabilidad de todos. Los medios de comunicación, entre otros, juegan un rol importante para promover alternativas viables.
Los primeros obligados en buscar, encontrar y dar una solución de fondo a esta problemática, no solo de maquillaje, son los funcionarios públicos de las cinco funciones del Estado, superando el «yoyismo”. No cabe la evasión de responsabilidades de ninguno de ellos, de manera conjunta y dejando al margen la “politiquería”, deben trabajar urgente y arduamente para encontrar una solución, pues si no se concretan y aplican los correctivos necesarios y suficientes, el problema carcelario seguirá intacto y hasta puede complicarse aún más.
La Comisión Justicia y Paz hace un llamado a las autoridades competentes a analizar seriamente la realidad carcelaria, a implementar y tomar decisiones integrales frente a la violencia, decisiones que deben transformarse inmediatamente en acciones concretas e integrales por el bien de todos.
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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.