Por: Guillermo Valera.- El extraordinario hecho de que Dios se hiciera una persona, como cualquiera de nosotros, como cualquier ser humano, sigue trayendo consecuencias muy grandes en nuestra fe cristiana, especialmente cuando empezamos a ser más conscientes de lo que ello puede tener como significado, de gracia y de invitación a obrar de manera parecida. ¿Somos capaces de «abajarnos» en los más pequeños, en los más miserables, en los pobres?
Pues ese abajamiento, como lo diría también Teresita del Niño Jesús, es lo que nos recuerda Jesús en la actitud profunda de Dios en cada ser humano con la realidad a la que nos abre Jesús con su nacimiento, en la invitación a hacer Navidad en cada uno de nosotros, a sabernos abajar y relacionarnos desde el más débil, desde el más olvidado y explotado.
¿Cómo entran allí nuestros «pobres» inmediatos, de «vecindario»; los pobres que vemos a lo lejos en realidades de televisión, Internet o cine; los que existen como estadísticas o siquiera ingresan a un número porque actúan como poblaciones indígenas «no contactadas» y viven en otro circuito y mundo (con relación al nuestro)?
Algo de esto nos expresa y recuerda la Navidad, el misterio de la encarnación, la revelación del amor que nos viene Jesús a revelar de manera testimonial en nuestro mundo. La manera como se nos invita a vivir, a situarnos en la vida, a construir relaciones entre unos y otros, a sabernos perdonar, a cultivar la verdad, la justicia y la paz. Algo de esto nos recuerda también la presencia y el sentido de un Papa como Francisco en nuestra Iglesia, buscando reproducir de modo sencillo esa revelación entre nosotros.
El Papa Francisco es alguien que sentimos nos une, nos transmite vida, nos motiva y nos sabe hablar entre diferentes. Con mucho sentido de pluralidad, transmitiendo un sentido de paz que se funda en la búsqueda de relaciones de justicia y equidad. Preocupado por las cosas elementales pero que normalmente pasamos por encima, como es la propia creación, la naturaleza, las personas y todo cuanto nos rodea, y que condiciona y facilita nuestra vida (o debiera hacerlo).
Es algo grande la feliz coincidencia de la próxima llegada del Papa Francisco a Perú en la segunda quincena de enero y lo que significa precederlo del adviento y la Navidad, como buenos motivos para orar y discernir la mejor manera de recibirlo e inspirarnos en él. De recibirlo y renovar nuestra iglesia y comunidades pequeñas en Francisco.
De acercarnos mejor a Francisco y profundizar mejor nuestro cristianismo y sentido ciudadano. Porque cristianismo y ciudadanía caminan muy de la mano en nuestro mundo actual (o están llamados a hacerlo). Ser un buen ciudadano es (o debiera ser) la forma de ser cristiano en los tiempos actuales, acogiendo con profundidad lo que ello comprende y significa.
Quizás, desde esa perspectiva, debiéramos razonar la coyuntura política que nos ha tocado vivir recientemente, algo compleja por cierto, en la que hemos estado a punto de vacar al presidente de la República (P.P. Kuczynski); se acaba de indultar a un expresidente (A. Fujimori) acusado de crímenes de lesa humanidad; tenemos otro presidente en la cárcel de modo preventivo por corrupción (O. Humala) y otros dos con sospechas serias de lo mismo (uno con pedido ya de carcelería, Alejandro Toledo, aunque en libertad por encontrarse fuera del país, por ahora). Todo esto nos deja un sabor no tan agradable al cerrar el año 2017.
No obstante, aprovechemos para avanzar poco a poco en afianzar un marco institucional que nos está permitiendo abrir los ojos a hechos que en otros tiempos no hubieran significado mayor cosa. ¿Hasta dónde somos permisivos con la corrupción? ¿Hasta dónde aceptamos cómo válido que algo puede ser antiético pero «legal» (y válido)?
¿Hasta dónde podemos mezclar negocios particulares, con gestión pública y manejo de influencias en favor privado («lobismo»)? ¿Hasta dónde es lícito cobrar por la información que yo extraigo del Estado y vendo a terceros a modo de «consultorías»? Hay muchas cosas por investigar para renovar la política y los políticos que operan la misma.
En conclusión, la visita del Papa Francisco es una oportunidad para abrirnos a dicho propósito también. A comprometernos en la búsqueda activa y ciudadana del bien común y no sólo de negocios privados o intereses individuales. Preparémonos a ello discerniendo dicho camino y propósito. El 2018 que se nos viene será muy propicio, inspirado en lo que nos traerá el Papa Francisco.
La periferia es el centro
Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Compartido por Diario La República, Perú