Pues, ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde? Lc 9, 25.
En Ecuador, en los dos últimos años, se incrementaron vertiginosamente las muertes violentas: en 2021 con 1291 víctimas y en lo que va del 2022, hasta el 20 de octubre, van 3510 casos. Un promedio de 11 muertes violentas por día, tipificadas como homicidios, asesinatos, feminicidios y sicaritos, ocurridas en las cárceles y las calles de las provincias de Guayas, Esmeraldas, Manabí, El Oro, Los Ríos, Sucumbíos y Santo Domingo, entre otras. La tasa de homicidios por 100 mil habitantes es de 15.48 y Guayaquil ha pasado a la lista de las 50 ciudades más violentas del mundo.
«Ecuador país de paz», era un orgullo que llevábamos como parte de nuestra identidad, pero en estos días sentimos como esa paz se esfuma… se agudiza la violencia que desconcierta, impacta y llena de miedo a pueblos enteros. Nos preguntamos ¿qué pasó con cierto bienestar social que existía?, que hacía posible un ambiente seguro, donde unos a otros nos cuidábamos, de un vivir de puertas abiertas, de reunirse con los vecinos a conversar, a jugar, a caminar tranquilamente incluso en las noches… La realidad nos interpela y desafía, las ciudades fronterizas de Huaquillas y Esmeraldas, entre otras, cierran y se encierran apenas se oculta el sol, por las amenazas de los recaudadores de ‘cupos’ o ‘vacunas’ que extorsionan a comerciantes, mecánicos, electricistas, llegando al colmo de solicitar la ‘vacuna’ a un colegio, que, si no pagan, se les amenaza con colocar bombas.
En este contexto, las medidas adoptadas por el Gobierno, como el «estado de excepción», han resultado ineficientes. Por lo que es inevitable preguntarnos ¿si en realidad se está combatiendo seriamente las causas que generan la delincuencia? o ¿se ha agravado la situación social y económica, dejando que pasen ‘las cosas’, con la consecuencia del menosprecio a la vida?, o en su defecto la constatación de que esta realidad sobrepasó a las autoridades, que se muestran atadas de manos e incapacitadas para implementar medidas que enfrenten la pobreza, el desempleo, la ausencia de servicios básicos, entre otras, realidades que a muchas personas les predispone a enrolarse y ser parte de la violencia articulada por el narcotráfico, el crimen organizado o las bandas que pululan por barrios de nuestras ciudades.
Necesitamos con urgencia rescatar lo más valioso: la vida, derecho fundamental del ser humano que le permite ejercer los demás derechos. Cada vida humana «es única e irrepetible, es un valor inestimable en sí misma».
¿Qué le ha pasado al Ecuador «país de paz»? Está herido letalmente en su dignidad por las miles de muertes violentas, que tienen que dolernos y conmovernos para aportar y trabajar juntos para resignificar el valor de la vida.
En la proximidad del Día de los Difuntos, estamos llamados a considerar que la muerte natural es un abrazo con el Señor, para vivirlo con esperanza, en su integridad, como seres conscientes, inteligentes y dignos, capaces de cuidar, respetar, amar y proteger el tesoro más grande que hemos recibido: el don de la vida… pues el «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» (Jn 10,10) que propone Jesús, es la tarea primordial e impostergable para todo el pueblo.
La violencia no es gratuita, es la factura que nos pasa la inequidad, la pobreza extrema, la injusticia, la corrupción, la viveza criolla… Queda por delante extirpar todas esas degradaciones socioeconómicas que han deshumanizado a la persona. Por delante hay mucho trabajo por hacer, millones de ecuatorianos necesitan un empleo digno, acceso a servicios de salud y medicinas, educación, estabilidad emocional, seguridad… Solo así podremos empezar a recuperar la paz. Es un compromiso que debemos asumir todos, sin excepción.
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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | CON LOS OJOS FIJOS EN ÉL en la realidad y en la fe
Carta No. 156 – 30 octubre 2022