Karina Villalobos Paredes *.- Algunas veces, en entrevista, he escuchado expresiones que posteriormente me llevan a la reflexión. Hace poco, en un mismo día recibí en consulta a adolescentes que acudían a mí en búsqueda de respuestas como modo de ayuda, pero, esa búsqueda de respuestas iban más direccionadas al hecho de que un adulto pudiera aprobar o desaprobar las decisiones que estaban tomando frente a diversas situaciones. Sólo para ofrecerles una mejor claridad en la narración llamaré a cada una de ellas con un nombre ficticio.
La primera de ellas, Sofía, entre lágrimas me pedía que la ayude a saber qué hacer y cómo actuar cada vez que su papá llegaba a casa ebrio y gritaba, tiraba las cosas y hasta golpeaba si algo no le agradaba. Me pedía que le enseñe cosas que le permitan ayudar a su mamá para que sea capaz de dejar a su papá porque ella sabe que lo que pasa en su casa no está bien, «no somos una buena familia»; sin embargo, cuando le dice a mamá que es mejor irse de casa, ella, entre lágrimas sólo la abrazaba y en ocasiones puede decirle «ya va a pasar, es sólo un momento», o, el silencio se apoderaba de ambas, dominando el momento y ahí quedaba todo.
Como cosa del destino, en la entrevista siguiente recibí a Tatiana. Ella llegaba acongojada y con cierta vergüenza de lo que yo pudiera decirle, sin embargo, a pesar de aquello, venía segura de dejarse escuchar y escuchar. Con la cabeza gacha, pero, con voz firme empezó a hablar.
«Sé que no fui responsable y por aquello quedé embarazada. Sé también que soy joven y ser madre es una gran responsabilidad, pero, estoy segura de querer tener a mi bebé sin tener que casarme. Mis padres quieren obligarme a hacerlo y si no acepto, dicen que todavía estoy a tiempo de abortar. Así nadie se dará cuenta y la gente no tendrá motivos para hablar. Yo no quiero hacerlo, pero, tampoco sé cómo hacer que mis padres entiendan que no quiero casarme. Ya estoy buscando un trabajo y he hablado con una tía para que me acoja en su casa. Sólo quiero que me ayude porque quiero hacer bien las cosas».
Si bien es cierto, en la actualidad se estudia mucho acerca de la ‘familia’ y sus principales funciones. Surge mucha controversia acerca de su concepción social, pues, se dice que es en casa donde se educa en valores, se establecen ciertas conductas como consecuencia del estilo de crianza, dado que es en la familia donde se instauran los cimientos de la personalidad de todo sujeto, y con la influencia del ambiente (clima familiar) se desarrolla el temperamento que es la base biológica del carácter.
Pero, de qué valores hablamos frente a situaciones como éstas, qué estamos enseñando a nuestros hijos sobre el respeto a la vida, al ser humano como tal. Incluso, en ciertos sectores de la sociedad aún se busca rescatar la imagen de la ‘familia tradicional’ conformada por mamá, papá e hijos. Se busca educar a los hijos bajo argumentos como: ‘debes amar, respetar y obedecer a tu madre y padre’, ‘debes confiar en tus padres porque ellos nunca harán algo que te perjudique’, ‘debes creer en ellos porque todo lo que hacen es por amor a ti’, ‘debes amar a tus padres porque siempre querrán el bien para ti’. Acaso, por obediencia una persona debe aceptar vivir violentada, se debe casar o aceptar un aborto.
Mientras son niños, creemos que podemos conducirnos de tal modo que no habrá problema porque finalmente dependen de nosotros (los adultos) y, por tanto, nuestra palabra es ley para ellos. Y si cuestionan, porque los niños lo observan todo con mayor detalle, se les dice algún argumento creíble y listo. No obstante, van creciendo, dejan de ser niños y llegada la adolescencia su capacidad de discernimiento y juicio los lleva a ser críticos, a desear involucrarse en la solución de las situaciones que los aquejan, los lleva a desear actuar y no ser ajenos a su propia realidad.
En estos tiempos, hablar de familia nos invita a reconocer que se debe salvaguardar el bienestar de los hijos y los padres propiamente, porque no dejan de ser humanos, de sentir y pensar, pero, sobre todo, sentir… Y si la armonía no se consigue viviendo juntos, pues se rescata el amor hacia ellos y se concilia para una separación saludable.
Qué mejor que poder convivir con cada padre independientemente, a tener que vivir junto a ambos, pero, a diario ver cómo los gritos e insultos se van dando con mayor intensidad, donde pareciera que para decirse las cosas gana el que grita más alto, o, donde se pasa de lanzar las cosas a golpear. Es acaso este el concepto de familia que se busca defender por el miedo a lo que puedan decir los demás, por el miedo a perder una imagen social y por ello, a costa de lo que fuere, se guardan las apariencias tras el ideal de ‘la familia feliz’.
Si bien es cierto, las familias son la fuente primaria para el desarrollo de toda persona, actualmente hablamos de diferentes tipos de familia; y eso no impide que se hable de amor. Aun cuando varón y mujer se separen no dejan de ser padres, y cada uno, independientemente deberá cumplir su rol, sin ser ajeno a la palabra del otro progenitor, siempre manteniendo un trato de respeto y cordialidad por el bien de los hijos.
Y Dios añadió: «Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor». (Efesios 6:4) «Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará». (Proverbios 22:6). Estos versículos nos invitan a reflexionar sobre nuestra conducta.
Es importante educar con amor, eso no significa que no existan normas y reglas dentro del estilo de crianza que como padres debemos establecer, pues éstas son fundamentales en el desarrollo de los niños, ya que, llegada la adolescencia les otorga mayor seguridad frente a la toma de decisiones por la capacidad de discernimiento y juicio que poseen. En ese sentido guiarlos en su educación con amor, les permitirá actuar con respeto y cuidado hacia el medio y hacia los demás, pero, sobre todo, con respeto y cuidado hacia sí mismos.
Si nos enfocamos en la tarea de ser buenos padres, primero rescatemos el valor que poseemos desde nuestra condición humana, no nos dejemos envolver por ciertas costumbres y estilos de crianza que, para nuestra era, para las nuevas generaciones resultan ambiguas y, nos llevan a perder el control de nuestra propia identidad, de nuestra propia dignidad y nos alejan de vivir una paternidad y maternidad responsable y, saludable frente a la integridad de nuestros hijos.
(*) Psicóloga Educativa y Colaboradora en la Red EseJoven Región Norte.
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Compartido por el Diario La República, Perú